ZAKARRA
El cabrero de
Gallipienzo
JAVIER SAGUÉS
"Un
buen día el cabrero de Gallipienzo, en vez de
impedir
que las cabras pisaran los viñedos.. .
dio
rienda suelta a estos animales que tanto
juego
simbólico han dado en la filosofía
del
pueblo español.. .
y
en
un
santiamén
aquel
rebaño devoró una cosecha ubérrima de vid,
dejando
la economía de Gallipienzo
para
el arrastre".
(José
Antonio Jáuregui)
TODOS HABLARAN
DE TI
Pensativo y sentencioso,
Moreno y pocas palabras,
Te bastaron por la vida,
Tu perro, el cielo y tus cabras.
Con tu estatura mediana,
vivos ojos, piel enjuta,
Veías nuevos confines
Desde tu altura impoluta.
Al de Arriba tú mirabas,
En el hombre no confías,
De la consumada ciencia
Más que muchos tú sabías.
Visten tu cuerpo de corzo,
Tallado de sólo huesos,
Boina, espaldero y mochila,
Frente al bochorno y al cierzo.
Este palo de pastor,
Que ya adornó tu navaja,
Será tu cetro de rey
Por sendas de Sancho Abarca.
Cabrero de Gallipienzo,
Rey festivo, buen Zacarra,
Todos hablarán de ti
En las tierras de Navarra.
(Valeriano Ordóñez)
ZACARRA
Y
SU ENTORNO
Zacarra,
"el Zacarra", vivió y pasó la mayor parte de su vida en Gallipienzo, pueblo
de la zona media de Navarra. Un pueblo que posee el honorífico título de
"Villa", porque, según rezan los más antiguos documentos celosamente
conservados en Gallipienzo, sus gentes rindieron encomiables servicios a los
grandes y señores del medioevo'.
Sabemos
también que de Gallipienzo partieron hidalgos y bravos escuderos hacia las
Navas de Tolosa en el siglo XIII, y que el Rey Sancho, apellidado el Fuerte,
otorgó a los señores de Gallipienzo derechos de peaje para los almadieros y
quinteo de las ovejas en tiempos lejanos. Formaba línea fronteriza de castillos
y torres con otros pueblos a lo largo del valle de Aragón. Conserva entre sus
vetustas casas nombres indicativos de su rancio abolengo, como "el
Duque", "el Conde", "el Rey", "el Abogado",
etc.
El
pueblo está situado en la cumbre de una montaña, sobre la que cabalga con un
centenar de casas que se agolpan en una altitud de unos 550 metros. Al fondo discurre el río
Aragón, que serpentea majestuosamente en la llanura y se pierde luego sinuoso y galopante hacia el sur, camino
del Ebro. El casco fundamental de Gallipienzo aparece a primera vista como una agrupación
de casas decrépitas e incómodas, con tejados musgosos donde también nacen
hierbajos. Pero esto es sólo a primera vista, como hemos dicho. Porque esa
primera impresión se desvanece al franquear el umbral de cualquiera de sus
viviendas. La apariencia de incomodidad y estrechez no existe en realidad. En
cada casa hay lugar adecuado y amplio para cocina, dormitorios, bodega, cuadra,
gallinero, horno, pajar y demás desahogos propios de la gente campesina. La
mayoría de las callejuelas estrechas y en cuesta se centran en tres puntos: la
Iglesia, la Plaza y la Fuente. La Plaza sirve de frontón y de punto de
encuentro para la tertulia dominguera y festiva.
La
Fuente es el lugar de la llegada de los forasteros y el preferido de las mozas
y mujeres, teatro de cotilleos y dimes y diretes, mientras llega el momento de
abastecerse del agua.
Gallipienzo
se agrupa en torno a dos hermosas iglesias, una en el centro y la más antigua y
bella, en la cima de la colinaz. Todo ello forma un conjunto de sugestiva
belleza, apetecida por los mejores pintores y fotógrafos.
Las
comarcas o zonas terminales de Gallipienzo debemos tenerlas en cuenta, porque
en ellas dejó sudores y vida el protagonista de esta historia, el señor
Zacarías, Zacarra, como así se le conoce.
Comarcas
todas ellas conocidas perfectamente por Zacarra. Sus toscas abarcas y su
garrota de fresno las hollaron durante más de cuarenta años en los que
desempeñó el humilde oficio de cabrero de Gallipienzo. En estas comarcas Zacarra
encendía hogueras mastodónticas, olfateaba como el mejor perdiguero los nidos,
las perdices, los conejos. Realizaba tiros al blanco con su honda, se explayaba
en largas charlas con su perro Zartxu, y en amenos y sabrosos diálogos con
Tolín, el "rapatanico" que le ayudaba en sus menesteres pastoriles.
Digamos
que los nombres de estas zonas comarcales no se estudian en los libros ni en
los mapas geográficos, al menos literalmente, como las gentes de Gallipienzo
los conoce. Recordemos: "Capaburros", "Malpaso",
"Cascallo", "Hondallo", "Caparreta", "Peña
de los huevos", "Beragu", "Valescura",
"Laika", "Bartasteka", etc. Así, hasta medio centenar en
una extensión de 56
Km. cuadrados.
Para terminar esta breve toma de posición,
digamos que Gallipienzo posee un clima extremado. Sus duros inviernos y ardientes
veranos también tienen mucho que ver en la vida de Zacarra. No en vano se han
hecho famosos algunos de sus dichos como aquel de que mientras estés en
Gallipienzo "en sol de invierno, en cojera de perro y en lágrimas de
mujer, no debes creer". O aquel otro: "Cerco de sol, moja al
pastor". Y
cuando en días de
calima se quitaba la boina hecho un mar de sudor, por todo solaz y desahogo
decía al "Rapatanico": "Tolín, de ésta, arderá la Siberia y
echarán fumaquera las piedra".
I. DONDE SE NARRAN LOS ORÍGENES E INFANCIA DE ZACARRA
Zacarra
era un montañés llegado a Gallipienzo por pura casualidad, a mediados del siglo
pasado. Parece ser que su verdadero nombre era Zacarías, pero sus compañeros de
oficio y cuantos le conocieron le apodaban Zaca, y casi siempre Zacarra.
Debió
de ver la luz primera en el Valle de Salazar, quizás en el caserío nombrado
Soraberri. Nada sabemos de sus ascendiente, y podemos deducir con certeza que
se dedicó al pastoreo de ovejas desde su niñez.
Su
originalidad norteña y su vida larga en Gallipienzo son dos componentes
importantísimos a la hora de descifrar y comprender su peculiar jerga, sus
frases y dichos proverbiales y rebosantes de realismo vital.
Desde
muy joven, le obligó la vida a descender desde sus montañas a las Bardenas
cañadeando, en busca de pastizales. En estas trashumancias, Gallipienzo y su
término era paso obligado de las cañadas.
Las
cosas podían haber pasado de cualquier manera, y sin embargo sucedieron así.
Un
grupo de hierbagantes, pastores y rapatanes, desalojaron las acampaderas y
corralizas salacencas para emprender, un año más, el descenso trashumante, siguiendo
rigurosamente la cañada real, llana como la palma de la mano unas veces, áspera
y quebrada otras, convertida en lodazal en más de una ocasión, polvorienta,
acalorada y sedienta otras, hasta llegar a los ubérrimos pastizales de la
Ribera y Bardena del Rey, arrendados en subasta municipal.
El
ajetreo de los preparativos era todo un ritual. Alimentos, borricos, boches, coporros,
perros, gayatas, recuento de ovejas, corderas, mardanos, corderos, carneros,
borros, irascos de cornamenta cacha y de candelero, aquerras y cabras, separación
de lisiadas y recentales, y todo el complicado aderezo de esquilas, cencerros,
chinchercos, trucos, raleras, chaclas, cimbales, carneleras, etc.
En
medio de tanto bullicio, los protagonistas, los pastores, hacen presagios para
todos los gustos.
-
Muchos aforros y
aguantaderas tendrá que darnos el de Arriba-, sentenció Valerio, un viejo
pastor con más de treinta trashumancias a sus espaldas.
-
Los aborrales del
camino no son tan malos-, respondió el Boni, otro aitaborce un poco aldarro,
para quien estos cañadeos resultaban una auténtica pesadilla.
-
Se me da que el
caloruzo de Gallipienzo a Aurino les traerá ijadeo y modorra a las corderas y
habrá que acachetarlas
El que
así se expresaba era nuestro Zacarra.
Declinó
la tarde. Pasó la noche, y al amanecer, aquella barahúnda de pastores, perros,
borricos y un ejército de ganado menor, se puso en camino. Tras algunos alcorces
y vericuetos, se adentraron en la cañada. Los pastos provisionales del camino,
los aborrales, servían para tomar fuerzas a aquella muchedumbre viandante,
acampando por la noche en las corralizas acostumbradas y en sus aledaños.
La
travesía del término de Gallipienzo fue larga y acalorada en dirección a los
Aurinos, atravesando el Arenal, Las Suertes, Hondallo, Lejuga y Zabaleta donde
solían pasar la noche.
Entre
el balido hambriento y sediento de ovejas y cabras, los ladridos de los perros,
el tintineo variopinto de las esquilas, cencerros y cimbales, Zacarra y sus siete
compañeros se aproximaron a un riachuelo que cruzaba el camino con poco, pero
límpido caudal, que desciende quejumbroso desde la sierra límite de Ujué. Este
arroyuelo es conocido con el nombre de Hondallo, como el término donde
discurre.
Y
¡qué casualidad! Uno
de los borricos del convoy vino a resupinarse en medio del riachuelo, quizás
por cansancio, quizás por astucia esencial borriquera, al sentir el roce del
agua y las caricias de su frescura. Estos borricos portaban los alimentos y
ropa de los pastores.
Providencialmente,
en aquel momento, regresaban a Gallipienzo en dirección contraria unas
caballerías montadas por un hombre de unos 50 años,
y a su vera, una moza bien compuesta y construida, exuberante y de mediana estatura.
Era su hija.
Ambos,
padre e hija, acudieron rápidamente a sacar al asnillo de su resupinamiento. La
faena duró pocos instantes, los suficientes para que el corazón de Zacarra y
sus vivos ojos se fijaran en esa moza garrida, honestosa en apariencia, como
contaría él más tarde.
El
resto del camino y el día siguiente hasta Aurino Bajo, fue un ensimismamiento de
Zacarra y motivo más que suficiente para salpicar la andadura con bromas y
donaires, sin que Zacarra terciara para nada en todos estos lances. Prefería
atender al rebaño.
Ramoncho
fue el primero en arrancarse.
-
Un tantico biscurnia
ya me pareció en lo poco que la vi cuando bajó de su mula, ¿No es eso, Boni?
Boni
no respondió directamente a la insinuación provocadora de Ramoncho, pero hizo
honor a su fama de viejo faltón y siguió atizando el fuego.
-
Mira tú, Zaca, que
no echale ninguna habladica. Yo que tú le hubiese dicho algunos acurrunuchos.
¿No te paice?
Pablo
era otro pastor, camastrón y burlón, que llevaba ruido de andraguero. Subió de
tono en sus chanzas para hacer explotar al buen Zacarra en alguna salida
botonuda, pero no logró sacarlo de su reserva, ya que prefería observar el
ganado silenciosamente. Tolín, su rapatán inseparable, asistía ajeno a todo,
prestando atención a todo el mundo de animales que le rodeaba.
Este
pequeño iba tirando del ronzal de un burro cuando pasaba por Gallipienzo. Se le
conocía por su nombre, y era admirado y respetado por los chicos del pueblo, e
incluso esperado cada año al paso de las cañadas.
De
esta guisa, llegan por el Feria1 a las corralizas de Aurino Bajo aquende de Pan
de Oliva, fin de su largo itinerario. No hubo mayores percances en esta
trashumancia, salvo alguna que otra res que cogió modorrina y hubo que acachatearla,
es decir, sacrificarla, por resultarles imposible seguir la cañada.
Volviendo
al hilo de nuestra historia, digamos que la figura de Lucy, que así se llamaba
la moza casadera del episodio de Hondallo, ocupó la mente de Zacarra con
persistencia machacante. No sabemos qué ocasión especial fue la que motivó el
hecho de que, en el invierno, Zacarra se presentó en Gallipienzo poniéndose a
disposición de la municipalidad para cuidar el rebaño de cabras de la villa.
Podemos conjeturar que la necesidad de un cabrero en Gallipienzo llegó a sus
oídos en la última de las deballadas4.
Este
oficio tan suyo, unido a las llamadas de su corazón noble y sano, lo trajo en
definitiva a Gallipienzo, dirigiéndose a casa del Alcalde, sabedor de que la
máxima autoridad de la Villa tenía la última palabra en este asunto.
Zacarra,
por todo saludo, se quitó la pequeña boina que siempre llevaba embutida hasta
casi la mitad de la frente y apretándola con cierto nerviosismo, mientras se
apoyaba en su gayata, dijo sin más requilorios:
-
Soy Zacarías
Eseverri Miquelena, pastor de ovejas, asalariado, el de las cañadas.
Don
Joaquín, el alcalde, muy amable y acogedor lo recibió con estas palabras:
-
He oído hablar de
usted. Le conocemos en este pueblo.
Animado
Zacarra, soltó la lección que sin duda vino repitiendo por todo el camino:
-
Tengo 30 años, y llevo más de 15 cuidando ovejas y cañadeando.
Este año ha sido malo. Hemos acarrazau poco. Quiero servirle en el menester de las
cabras, hasta que Dios quiera.
El
Alcalde y el Concejo deseaban un hombre de este tipo, y lo contrató inmediatamente
de por vida.
Zacarra
expuso a renglón seguido todos sus títulos, artes y oficios.
-
Sé tirar con funda, ayudar a parir a
las aderezadas, muir, cocinar, hacer migas, poner lazos de conejo, perdiz y
zorro, cazar jabalines con el cuchillo. Traigo conmigo a Tolín, a mitad sueldo
de su servidor, y a mi perro, Zartxu. Están en la calle.
El
alcalde los hizo pasar. Tolín tenía gancheras de frío en los dedos. Se calentaron
y rofocilaron en el hogaril, obsequiados por don Joaquín y su mujer.
Todo
quedó atado y bien atado, y nuestro Zacarra, con Tolín y Zartxu, comenzó la
nueva andadura de 40
años como cabrero
del pueblo.
No
queremos pasar por alto el hacer saber al lector que las relaciones de Zacarra
con Lucy terminaron en el episodio del borrico.
Fue
muy penoso para Zacarra, amable lector, pero lo cierto es que Lucy ya estaba
apalabrada con un mozo del pueblo, pudiente labrador, y con él se casó.
Zacarra
ya no tuvo otro lance amoroso, y con esta nostalgia vivió su vida. De ello
hablaba con su perro, y con Tolín, su rapatanico, que ha sido la fuente principal
de esta historia.
II. SE DESCRIBEN ALGUNOS
PORMENORES DE ZACARRA, TOLÍN Y ZARTXU
Zacarra
era de carácter pensativo, sentencioso, muy dado al chiste y al refrán. Nunca
tuvo ocasión ni tiempo para aproximarse a los libros. Era analfabeto a secas.
Lo que no obsta para que tuviera un talante natural extraordinario. Detestaba
epidérmicamente a los sabihondos del pueblo que venían de la ciudad mirando a
los demás por encima del hombro. Y en
verano, las pocas veces que topaba con algún estudiante presumidillo que había
venido de vacaciones, solía apretar el paso para esquivarlo lo antes posible.
Pero Zacarra sabía las cuatro operaciones aritméticas por tradición pastoril.
Conocía el nombre de muchas estrellas y constelaciones con apelativos muy
"sui generis", como las Mulillas, las Cabras, el Carretero, la Silla,
Carro grande, Carro pequeño, etc.
Distinguía
en su vuelo los pasamatas de las chatillas, los colirroyos de los petirrojos,
las tarabillas de los culiblancos, las cardelinas de los jilgueros, los engañapastores
de los torcecuellos. Era una enciclopedia al contar detalles sobre el halcón
abejero, los milanos abadejeros, los chiricoteros, los culebreros, los
aguiluchos laguneros, los pálidos y cenizos, que él llamaba zingiras, zurías y urdinas, los azores, gavilanes y
galforros, águilas negras y calzadas, cernícalos y alcotanes.
Y
no digamos el mundo
de las aves nocturnas, sobre muchas de las cuales tenía sus leyendas y
refranes, como las lechuzas, autillos, búhos, mozolos, y buharros.
Otro
de sus saberes eran las plantas con propiedades curativas, como la golpebelarra,
la cunculumbera, la cola de caballo, el cagateclas, el ataboloy.
Adivinaba
la hora del día con sólo mirar al sol. Se cercioraba en pocos segundos si
faltaban cabras u ovejas en los rebaños que tuvo a su cuidado. Como cabrero,
avisaba a los dueños respectivos si no eran puntuales al soltarlas de
madrugada, o si las abandonaban en las calles durante la noche.
Aparte
de esto, era un experto guisandero y se hicieron famosas sus "migas de
pastor" en algunas noches del frío y largo invierno gallipienzano.
Era de
estatura media, enjuto de carnes, de tez requemada por el sol y el viento.
Caminaba casi siempre cabizbajo, oteando de vez en cuando el panorama de su
clientela caprina para cerciorarse de su comportamiento.
La
boina pequeña, calada casi hasta la media frente. Tenía el tic de morderse frecuentemente
el dedo índice arqueado de la mano izquierda mientras caminaba, quizás rumiando
y estrujando en su cerebro recuerdos pretéritos, al mismo tiempo que lo tenía
bien dispuesto para silbar si las cabras o Zartxu le obligaban a ello.
Se
apoyaba en una gayata de fresno, especie de baldurra, muy afiligranada con
dibujos de animales, árboles, pájaros, siluetas humanas, grabados a punta de
navaja. Todo un documento cultural.
No
entablaba conversación con cualquiera. Ya hemos dicho lo escurridizo que se
mostraba con determinadas personas, sabedor quizás de que no sabía leer ni
escribir. Pero su lenguaje estaba lleno de salsa, sabroso, pletórico de gracejo
y muy propio de su jerga pastoril, todo ello amasado con los más nobles
sentimientos.
Jamás
se le oyó jurar, pero nos consta que mezclaba en momentos de enfado las más
bellas jaculatorias con tacos y retacos, si observaba que los animales se
apartaban del mandamiento. Se santiguaba casi instintivamente antes de cargar
la honda para disparar sus certeros proyectiles. Sabía cantares y decires
populares, prueba de su exquisita memoria. En fin, que este Zacarra analfabeto
no tenía nada de ignorante, sino de sabio y filósofo.
Tolín
era un chico que estuvo al lado de Zacarra desde los seis años. Desde esa edad
realizaba con él las cañadas larguísimas hacia las Bardenas. Siempre llamaba
tío a Zacarra, pero en realidad no lo era. Cuando llegó a Gallipienzo, tenía
unos 10 años. Vestía como Zacarra, con espaldero de cabra, abarcas duras,
cayado de fresno y la indispensable mochila, así como la embutida boina.
Tampoco sabía leer ni escribir. Pero en los meses de invierno acudía a la
escuela, y como tenía un talento natural muy despierto, aprendió mucho. Por
otra parte, la compañía de Zacarra le ilustró de todo cuanto él sabía5.
Zartxu
era un perro pastor negro, hijo de una famosa perra apodada Zarina. Era el
confidente de muchos gozos y penas de Zacarra, en las ausencias de Tolín, e
incluso ante la mirada atónita y los oídos finísimos del chico.
III.
DONDE SE CUENTA LA TRISTE HISTORIA DE TOLÍN
Entre
el río y el camino de la ermita se extiende una hondonada poblada de arbustos
de monte bajo, coscojos, enebros, madroños, sabinas, lentiscos, bujacares,
ilagas, romero, tomillo y espliego.
El
acceso a tal lugar sólo es factible a través de un camino sinuoso y larrazco, salpicado
de pudingas y revueltos peñascales, conocido todo ello con el apelativo de
Malpaso.
Ello
contrasta, en su adustez, con el apacible y deleitoso fondo de esta hondonada.
Dicen los antiguos del lugar que allí existió un monasterio cisterciense.
Era un
domingo de mayo. Con el alba, Zacarra acudió a Misa primera en compañía de
Tolín. Desayunaron frugalmente. Aderezaron la casa sita en el barrialto del
poblado y tras preparar el companaje, llenar de agua la cantimplora y sacar los
pelajes del brusquil, salieron a recoger las cabras que esperaban remugantes
por las ezpuendas de la costanera villa.
Pese a
la soñera que arrastraba, Tolín se despachó con algún canticio mientras abuzaba
a Zartxu y movía el hatajo.
El sol
mañanero, dorado y jovial, inundaba primorosamente las sierras de Gallipienzo y de Ujué. Los juguetones
chotacabras, revoloteaban por doquier. Nuestros protagonistas se dirigen hacia
Malpaso.
Zacarra
comenta:
-
Hoy hemos tenido
personal a manta de Dios en la iglesia. El cura nos ha amoláu con eso de los
hipócritas. ¿Lo oíste, Tolín?
-
No cogí bien.
Además, la mujer que teníamos delante tosía mucho. Siempre está cimorra.
-
¡Ya! La Tomasa. Es
mucho bizoca. Mucho santurrona.
-
Además, tío, don
Sebas en la Dotrina nos dice cuentos mucho majos. Aprendemos todo.
-
Hoy don Sebastián
estaba carrañoso. Ha tronau contra los andagueros, los correvidiles, los
acabacasas, las calzorreras y bragueteras.
Pero a mí me dio que pensar lo de los hipócritas.
-
¿Y quiénes son los
hipócritas?, preguntó Tolín.
-
He querido cogele
que hipócritas son algo así como los churrapalos, que ponen el nido en el suelo
y cantan en el árbol. ¿Me
entiendes? Unos camándula~ u, nos furrufallas, unos gatamusas, unos ...
-
Ya entiendo, tío.
Como aquello que me contaste de un fraile llamado "Cariñoso" y que
era un ladrón, girulo y
farrusquiador.
-
Veo que tienes mucha
listura, Tolín.
Entretanto,
llegaron con el rebaño al portillo que inicia el ribazal de Malpaso. Zacarra
alertó al chico.
-
Ya estamos en el rompecrismas.
Así que jojete! No te vaya a pasar como aquella vez que te zurrumpiaste y te
llenaste de brujones y
rasmiazos.
-
Y gracias a la
coscojera. A
pocas remato en
cogotada contra un cantal.
El
descenso se realiza con relativa rapidez, pese a lo abrupto de la senda.
El sol
comienza a hacerse sentir a medida que descienden. Las toscas abarcas de
nuestros cabreros tropiezan inermes en los pedruscos y ruejos. Los inquietos y
hambrientos animales no dan tregua. Zartxu corretea y se emplea a fondo con las
cabras que se desvían de la ruta. Zacarra, como siempre, mira al suelo y al
hatajo mordiéndose el dedo índice izquierdo, y en actitud avizora. De vez en
cuando, silba señalando los objetivos al fiel Zartxu. Ambos, Zacarra y Tolín,
están ya sudando y
aguantando el olor
caprino y
la polvareda que en
cierta zona de la pendiente levantan las cabras.
Tolín
se limpia el sudor al mismo tiempo que se quita la boina y exclama jadeante:
-
¡Qué olera y qué
sofoquina! .
. . ¿Llevamos agua?
-
iRecristina! Al que
no está acostumbráu a bragas, las costuras le hacen llagas.
- No
seas mamurro, que ya vas p'arriba y serás
grandote y falso como el mandingón de Pello, un pastor salacenco que era un
rompetechos y siempre andaba con cansera. Dicen que cuando era zagal de 18 años,
se hacía llevar a cónquilis, a alcotetas, como dicen por aquí.
Zacarra,
mientras sermoneaba, sacaba y desbrocaba la cantimplora ofreciéndosela al
chico, con el que jamás se mostró rutiñero, aunque siempre aleccionador y auténtico padre.
Mientras
Tolín gargalleteaba a gusto, asintió la razonable queja del muchacho.
-
¡Qué calorinas! ¡De
ésta, arderá la Siberia y fumaquearán las peñas!
Las
cabras seguían su manida senda. No debían ir demasiado reglamentariamente las
cosas. Porque, acabar de apagar su sed Tolín y empezar a gritos nuestro Zacarra
fue casi simultáneo.
-
iIskaaa ... ! iRecojotes de pelandusca! Ya empieza a amolarnos el
día la peliforra de siempre.
Una
cabra negra y mocha había tomado otra senda para dirigirse a una pequeña ripa
sembrada de avena. Zartxu se encargó de poner las cosas en orden.
-
Ya llegamos, Tolín.
Allí, al fondo, a nuestra izquierda, tenemos la fuente. Un manantial fresco.
Podremos echar el taco. Por la tarde, subiremos a la peña de los chiricoteros
avizorando el hatajo. Aquí hay un almutada de pasto y mucho bueno. Pa subir a
la peña, lo haremos por la espalda. De otra manera nos esnucaremos.
Poco
quedaba ya para el final. En esto, una majestuosa bandada de buitres sobrevolaba
solemnemente sobre sus cabezas a la búsqueda de carroña.
-
¡Escucha, Tolín!. ..
Pese
el estrépito que formaban las cabras por aquel fragoroso camino, unido al sonar
de las esquilas y los balidos de los cabritos y recentales, podía percibirse
una especie de zumbido proveniente de las alturas. El roce contra el viento,
todavía suave, de las enormes alas de aquellos carroñeros era la causa y origen
de ese silbido un tanto misterioso que les llegaba perfectamente a los oídos,
producido por esos veleros imponentes que son los buitres leonados.
Zacarra
no desprovechó la ocasión para contar a Tolín su particular ciencia sobre estas
rapaces.
-
Esos buitres
-"butres", decía él- van a buscar el almuerzo. Vienen de las Peñas
altas, donde viven y crían un pollo al año. Tienen mucho fato, pero sobre todo,
vista. Sólo comen carne muerta. El primero que atisba la carroña avisa a todos
con movimientos de las alas. Luego, se raya hacia el animal muerto, y todos le
siguen.
Tolín
le seguía embelesado. Zacarra prosiguió su lección:
-
Lo primero que se
jaman son los ojos. Esto lo suele hacer el más viejarrón de todos.
Después
se acercan los demás, y se comen los mejores bocados, las entrepiernas, las
carajeras, las polpas, en un cogivete.
Estas
y otras explicaciones dio Zacarra a Tolín. Entre tanto, las cabras se habían ya
detenido en la hondonada, buscando cada una su entretenimiento que, gracias al
cielo, era abundante.
Nuestros
cabreros se introdujeron por una especie de cañaveral y con templaron
placenteramente la fuente que manaba cantarina, al mismo tiempo que se
desembarazaron de la mochila y arreos.
De
bruces, bebieron una vez más sin prisas, sobre todo el chico, que cuidó también
de reponer su cantimplora por si acaso tenían que proseguir.
-
Hoy no se moverán de
aquí en todo el día. Tienen pasto de sobra. Son cerca de las diez, dijo Zacarra
mirando al sol, y podemos sentarnos aquí para echar un bocadico.
Sacó
Zacarra del bocillo el companaje de pan y chula de tocino, del que dieron buena
cuenta. Zacarra solía beber un poco de vino, y no todos los días. Prefería el
agua pura y fresca de los manantiales, de los torrentes y de las regatas bullidoras.
Mientras
cerraba la vieja y rugosa bota con el brocal y después de restregarse con el
dorso de la mano, reflexionó en alta voz, a su estilo:
-
Tolín, aunque el
vino lo bebió Jesucristo y los curas lo beben en Misa, hay que tenerle respeto
por eso mismo. No olvides aquello que yo aprendí de mi padre, y que él aprendió
de su abuelo: "De las aves que levantan el rabo, la más peligrosa es el
jarro". Y
aquello que nos
decía el Boni, el pastor aquel de mal genio.
-
iAh, ya! Contestó
rápidamente Tolín: "El vino, desde que lo pisaron, se escapó de los pies
para refugiarse en la cabeza".
-
Buena coscola
tienes, Tolín, terció Zacarra. Todo esto quiere decir que el vino hay que
tomarlo con moderación, y poco a poco.
-
Tío, un día me
dijiste que el vino curaba el catarro, la cimorra.
-
Claro que sí, y
también lo decía el Boni: "Al catarro con el jarro". Pero en este
caso lo tomamos los pastores y gente del campo como "medecina", que
como sabes, cuando Dios da la llaga, da la "medecina".
Después
de un buen rato, se levantaron para dar una vuelta y observar al detalle la
situación del hatajo. Todo estaba en regla. Zartxu también había participado
del banquete. En cosa de una hora, apenas si mudaron de lugar los animales, por
lo que decidieron caminar poco a poco a la peña de los chiricoteros. Allí
pasaron el resto del día, incluida la comida, hacia las tres de la tarde. El
panorama era bucólico en extremo. El cuadro que dibujaban los animales paciendo,
el cañaveral de la fuente, el camino serpenteante de Malpaso, la vieja y
derruida ermita de la cumbre, el río perdiéndose a lo lejos entre montañas, era
digno de contemplarse.
Zacarra,
después de comer, echó la siesta de ritual sobre la misma roca, mientras Tolín
se entretenía con la honda, haciendo puntería a una pila de piedras que colocó
a cierta distancia.
No sé
si Zacarra durmió o sólo caviló. El caso es que, aprovechando un momento en que
Tolín se acercó, cansado ya de lanzar piedras al viento y al blanco apilado, Zacarra tomó
un aspecto triste, casi perdida su mirada hacia la lejanía de la cumbre, donde
se yerguen las ruinas de la ermita.
-
Tolín.
-
¿Qué quieres, tío?
Zacarra,
tan suelto de lengua con Tolín, parecía zozobrar y las palabras no acertaban a
salir. Por fin continuó:
-
Tú me llamas tío,
pero en realidad no lo soy.
Tolín
parecía volver a nacer otra vez. Desde que comenzó a vivir lo llamó así.
Siempre lo tuvo a su lado, siempre lo acompañó, con él dormía, con él vivía, de
él aprendió todo, de su tío Zaca, verdadero padre para él.
-
Como ya eres un
hombre, pues tienes 12 años, debo contarte algo que debes saber.
Quizás
nos preguntemos por qué llegó Zacarra a contarle al chico la historia de su
origen. Y
la razón es ésta.
En el
último paso de la cañada por el pueblo, uno de los pastores le había reclamado
al chico. Zacarra, entendió a duras penas que Tolín debía ser devuelto a un
pastor apodado el Zaborte, hermano de la Luteria, mujer muy conocida por
Zacarra como ahora veremos. Nadie jamás supo nada de esta triste historia de
Tolín, que él mismo escuchó boquiabierto de labios del tío Zacarra, tío en su
creencia ingenua e inocente hasta este momento inolvidable para él, sobre la
peña de los chiricoteros, ante un panorama encantador, en una tarde de mayo. Y aquí podrá también escudriñar el
lector los nobles sentimientos y alma hermosa de Zacarra, y dar gracias al
cielo para que no falten hombres como él, ni chicos que tengan la suerte, en
este podrido mundo, de recibir las orientaciones, consejos y educación que él
pudo adquirir de su inexistente tío, al cual le tuvo tanto cariño y ternura,
que mejor y más exacto y real sería llamarle padre.
Zacarra
se quitó la boina como sintiendo un inmenso respeto al relato que se disponía a
proseguir.
-
Pues verás, Tolín.
Luteria era una moza malachandra y martuza de nuestra tierra que se vendía por
quesos, y por panes, y hasta por una cesta de setas.
-
No entiendo eso de
malachandra y que se vendía ...
-
Quiero decirte,
Tolín, que se arrejuntaba con cualquiera para tener hijos.. .
Tolín
parecía temerse lo peor, y frunció el ceño, quitándose la boina.
-
El caso es que una
mañana muy de madrugada, una mañana lluviosa de febrero, no como ésta que nos
ha salido hoy, fui a la borda a echarles el pienso a las ovejas. Ese día no era
posible salir a los pastos ...
Me
llevé petardo al ver señales en el barro que se dirigían hacia la caleta de
borda.. .
-
¡Ladrones, tío Zaca!
A
que sí ...
-
Verás, Tolín. Apreté
bien la empuñadura de la baldurra y seguí adelante. Zarina, la madre de Zartxu
-entonces era todavía casi una cachorrilla-, aulló fateando algo raro ... Casi al mismo tiempo que la perra
aullaba, unos gritos terribles y con ijadeao ... como de mucho dolor, salían desde el fondo de la
paridera.
Tolín
cambió la postura para no perder un ápice de la historia.
-
Por si acaso,
también eché mano del cuchifarro. Cogí el candil, que siempre lo tenía colgando
entrando a mano izquierda, lo encendí con valor y con miedo. Los gritos seguían aumentando. Ahora eran
también resuellos y quejanzas. Me dirigí al fondo de la borda, y al instante descubrí una mujer despatarriada
y mirando fijamente al techo, que estaba trayendo un hijo al mundo. La conocí
enseguida.
-
La Luteria, dijo
Tolín.
-
Así es, Tolín, como
tú lo dices. Era la Luteria. Aunque llevaba ruido de amaliciada, ten en cuenta
que era una pobrecita, de pocas luces, muy fácil de engañar. Y ya sabes que en este mundo hay
poca honestosidad y muchos aveletas carniceros.
-
Me gritó en un primer
momento: "Kampora, vete de aquí, largo de aquí".
Pero
yo, al ver aquella pobre mujer mirando hacia el techo y retorciéndose de dolor, le dije
lo único que se me pasó por la cabeza.
-
Puedo ayudarle.
La
verdad, Tolín, que nosotros los pastores lo único que sabemos de esto es lo
aprendido con las ovejas, y cuando vemos al albeitar con los animales en las
pariciones de vez en cuando. No tuve nada que ayudar, pues tras un grito terrible
vino un niño a este mundo.
La
Luteria se había traído toallas. Pues has de saber, Tolín, que ya iba por el
tercero o cuarto en las mismas circunstancias. Se lo llevó a la ciudad, a una casa
de monjas. Al cabo del tiempo, lo sacaron de allí. Un hermano de Luteria que
llamaban el Zaborte, se lo trajo al caserío, pero el Zaborte se tuvo que ir a
Francia al trabajo de la leña, y entonces al quedar el chico solo, me lo
entregó a mi cuidado.
-
Y ¿qué fue del chico, tío Zaca?
¿Podría venir aquí para poder estar juntos? ...
Zacarra
se volvió a poner la boina y ojeó momentáneamente al ganado que pastaba con
enorme tranquilidad. La tarde iba cayendo. El pueblo lejano de Cáseda recibía
los últimos rayos del sol. Zacarra, sacando fuerzas de flaqueza, prosiguió. –
-
El chico era majo y
mucho listo. Aprendía las cosas muy requetebién. Conocía pronto las ovejas. Las
cuidaba, era muy amañado para todo ese muetico.
-
¿Y cómo
se llamaba ese chico?
Después
de una pausa reflexiva, Zacarra añadió:
-
Se llamaba Antolín,
que era también el nombre del Zaborte, pero todos le Ilamabámos Tolín.
-
Como yo, ¿verdad,
tío Zaca?
-
Como tú, Tolín. Y ahora Tolín sabe leer y hacer
cuentas, y muchas cosas, y es mucho morretes, y es pastor como el tío Zaca, y
viste de pastor, y lleva boina, y tiene 12 años ...
Así
fue Zacarra enumerando todas las cosas buenas de Tolín. El rostro de Tolín iba
transfigurándose desde la tristeza del relato, desde la angustia y el dolor,
hasta la alegría. Primero, muy lentamente, luego a oleadas, parpadeando, adivinando
lo que iba a decir el tío Zaca. Cuando la serie de pinceladas que iba dibujando
Zacarra estaba en el momento álgido, explotó Tolín en una risa de alegría
mezclada con lágrimas, se puso la boina y se fundió en un abrazo con Zacarra y,
entre risotadas y sollozos, Tolín continuó sin despegarse del tío Zaca:
-
Y
tiene un padre
que se llama Zacarías, y yo lo llamo Zaca, y es el más bueno de todos, y el
mejor pastor del mundo, y sabe mucho, y me quiere mucho. ¡Viva mi padre! ¡Viva
mi padre!..
Zacarra
no acertaba a despegarse de Tolín. Por fin se separó un poquito, lo justo para
poder mirarle la cara y contemplarle alegre y cubierta de lágrimas y dijo:
-
iRicoime! jricontra!
jrecojotes! y ¡viva mi hijo Tolín!
Alegres
como nunca, todavía tuvo tiempo Zacarra de coger la honda y derribar el montón
de piedras que había puesto Tolín para sus ejercicios de tiro. Silbó Zacarra
tres veces, Zartxu cumplió a la perfección sus obligaciones y emprendieron el
regreso por Malpaso más felices y contentos
que nunca.
Aquella
noche durmieron plácidamente. Es como si las aguas de un río revuelto hubieran
encontrado su remanso. Y es
que Zacarra tenía la espina clavada desde que el chico fue reclamado por el
Zaborte. Ahora quedaría todo a voluntad del chico, según le habían dicho en el
Ayuntamiento. Pero Tolín, que no era tonto, sabía muy bien a qué árbol se
arrimaba y a cuál no debía arrimarse.
IV. DONDE SE PONDERAN LAS BUENAS
RELACIONES DE ZACARRA Y TOLÍN
CON LOS CHIQUILLOS
Zacarra
era amigo de los niños del pueblo, aunque tenía que contentarse con verles tan
sólo por las tardes, a la hora del encierro, en uno de los corrales del pueblo.
En los meses de invierno, encerraba en una borda pequeña, y cuando el calor
comenzaba a dejar sentir sus efectos radiantes, lo hacía en otro corral,
llamado de la villa, espacioso, amplio. El encierro duraba breves minutos, los
suficientes para que los animales salieran con destino a sus casas bajo las
atentas miradas de Zacarra y Tolín. Éste, incluso en los meses de escuela, no
faltaba a la llegada de la cabrería. Era todo un acontecimiento para la
chiquillería del pueblo esta recogida de las cabras.
Hasta
el momento preciso en que los pelajes del hatajo hacían su aparición en las
inmediaciones de estas corralizas, la chiquillería de Gallipienzo improvisaba
una enorme variedad de juegos, desde el "marro" hasta el
"burrico de las alforjas", las "cuatro layas",
"escondite", "tres navíos en la mar", "a la una andaba
la mula", "el pote", "el cinto", erc. etc. Todo un
repertorio lúdico.
A
estos juegos de movimiento, se añadían otros, según las épocas del año, como el
"alentruño", "canicas", "tabas",
"repelón", "tú la llevas" y otros del estilo. Como en todos
los pueblos, los chicos tenían su more. A las
chicas también les llegaba en más de una ocasión su correspondiente apodo.
Y
jqué casualidad!
Jamás se les ocurrió a esos rraviesillos chicos y chicas añadir ningún
sobrenombre a Tolín, salvo el de "Rapanico", con el que se le conoció
de siempre por su oficio. Tolín asistía a la escuela los meses invernales, se
hizo amigo inseparable de muchos de esos chicos y chicas, y de mayor recordaba
los nombres y sobrenombres de la mayoría de esos pequeños, y muchas de las
aventuras corridas con ellos. Digamos que jugaba a todo y se hizo querer por su
nobleza y buen carácter. Jugaba al "alentruño" con amachautines que
le traía Zacarra del monte. Son los frutos del boj, llamados chocolateras por
los chicos del pueblo. Con esos amachautines o chocolateras enseñó a los chicos
y chicas otros juegos, como el
"Albroch". Tolín era número uno en varios juegos, como el de "la
churra".
Volviendo
a lo de su feliz memoria para recordar nombres y apodos de sus amigos de infancia, Tolín hablaba con
recuerdo emocionado de "el Mostillo", "el Vinagre",
"el Gateras", "el Caguera", "el Mediopito",
"el Mocoverde", "el Currusco", "el Morrochoto",
etc.
Haciendo
más esfuerzo, recordó aventuras tenidas también con las chicas. Sólo se
acordaba de "la Guindilla", "la Sargantana", y "la
Culona". Recordaba Tolín, ya entrado en años, que a Manuel le llamaban
"el Mostillo" porque merendaba todos los días pan con un dulce casero
llamado mostillo. A Agustinico, le decían "el Currusco" porque acudía
a todas las citas diarias de sus camaradas con la esquina de una chosne, el
"currusco" tradicional. Y así,
a todos los demás los traía a la memoria Tolín explicando la adecuación del
mote con lo que era, tenía o hacía cada chico o chica.
Solía
la chiquillería en los buenos días de primavera salir a esperar a Zacarra que
venía como siempre, con Tolín, o sin él, según la época del año, pero inevitablemente
pensativo, mordiéndose el dedo en actitud cavilante.
Una
tarde del mes de marzo, un grupo de chicos y chicas decidieron ir a la espera
de la cabrería. El programa quedó diseñado en un abrir y cerrar de ojos por el
"Currusco" y "el Mediopito". Dos o tres chicas se añadieron
a la pandilla. Unos doce sumarían en la comparsa. Decidieron, en su proyecto, hacer
una hoguera, asar patatas, jugar al zurrupero y esperar a Zacarra.
Cada
uno llevó dos hermosas patatas para la rifolada y el "Berzas" se
encargó de llevar la sal. El pan no hizo falta. Aquellos estómagos de niños de diez
años no eran capaces de más.
Se
encaminaron hacia la parte alta del pueblo, en los aledaños de la ermita. Los
chicos y chicas recogieron leña, tastaburres, broza, troncos, boj, etc. La majestuosa
hoguera no se hizo esperar, si bien antes gastaron tres cerillas y sólo les
quedaba una. El "Currusco" ordenó a todos ponerse alrededor suyo para
evitar la menor penetración del aire, y con toda seriedad litúrgica dijeron repetidamente:
;''Viva Dios!", hasta que prendió definitivamente la hoguera.
El
asado de patatas era muy fácil. Se partían por la mitad, y se ponían al rescoldo hasta que
la piel se tostaba y la fécula se pusiera blanda. Luego se añadían unos granos
de sal, y comenzaba la merienda con la mayor alegría y fruición del mundo.
Para
terminar la merienda, después de refocilarse todos contando gracias y a modo de
final de fiesta, aprovechando las brasas y tizones,
encendían de nuevo la hoguera con ramajos copudos. A este hoguera la llamaban
la charada, y todos juntos cantaban mientras las ramas de boj pedorroteaban:
"Charada,
charada,
que
vienen los de Sada,
con la
camisa chirriada".
Así
terminó la primera parte del programa. Como de costumbre, se cercioraron antes
de marchar de que el fuego estaba totalmente extinguido. Era una buena crianza
que los padres cuidaban con esmero de inculcar a sus hijos.
Por
unanimidad, guiados por el talento organizador de "el Currusco", el zurrupero
lo instalaron a pocos metros de los muros de la vieja ermita. Consistía en
marcar una especie de surco con los pies, en una pendiente de unos cinco
metros. La operación siguiente se limitaba a verter agua sobre el mismo, y acto
seguido se deslizaban sobre él a gran velocidad. Previamente se cuidaban de
poner un tope en la parte inferior de la pendiente. Solía ser un arbusto o un
hueco natural del terreno. Dicen las historias que los chiquillos, sea por las
prisas, sea por no tomarse la molestia de ir a la balsa vecina a traer agua en
el buche, como era habitual, lo solucionaron haciendo pipí sobre la pendiente
del surco. Esto constituía un ritual atávico.
Comenzaban
los niños y en el entretanto las chicas debían mirar a la parte opuesta bajo la
vigilancia turnante de un chico. Luego hacían las chicas la misma operación,
pero los chicos debían colocarse apoyados sobre el muro de la ermita, de pie,
como castigados, para alejar sospechas. Las chicas daban la señal de paso del
peligro gritando "
jzurrupero,
corredero!".
Por
supuesto que "Mocoverde" y algún otro que intentó mirar de reojo fueron
metidos en cintura por "el Currusco", que se acaloraba por nada y
daba hule a cualquiera.
Jugaron
de lo lindo hasta que en los pantalones y en las culeras no cabía más barro.
Las caídas y el salto por encima del arbusto que servía de meta eran muchas
veces inevitables.
La
cabrería comandada por los boques venía acercándose por el camino llano que
recorre la altura de la sierra.
El sol
iba declinando. La silueta lejana del santuario de la Virgen de Ujué se
dibujaba enhiesta sobre la montaña. Detrás del hatajo, los niños podían divisar
perfectamente a Zacarra, Tolín y Zartxu.
Los
chiquillos tenían mucho respeto a Zacarra, no sólo porque era el pastor solícito
de sus cabras, sino porque las pocas veces que trataba con ellos les contaba
cuentos y les decía cosas sobre los pájaros, los nidos, el modo y maneras de
cuidar a las cabras cuando estaban enfermas, el mejor modo de atender a los
cabritillos, etc. En sus familias aprendían los niños a respetar a Zacarra.
Pero
siempre surgen los ocurrentes en dichos y cantares.
Y hete aquí que, a iniciativa de
"el Vinagre", pasó por aquellas cabecitas infantiles la idea de
cantarle unas letrillas a Zacarra y a Tolín. Sin duda que "el
Vinagre" las aprendió en su casa, pues tenía una abuela tan arrugada como
burlona. El caso es que nuestros amigos y amigas
se medio escondieron entre unos coscojos dominando perfectamente el hatajo y
los cabreros. Solo asomaban sus cabezas. A una
señal de "el Vinagre" y con la venia de "el Currusco",
comenzó el improvisado orfeón infantil a cantar repetidamente:
"Ya
vienen las cabras,
ya
viene el cabrero,
ya
viene el Zacarra
chupándose
el dedo".
Antes
de repetir el burlesco estribillo, las risas y el jolgorio eran fenomenales. Cuando
se cansaron de ese cantar, añadieron este otro:
"Ya
vienen las cabras,
vienen
los cabreros,
Tolín
y el Zacarra
chupándose
el dedo"
Por
cierto que "el Vinagre" enseñó a las chicas otra letrilla originaria también
de la misma fuente, su abuela, pero con distinto sonsonete. Ellas se encargaron
de llevar la voz cantante, sin que los chicos, por supuesto, se quedaran mudos.
El "Mocoverde" tenía voz gritona, aunque gangosa, y se hacía notar.
La letrilla en cuestión decía:
"Si
te casas con pastor
comerás
sopas de leche,
pero
no te faltarán
caparras
en el moñete".
No
tuvo mucho éxito esta canción y volvieron a las de antes con epílogo de alegre
algarabía.
Se me
antoja pensar que ni Tolín ni Zacarra se enteraron del argumento de dichas
canciones, aunque sí de la música. El ruido de las cabras, el campanilleo de
las esquilas en un cromatismo variadísimo, no hacían posible enterarse del
texto de las canciones. Pero es que, además, Zacarra y Tolín, alegres y contentos de ver
a la chiquillería que les esperaba, más que como chanza lo debieron de tomar
como canción de bienvenida. Digo esto porque, de improvisto, Tolín y Zacarra se
pusieron a tararear el sonsonete de la canción, al mismo tempo que levantaban
unos cabritos recién nacidos que colgaban de sus manos, improvisando una
especie de danza.
Toda
la cataplea se levantó y salió disparada hacia los cabreros. Les dejaron los
cabritillos. Era el mejor regalo y la mayor gozada que Zacarra podía dar a la
chiquillería. Cogieron los cabritillos, los acariaron y rápidamente se ofrecieron
a Zacarra para llevarlos a las casas respectivas.
Antes,
Zacarra, observando los traserillos de la pandilla, les reconvino y les
sermoneó cariñosamente. Porque el tío Zaca hacía siempre bien, sin mirar a
quién. Y
más de una vez
repetía aquello de que "el perro y el niño, donde ven cariño" 6.
Cuando
se adelantó la chiquillería hacia el pueblo para cumplir el recado, Tolín los
observó de nuevo y comentó con Zacarra sobre la regañina que les esperaba.
Zacarra quitó hierro al asunto diciendo a Tolín que "la coz de las yeguas
nunca hacen mal a los potros", aludiendo a los padres cuando castigan. Y que, por otra parte, estaba
seguro de que los chiquillos volverían de nuevo al divertido juego del
zurrupeto por aquello de que "tañe el esquilón y duermen los tordos al
son".
Damos
por supuesto que los niños recibieron en sus casas la correspondiente tocata a
"culo pajarero" como dicen por esas tierras. Pero dieron todo por
bueno. La tarde maravillosa que habían disfrutado hacía soportable todo.
V. DONDE
SE DESCRIBE UNA MEMORABLE JORNADA CON PASTORES, YEGUEROS, DULEROS Y BOYEROS
Cuentan
antiguas historias de Gallipienzo que, una o dos veces al año, los pastores,
yegüeros, duleros y vaqueros se ponían de acuerdo para pastorear juntos en una
zona elegida con antelación. Normalmente era un domingo o día festivo.
Estas
convivencias pastoriles eran abundosas en dimes y diretes, en dichos y hechos
rebosantes de gracejo, en anécdotas curiosísimas, en bromas o en cuchuflainas
como las llamaba Zacarra, rezumando siempre filosofía popular y aguda ciencia,
vertidas en estilo inimitable y peculiar lenguaje por estos personajes de
nuestra historia.
Tolín,
coprotagonista de estos acontecimientos, recordaba en su vejez una de estas
jornadas memorables, relatando con vivos colores detalles interesantísimos referentes
tanto a los hechos en sí como a las personas que los configuran.
El
dulero de la villa era por aquel entonces un tal Valero. Otro señor Ilamado Celestino,
apodado "el Muñigas", era el boyero o vaquero de unas once vacadas de
monte pertenecientes a otros tantos vecinos del pueblo, con un total de unas 150 reses de ganado vacuno rojo, de
sierra. El señor Celestino era también vaquero particular de un tal don Floro,
importante ganadero de Gallipienzo.
Otros
dos pastores, con sendos rebaños a nombre de don Juan Ezpeleta y don Claudio
Zubiri, estaban con los presentes.
Y
con todos ellos, por
supuesto, nuestros amigos Zacarra, Tolín y ZartXU.
De
cada uno de estos personajes, salvo de los pastores de ovejas, Tolín sabía muchos
datos importantes para esta historia.
Valero,
el dulero, también llamado yegüero, tenía ese oficio municipal, consistente en
cuidar el ganado mayor, caballar, mular y asnal, los domingos y días festivos,
con una soldada de dos reales mensuales. En las ordenanzas que se conservan se
dice que "en rayando el alba, hará sonar el cuerno con la pujanza
necesaria para que cada vecino saque sus ganados a las puertas de la villa en
no menos de veinte minutos entre la primera y segunda sonada".
Se
sabe que Valero era un verdadero experto en el manejo del cuerno o cuerna, como
la llaman algunos, extrayendo del mismo sonidos tapados, abiertos, redondos
unas veces y claros otras, con rara habilidad.
Valero
vestía una hosca zamarra, a veces un áspero tabardo, remendado cien veces por
él mismo. Calzaba abarcas con pieletas y portaba alforja y una gayata de
avellano. No es ocioso el recordar que Valero, además del cuerno, cosía mucho y
bien con un bastaburrin o lezna y con aguja saquera o caporraz. Solía llevarse
al campo arreos de caballerías, para arreglarlas, agrandando con ello su
pequeño sueldo.
Celestino
era, según lo dicho antes, vaquero general y boyero particular de don Floro. Se
pasaba muchas horas limpiando las cuadras de plastones y aseando a aquellas
vacas que no eran suyas de todas sus cascarrias. Por ello mismo su esencia y
existencia estaban impregnadas de un olor vacuno penetrante y emanante que,
según Tolín, recordando las palabras auténticas del tío Zaca, "echaba unas
turrufadas que tiraban p'atrás". De ahí el remoquete de "el
Muñigas".
Celestino,
por añadidura, era un hombraz, alto y fuerte, coloradote en extremo, con
sobresaliente barriga.
Para
concluir esta descripción del boyero de don Floro, nada mejor que lo que
conservamos del mismo Zacarra, siempre según Tolín.
"Es
mucho sabido que Celes era un hombrón que echaba unas tafadas que tiraban
p'atrás. Aluego llevaba ciquiña en su vestir y en las pialetas y abarcas. Esto
no es suponer que fuera fardel ni zarrataco. Se aguapaba mucho bien pa la Misa.
Eso sí. Era pero que mucho bueno pa la Iglesia. Mucho arrimáu a todo lo de
rezar y a los curas y
todo el consistorio
pa decilo pronto. Tenía pacencia y aguantadera pa largo. Sólo lo vi furo por
cafrada de un manfrodita del pueblo que en la misma portalera de la iglesia, al
tiempo que nos íbamos pa dentro le murmutió, según se supo, unos decires que le
dieron mucha gibancia:
"Anoche
soñaba yo
que mi
marido era un rey
y por
corona tenía
una
muñiga de buey".
Como
íbamos entrando, el Celes no le pudo dar de burciadas al canco. Celestino era
mucho forzudo, con biscor a regalo.
Era
también platicante en heridas, empanadizos con carduba y bálsamo tranquilo7.
Más saber de esto no tenía, aunque se contaba que a las mujeres las sanaba de
enredos y desarreglos con algunas potingas que él solo sabía".
Esta
descripción del "Muñigas" por parte de Zacarra nos empieza a reflejar
el matiz observador y positivo de Zacarra para enjuiciar a los colegas del gremio.
Nada
en particular conservamos de los otros pastores.
Y
entramos a vivir con
estas honradas gentes lo que aconteció en uno cualesquiera de esos días.
Cierto
domingo de abril, tras la Misa del alba que ofició don Sebastián, el cura de
Gallipienzo, salieron hacia Valescura, Zacarra, Valero, Celestino y Tolín.
Zacarra hubiese preferido que su inseparable rapatán Tolín se hubiera quedado
en el pueblo aprovechando el domingo para que jugara con la criería, pero no
fue posible disuadirle. Por otra parte, renqueaba un poquito al andar, desde
algunos días atrás. Tolín era valiente y no se quejaba nunca de sus males. Sólo
la sed le podía, y suspiraba de continuo por las aguas de las fuentes
cristalinas.
Mirando
al cielo, Zacarra se cercioró de la hora. Las nueve en punto. En ese momento
enfilaron el camino de Valescura, que transcurre por la cresta y la ladera de
una sierra que se pierde en la demarcación de Ujué.
En
primavera, este camino era una delicia. Las hojas nuevas de los robledades comenzaban
a verdear. Los coscojales, lentiscos, enebros y madroños, lanzaban al aire sus brotes primerizos.
Las carrascas, el boj y arbktos, cuajados de frutos, las manzanillas de pastor,
alfombraban el suelo de farolillos rojos. La vista se perdía por la izquierda
hasta donde discurre el río, divisándose junto al serpenteo plateado las casitas
blancas del molino. Y entre el río y el camino por el que marchan nuestros
hombres, un mar de arbolado de monte bajo, carrascas, labiérnagos, madroños,
sabinas y durillos. El perfume del espliego, tomillo y romero, embalsaman el
lento caminar.
No
faltan a la cita los habitantes canoros de siempre, que Zacarra los cataloga y
tipifica al instante por su simple vuelo o canto: la curruca rabilarga, el
pin-pin, el nerviosillo petirrojo, el ruiseñor, el churrapalo, la calandria. Hasta
un picatronco cantaba por el cercano monte de Beragu, así como el machacón y
obstinado cuco. Hasta rompieron el aire inesperadamente, como jugando con
nuestros hombres, dos parejas de abubillas, gallicos de San Martín, que
pusieron su nota polícroma en este paseo mañanero.
El día
estaba templado. Un leve vientecillo azotaba los semblantes de los pastores,
protegidos con sus acostumbrados arreos. El cielo se mostraba azul, de un azul
intenso como el plumaje de dos ansarones o patos de río, que, raudos, descendieron
hacia la badina del Aragón.
En
lontananza se dibujaba la silueta del santuario de la Virgen que,
infaliblemente, fue saludada fervorosamente en este amanecer de abril
dominical. Se descubrieron, y Celestino, "el Muñigas", dijo
devotamente:
"Mal
enemigo,
no
vengas conmigo,
Yo voy
contigo,
Virgen
María.
Para
ti sea este día".
Y
todos respondieron: "Amén, Jesús". Se cubrieron con sus boinas. Tras la
silueta del Santuario y sobre la torre del mismo, unas nubes blancas de contornos
duros, como mármoles, serían prontamente disipadas por el sol que ya avanzaba y
bañaba con sus rayos el panorama montaraz.
En
fin, todo era simple, ingenuo, infantil, como los paisajes de los pintores antiguos.
Tan dulce, tan religioso, tan bucólico, como los versos de los poetas
seráficos, que diría Ricardo León.
Hacia
las diez del día llegaron al sitio prefijado. Cabras, mulos y demás animales
comenzaron a desparramarse traviesamente por entre los pequeños arbustos del
lugar. Los pastores se asentaron en la falda de un montículo que les resguardaba
tanto del viento como del sol. A su derecha descollaba como un centinela avizor
el Santuario. El volteo de sus campanas llamaba a los fieles a la liturgia
dominical, y nuestros hombres, una vez más, recordaron a la Virgen al escuchar
los lejanos ecos del campanario.
Entre
Zacarra, Valero y Celestino, no cabían disensiones. Era demasiado dura su común
vida, y anidaba en sus corazones y mentes la sensatez suficiente para que la
concordia reinara entre ellos. El respeto era proverbial entre estos sencillos
pastores, y la admiración mutua por sus respectivos conocimientos era digna de
los mejores sabios.
Zacarra,
pensador y sentencioso, sabía que Celestino era un verdadero santo, un
entendido en curanderías, en plantas y en hongos. Más de un rancho de toda
clase de talofitas habían compartido juntos, sin miedo a la menor intoxicación.
Y
tanto Zacarra como
Celestino admiraban los juicios certeros de Valero en su mundo de los mulos y
caballos, de asnos y potros. Todos los animales tenían su nombre y así los
llamaba Valero. Además, Valero conocía el arte del preparado de los cuernos
para sacar de ellos perfectos sonidos. Conocía las zonas de los ríos y de los
arroyos más propicias para pescar con unos botrinos y trasmallos que él mismo
se fabricaba mediante unas lanzaderas de palo de avellano.
Estos
respetos y admiraciones recíprocas no era óbice para que de vez en cuando
discreparan y cambiaran sus pareceres sobre diversos puntos de vista, en los
que el fondo de la cuestión eran banalidades, y la salsa y pimienta se cifraban
mayormente en su vocabulario y jerga pletórica de sabor y sabiduría.
Así
iba transcurriendo el día. Mientras Tolín, con Zartxu, se responsabilizó de los
animales, dándose esporádicas vueltas por la zona, Zacarra, con Valero y
Celestino, prepararon un apetitoso y suculento rancho de patatas y conejo,
junto a la pared de una paridera vecina.
Tolín
hizo la bendición, por ser costumbre entre los pastores de estas tierras que el
más joven lo haga. Sentados en unas piedras que previamente prepararon y
descubiertas las cabezas, Tolín dijo devotamente:
'Jesús
con San Blas,
y la
Virgen María
bendigan
este pan
y toda
la comida.
Come y
reposa,
no
tengas miedo
de
ninguna cosa.
"Amén,
Jesús".
La
comida y la sobremesa fueron animadísimas. Zacarra, al ver a Valero que
estrujaba la bota en un larguísimo trago, contó lo de un pastor aragonés en las
Bardenas, que, cada vez que bebía, se ponía la mano en el pecho y afirmaba con
gran gozo: "Ya ha bajado por aquí la Virgen del Pilar". Celestino contó
historias de ladrones y bandidos que hacían de las suyas por los corrales de la
zona.
No sé
por qué, pero cuentan que a Valero le dio por hablar de la importancia de los
mulos y mulas, de los híbridos, decía él en su lenguaje entendido, de la
importancia, decimos, de esos animales en Gallipienzo. Según él, eran más aptos
para el trabajo, más rentables, más seguros de uña, en un terreno escabroso en
el que les tocaba desempeñar sus labores. Los caballos y yeguas son más
arrogantes y de más prestancia, decía Valero, pero son falsos y de menos
aguante y
sobriedad que los
mulos y borricos. Tolín aprendió entonces, por primera vez, que los mulos y
mulas proceden de cruzamiento entre caballos y asnas y entre borricos con
yeguas. Es algo que podría contar a sus amigos, y así demostrar a
"Currusco" y demás comparsa que también él sabía más que ellos en algunas
cosas.
Tras
el rancho, reposaron satisfechos, y, mientras, Tolín decidió darse una vuelta
para ojear los animales y Celestino, provisto de un zacuto, recorrió el contorno
haciendo variado acopio de milhojas, verneras, baceras, grama, kirtagorris, malviscos,
lenguas de perro, pie de león y botón de gato.
Zacarra
y Valero seguían dormitando plácidamente. En cuanto regresó Celestino, "el
Muñigas", extrajo del zurrón un puñado de hierbajos que fue seleccionando
con sumo cuidado, y los puso sobre una piedra de forma de loseta no muy gruesa
que colocó sobre las brasas del rescoldo. Los revolvía con un palito de romero,
posiblemente elegido con intenciones terapeúticas.
Cuando
toda la mezcla estuvo perfectamente tostada, la redujo a polvo finísimo con sus
propias manos, y la volvió a colocar sobre la loseta en las brasas. Tolín
volvía pacífico y cojeando un poquito de su tarea vigilante.
Tras
breves instantes, Celestino retiró de las brasas la mezcla medicinal, valiéndose
de la boina, ya que la loseta estaba intocable. A un guiño del "Muñigas",
Tolín le siguió detrás de la tapia de la paridera. Lo demás fue todo muy
natural. Tolín se bajó los pantalones y el Moñigas descubrió un hermosísimo, rojo
y purulento divieso en el glúteo izquierdo. Tolín se puso de bruces, mientras
que "el Muñigas" le aconsejó que mordiera la boina. Celestino colocó
el polvillo sobre al absceso, y sobre
el mismo, su propio pañuelo en un simple doble. Luego sobrepuso la loseta
ardiente y añadió otro nuevo doble del pañuelo. En este momento, Tolín enpezaba
a sentir dolor y
apretaba la boina
con rabia mezclada de esperanza. El Muñigas daba la impresión de estar amasando
algo, como intentando ablandar o madurar el inoportuno forúnculo de Tolín. Así
estuvo un buen rato. Advirtió al chico que mordiera con fuerza. Estaba claro
que Celestino no quería en modo alguno hacer sufrir al chico. Hacía la cura con
suavidad y no demostraba para nada la enorme fuerza que escondía en su enorme
corpachón. El caso es que en un momento, mientras le contaba a Tolín una
historia de rancamuelas, dijo: "Por la amargura y escozura a la
hermosura". Y
dio un empentón
último, que hizo ver las estrellas del firmamento a Tolín.
-
"Ya está listo,
chico". Quitó los envoltorios. El absceso había estallado, expulsando
enorme cantidad de pus y sangre. Todavía añadió "el Muñigas" algunos
leves estrujones de propina. Todo quedó perfecto. Tolín estaba gozoso y la
cojera desapareció por momentos.
Todavía
tuvo tiempo Celestino para hacerle respirar hondo sobre otras hojas que calentó
para despejarle la nariz de un resfriado mal curado que arrastraba.
Volvieron
a juntarse para unas partidas al tres en barra hasta que el sol daba muestras
de querer ocultarse tras el santuario. Decidieron regresar a Gallipienzo. No
hubo conciertos de pájaros, ni panoramas encantadores. Todos, contentos y
felices, en amena charla y en jerga sabrosa. Sólo el búho dejaba caer su canto
monocorde. Zacarra apostilló:
"Si
el búho no canta p'al tres d'abril,
o ya
está muerto o está pa morir".
En
efecto, era la primera vez que en este año le habían oído.
Y
así, contentos y
jacarandosos, desanduvieron el camino de Valescura, dejando detrás Beragu y
Barrelengu. Más contento que nunca caminaba Tolín, que además de haber sanado
sus tristes posaderas, podía respirar hondo el vapor de las cabras mezclado con
el del Muñigas y el del espliego y tomillo del camino. Además, podría contar a
Mocoverde y al Currusco muchas cosas que había aprendido en ese domingo
inolvidable de abril.
VI.
HISTORIAS QUE CONTABA ZACARRA JUNTO AL HOGARIL
La luz
mañanera, señoreando el cielo, se esparcía plácida y radiante por las casas y
lomas de Gallipienzo, bañando el contorno con tintes exquisitos de plata.
-
iAibalá! jAibalá! ... ¡qué solazo nos viene! dijo Tolín
desperezándose, mientras abría los postigos del único ventanuco que tenía el
cuarto-dormitorio que compartía con el tío Zaca.
Zacarra
seguía en la cama. Y
es que Tolín debía
acudir a la escuela del pueblo, que por entonces la regentaba un maestro
llamado don Teo, y no sabemos si hacía referencia a don Teodoro, don Teófilo, o
don Teófanes, que cualquiera podría serlo.
Por
cierto, don Teo estaba encantado de los progresos y agudeza de Tolín.
Aunque
Zacarra era muy levantero y desconocía la pereza, en este día arrastraba un
pequeño dolor en la parte coxígea.
El día
anterior, por la noche, a la hora de encerrar, se cirristró al pisar unos
cacabilores y cirrias de los pelajes en el descubierto de la corraliza, según contó
a Tolín al llegar a casa. Era también día lluvioso y el blandor del piso
contribuyó al resbalón..
A las
palabras del chico anunciando alegre el luminoso día, Zacarra sentenció sin
moverse del lecho, queriendo reflejar lo caprichoso del tiempo, y las pocas
confianzas que le infundía el mes de marzo:
-
jTolín! Febrero es
loco y marzo no poco. Para los viejos y los animales es un mes mucho pijotero.
Razón tenía aquel salacenco al decir que cuando marzo mueve el rabo, no deja pastor
enzamarrado, ni carnero encencerrado.
-
Hoy va de bueno
todo, tío. De amarguras como ayer, no caerán.
-
Eso espero, y que este sol me traiga mejora a
este niemo acaballáu que me da mucha matraca. Las cabras no quedarán al buen
aire ...
Mientras
esto decía, Zacarra saltó de la cama y se
fue hacia el rincón de la palangana y, al
tiempo que vertía agua en la misma, dijo en voz baja:
-
Con agua y con sol,
Dios es el criador.
Se
asearon ambos rápidamente, calentaron unas sopas de leche y una tortilla con birica que
sirvió para companaje de Zarraca y para el almuerzo de Tolín en el recreo de
media mañana. La comida la solía hacer los días de escuela en casa de Valero el
yegüero, que le calentaba al fuego lo que el chico le llevaba.
Antes
de despedirse hasta el anochecer, Zacarra recomendó a Tolín que tuviese mucha
cuenta con el "Currusco", que era muete mucho tunante y picardioso. Tolín
acudió a la escuela y
todo transcurrió
normalmente como siempre.
Zacarra
esta vez se dirigió hacia la zona sur del poblado, descendiendo casi en picado
por una costera que baja en dirección al río.
A su
derecha, quedaba un imponente cerro con la "Peña de los ladrones", surgiendo
poderosa e infundiendo temor y respeto a cuantos la contemplan. Forma recovecos
de difícil acceso, nido de alimañas y cubil de ladrones y bandidos desde
tiempos seculares, según rezan historias de Gallipienzo.
Zacarra
conocía algunas de estas historias de boca de Celestino, "el
Muñigas", y se las contaba a Tolín junto al fuego, en las largas y duras
noches de invierno, antes de retirarse a dormir. Tolín, a su vez, relataba las
escaramuzas y
anécdotas tenidas en
la escuela y
en los juegos con
sus compañeros.
Zacarra
pasó el día, como hemos dicho, en los aledaños del río. Su única compañía, como
tantas veces, fue Zartxu. Al abrigo de una carrasca, pasó prácticamente todo el
día. Tuvo tiempo para hacer una hermosa hoguera, para preparar lazos de perdiz
y de conejo, y plantarlos en lugares adecuados, para darle una buena sorpresa a
Tolín, como tantas veces lo hacía.
Contaba
Tolín, de mayor, que durante las comidas solitarias del tío Zaca, "su
caletre tenía un baladre0 de pensares mucho sabirondos y tartarriaba con el
perro tan campante".
En
esta ocasión, no tenemos testigos, pero traemos como anillo al dedo uno de
tantos relatos que nos han llegado de Zacarra:
Mientras
comía Zacarra junto a su perro amigo, el animal, después de candonguear unos
momentos, se tumbó lamiqueándose una de sus patas delanteras. Zacarra, comenzó
en aquel momento uno de sus célebres monodiálogos con el perro.
Amonestando
y reconviniendo al animal con el
dedo índice, inició de esta guisa sus habladeras:
-
iZartxu! Ningún
perro engorda lamisquiando. Con dinero y con
pan bailotea el can.
Y
alargó
inmediatamente un pequeño ceneque y un
tasajo de carne algo canucida traída del macharde. Aguardó a que Zartxu acabara
su jamancia y cuando se le quedó mirando como esperando nuevos regalos, Zacarra
prosiguió solemne:
-
iZartxu, amigo! Como
no eres duro de coscola, y siempre me miras callandoso, me entenderás esto. Ni
tú ni los de tu raza podéis venir a mandamiento a zaborrazo limpio, ni estos
sinsorgos que tú y yo cuidamos pueden entrar en vereda a mordiscos.
Zacarra
acarició y ordenó un poco la calforra del perro y prosiguió:
- Ni a peñazos, ni a mordiscazos,
como dice Celes. Cuando vas alrodiar a las parranderas pa buscalas y traelas,
guarda esos dientes. A la pelandusca canosa le marcaste una mordida en las
tripas que a pocas le sacas el cimborrio. Hubo que curala y cosela con ayuda
del Celes.
Con
las burricies y botonas, tranquilo. Escarmentalas sí, pero no estropicialas. Ayer
estuviste mucho agudico con la mocha de la carnalera que se nos escurrió hasta
el olivar de Crispulo, y le diste una mediana escocedura. ¡Bien, sartén! Dije
pa mis adentros viéndomela ya coja. Todo acabó en una rasmiada en el braguero.
Mejor que mejor. Tampoco podemos acobardiarnos ante desaires como los de esa
mocha, que le da por los olivares. Ni gato en palomar ni cabra en olivar.
Si la
dejas coja, pior que pior. Las cojas y con patera, las más cacateras. La cabra
coja no quiere siesta. Nos daría más quihacer que una burra con siete boches
como dice Valero.
Con
esto que te estoy sermoniando quiero decite que perros, cabras y niños, donde
ven cariño, y sin echar en saco roto que zurra mangana, es cosa sana, que
bondad quita autoridad y que a la cabra loca, los mordiscos le hacen cuerda.
Estos
y otros razonamientos y sentencias puso Zacarra a consideración de Zartxu, que
le escuchaba con exquisita atención y rigurosa compostura.
Tanto
que Zacarra, no se sabe si por el sentimiento con que exponía su retórica o
porque la atención canina le maravillaba, terminó su exposición todo emocionado,
moqui-moqueando y llorisqueando, según contaba Tolín de casos como el presente.
La
tarde caía rápida, y en la altura, apenas se distinguía el torreón de la iglesia
de Gallipienzo. Zacarra recogió el hatajo y se encaminó campante y rampante
hacia el pueblo, como todos los días, entre sus silbidos, los ladridos de
Zartxu y el concierto de las esquilas.
Toda
la chiquillería y Tolín con ellos, esperaron en la borda de invierno a la
cabrería.
Zacarra
volvió muy cansado a casa, donde Tolín ya le había preparado el fuego con
fornilla y tastaburres, y dos buenos sutondos de roble.
Cenaron
un guisado de patatas con conejo. Zacarra trajo dos del campo y una farnaca
cogidos a lazo.
Con el
calorcillo del hogar, mientras los hermosos troncos se consumían parsimoniosamente,
llegó el mejor momento, el más esperado.
Tolín
contó a Zacarra muchas cosas, entre ellas la travesura de Pedrico, Agustinico y
Clarica.
La
travesura en cuestión fue totalmente improvisada, como casi todas la que se
tramaban en Gallipienzo.
Las
cabras de la señora Cristi se habían metido en la barda de Perico, "el Mediopito".
Le faltó tiempo para dar el grito de alarma a sus amigos y vecinos, Agustinico,
"el Currusco" y Clarica, "la Guindilla".
Cerraron
la salida de la barda y no tuvieron otra ocurrencia que hacer una guerrilla con
la leche de las cabras, disparándose cada uno desde las ubres del animal que
previamente se sortearon. Para ser vencedor, había que dar de lleno en la cara
del contendiente, por lo menos tres veces. La vencedora fue Clarica, "la
Guindilla". Nuestros tres pillastres tuvieron cuidado de lavarse bien la
cara en la fuente antes de regresar a sus hogares.
Pero
de nada les sirvió, porque los animales llegaron a casa desprovistos del peso
habitual, y en cuanto la señora Cristi comenzó a ordeñarlas, advirtió el
desfalco. Al día siguiente la noticia ya era voz común, y hubo tocata matutina en
las casas de los tres guerrilleros.
Zacarra
escuchó con atención, mientras atizaba el fuego, y por todo comentario dijo a
Tolín:
- Esos muetes tienen el colmillo
ahumado. Pero les da igual. Por un gustazo, que venga el trancazo.
Te voy
a contar lo sucedido hace unos años al señor Ramón y la señora Juana..
-
Los aitaborces del
"Mostillo", aclaró Tolín.
-
Resulta, continuó
Zacarra sin inmutarse, que bajaban de recaderos o geroberos con un rocín a
Zaragoza. Seguían el camino que orilla al río, donde he pasado hoy el día ... Dicen que era día de mucha boira,
de mucha calamoquina, pa que entiendas. Cuando llegaron más abajo del
"Salto del Ciervo" ...
-
Donde nos salieron
hace unos días aquella manada de "jabalines", apostilló el chico.
-
Eso es. Pero esta
vez, al señor Ramón y a su mujer les saltaron de un recodo una banda de
ladrones armados de trabucos y grandes cuchifarros como éste (Zacarra, señaló
el enorme cuchillo de cortar sopas que tenía clavado en un tronco junto al
hogaril).
-
Saltaron disparando
al aire, atronando todo el valle del río. Era ya al atardecer.
-
Y ¿qué pasó?, inquirió, angustiado,
Tolín.
-
Se abalanzaron sobre
los pobrecitos, con más saña que los "jabalines" y gritaron:
- "La bolsa o la vida y, si
no, patas arriba".
Son
los modos que utilizan los bandidos para robar.
El
chico era todo ojos y oídos. Zacarra prosiguió:
- El señor Ramón les dio todo el
dinero ...
-
Y ¿qué más les hicieron?, preguntó
una vez más el chico.
-
Los manosearon y repasaron bien. Y una vez que comprobaron que no tenían
ni un real más, los desnudaron ...
-
iPa tiralos al río!
atajó el chico.
-
Los desnudaron y los
ataron a unos robles con la misma soga que llevaban el rocín. Los pusieron
separados como unos diez metros.
-
Y ¿qué hicieron los ladrones?,
seguía preguntando con curiosidad Tolín.
-
Los ladrones se
pusieron sentados cerquita para contar el dinero y repartirlo.
La
señora Juana, desnuda y abochornada, como te puedes imaginar, levantó un poco
la cabeza buscando a su marido, pero lo que divisó a lo lejos fue el torreón
del Santuario de la Virgen de Uxúa y dijo muy bajito:
"Virgen
María, Virgen bendita,
líbrame
de todo mal
y de
esta gente maldita".
Decir
esto y marcharse los ladrones hacia el monte sin hacerles nada más, fue todo
uno.
-
Y ¿cómo se quitaron las amarras?,
preguntó el chico.
-
¡Cosa milagrosa!,
repuso Zacarra inmediatamente. Las cuerdas se le cayeron a la señora Juana de
su cuerpo sin el menor empeño de su parte. Cuando se vio libre, se vistió y
buscó rápidamente al señor Ramón pa desatalo. Se volvieron en esa misma noche
al pueblo. Desde entonces, van todos los años en el mes de mayo a visitar a la
Virgen de Uxúa, y les acompaña mucha gente con mochorros y todo.
-
Los ladrones y
bandidos ¿dónde se esconden durante el día?, preguntó medroso Tolín.
-
Los de la historia
que te he contado, se escondían en la Peña de los ladrones que ya conoces.
Desde allí, dominaban el camino del río, y cuando la ocasión se les presentaba,
bajaban todos con su jefe para atracar a las gentes de los pueblos. Ir por esos
caminos con dinero es lo mismo que meterse en la boca del lobo. Porque lobos y
pior que lobos son esos canallas. Cambian de jefe de vez en cuando, porque
todos deben aprender bien el oficio de hacer mal. Quien con lobos anda, a
aullar se enseña.
Y
así, al calorillo
del hogaril, debajo de la "cheminera" como recordaba Tolín, el tío
Zaca y él se refocilaban y lo pasaban entretenidamente todas las noches antes
de entregarse al sueño reparador.
VII. DE CÓMO ZACARRA Y LOS DEL GREMIO CELEBRARON UNA
NAVIDAD
Los
meses últimos de aquel año fueron crueles e inmisericordes para Zacarra y los
pastores de Gallipienzo. De septiembre a diciembre, hubo días de auténticos
aguacierzos escalofriantes y de vendavales rabiosos, que hicieron penosa y
abrumadora la tarea de estos pobres pastores.
Cuentan
que en uno de esos días aciagos y tormentosos, un rayo acabó con la vida de
varias ovejas de don Juan Ezpeleta y a punto estuvo de dejar carbonizado al
pastor del rebaño.
Justamente
para augurar un buen año y olvidar cuanto de desabrido e ingrato había tenido
el que finalizaba, los dos ganaderos y al mismo tiempo carniceros de
Gallipienzo, don Juan de Ezpeleta y don Claudio Zubiri, acordaron celebrar una
Nochebuena conjunta con sus pastores y todos los del gremio pastoril, dulero,
vaquero, cabrero, etc. Todo correría a su costa.
Convinieron
también en que la cena tendría lugar en casa de don Claudio Zubiri, por ser más
espaciosa y no tener tanta fumaquera como la de don Juan.
Digamos
que don Claudio estaba casado con la señora Marga, y tenían dos hijas de diez
años la pequeña y catorce la mayor.
La
señora Marga conocía perfectamente la artesanía quesera. Esto, unido a la
carnicería y a la venta de lana, hacía de esta familia una de las mejor
situadas del pueblo.
La
familia de don Juan Ezpeleta era de otro estilo. Él era soltero, y en la carnicería
le ayudaba un sobrino de nombre Nicolás, de apodo "Zampahigos", a
causa de su proverbial afición a esta fruta.
Dicen
las historias de Gallipienzo que Don Juan tuvo una novia que le dio plantón por
el solo hecho de ser pastor, y se
casó con un mozo de labranza.
Zacarra
solía contar a Tolín que estos lances amorosos de mozas arrimaderas de
labradores y no de pastores se debían a que "llevamos ruido de cimurros y
cirriosos, con olor a cachurrina y otras cosas piores". Por eso aquello de
"No
te cases con pastor
que
huelen a cachurrina,
cásate
con labrador
que
huelen a rosa fina".
Unos
días antes se reunieron por la noche don Juan y don Claudio y programaron la
fiesta del siguiente modo:
Cena
con fansaina, cabrito, morcillón, orejones y gaztambera de propina.
Seguiría
la Misa de Gallo o de los pastores.
A
continuación ronda de esquilas y esquilones, pidiendo aguinaldos por todas las
calles del pueblo, incluido el barrialto y barrioabajo.
Al día
siguiente, como siempre, los ganados no saldrían al campo. Cada dueño los
mantenía en casa y las ovejas en sus corralizas.
Don
Claudio y don Juan no tardaron en contar con la palabra de asistencia de todos,
Valero, Celestino, Zacarra, Tolín, los pastores y Nicolás.
Hubo
repaso de villancicos para la Misa, mesa y ronda, con acompañamiento de
guitarra por parte de don Juan, una vieja pandereta y un improvisado instrumento
de percusión que ideó Zacarra con cuatro tibias de cabrito cosidas con liceta y
que producían un carraqueo curioso al frotarlas con un ruejo.
Y
llegó la noche,
pletórica de alegría y
algazara en medio de
cantares, decires y buen humor, sin que faltara tampoco una típica danza
pastorela tradicional en que se involucraron todos, desde la señora Marga,
hasta sus hijas y
Tolín.
- "Aquel
cenorrio -contaba uno de los pastores- tuvo mucho buen apaño por parte de la
dueña, la mujer de don Claudio, el corracilero mayor del pueblo. La señora Marga,
como le decíamos, era mujer gobernuda, pechona y aquella noche estuvo también
cotorreta. Nos arrejuntamos bastante personal, aunque don Sebas y algún otro
invitado no pudieron acompañarnos".
Zacarra
recordaba muchas veces en su vida esta Nochebuena tan especial.
-
Todos hicimos mucha,
pero que mucha amiganza. El cizorrico de la fansaina nos desenronó los
galluelos para poder con todo lo que aluego vino, y pa gritar y cantar toda la
noche. El cabrito asado echaba mucha olorica.
Cantamos
en la función con guitarra y un chiflo que tocaba uno del pueblo que decían el
garapitero. Otro de los pastores tocaba con un coico, y yo acompañaba con la
ristra de hueso.
A la
Misa siguieron cantares en el Belén que hacía don Sebas y la criería de
Gallipienzo con musgo de Beragu.
Aluego
nos fuimos de ronda por todo el pueblo, con toda la jarcia, y con una burra de
Valero aparejada con zalma y anganeta pa meter los regalos. A mitad de ronda
tuvo que retirarse Celes por estar un poco concurrico. La víspera fue día de
mucho airuz y una alburrucada le empentó contra una esquina estropiciándole el
costillar".
Hasta
aquí el relato de Zacarra. Se sabe también que encendieron una enorme fogata en
la plaza con fajos traídos de una barda próxima, que hicieron migas con sebo, y
todavía algunos pudieron "rader" a gusto unas costillas traídas por
don Juan el de la guitarra y se agotaron una bota y dos colodras de vino.
Se
cuenta también que Zacarra dejó de acompañar con su ristra, y puso un
chincherco o cencerro en una garrota que levantaba en alto al mismo tiempo que
saltaba con mucho vigor.
El
estruendo de esquilas era tremendo, ya que todos llevaban unas diez o doce
ceñidas a la cintura.
Al
amanecer, coincidiendo con la aparición de una fría llovizna que Zacarra la
llamaba langarra y a veces narria, convinieron en retirarse a dormir, acordando
también que Valero, dueño de la burra, se llevara los abundantes regalos a casa
para hacer el reparto en el cabo de año ya próximo.
Se
conservan algunas de las letrillas de los villancicos que estos pastores cantaron
en aquella Misa de Noche Buena y en la ronda por el pueblo. Advierta el lector
que una de las letras hace alusión a Nicolás, "el Zampahigos", sobrino
y ayudante de Don Claudio, presente en todo este acontecimiento:
Esta
noche es Noche Buena
y no
es noche de dormir,
que
está la Virgen de parto,
y a
las doce ha de parir.
Ha de
parir un chiquillo ,
blanco,
rubio y colorado,
que se
ha de llamar Manuel,
pa que
cuide del ganado.
Como
canción de ronda, cantaron éstas, entre otras:
A esta
casa hemos llegado,
muy
contentos a cantar,
y los
amos que hay adentro,
aguinaldo
nos darán.
Si nos
habéis de dar higos,
no les
quiten los pezones,
que
aquí tengo un compañero,
que se
los come a montones.
A la
noche, cuando vuelva,
he de
tener un guisado,
orejones
bien calientes
y
un morcillón bien
asado.
VIII. DONDE SE REFIEREN
ALGUNOS DE LOS MAS FAMOSOS DICHOS DE ZACARRA
Ya
sabemos que Zacarra era propenso a mantener conversaciones enjundiosas y sesudas con su perro Zartxu.
Eran
soliloquios expresivos de su saber popular, amasados y cocidos a su peculiar estilo y guisa, durante tantas horas, días
y años de soledad pastoril.
Tolín
reflejaba primorosamente este aspecto de su tío Zaca cuando decía que "mi
tío era achiquenque a discurrimientos de mucha listura, pues era muy caviloso.
No le hacían ni apurra de gracia la gente que tartaria y dice burrumbadas.
Nunca tuvo amiganzas con furrufallas ni sabirondos que paice que tienen mucho
explique y
mi tío les decía que
no eran ni picha ni borro."
"Alicuando,
mi tío Zaca decía cosas raras que nunca oí en la escuela, ni en la dotrina, con
don Sebas. Una vez a uno de Gallipienzo que le decían el forero y que paicía un sabelotodo, mi tío
lo llamó abogau de secano y riñeron
porque ese hombre había dicho algo a mi tío sobre la pacida de las cabras en Caparreta.
Mi tío le tenía mucha inquirria, lo llamaba eso que dije y arbolario, facistol, buscarruidos
y así otras cosas."
Tolín
escuchaba estos razonamientos de su tío con el perro, y en más de una ocasión
terciaba en esas habladeras, aunque lo corriente y natural para el rapatanico
era irse a jugar al chute, a la churra o tirar piedras con la honda de modo que
furrunchelaran.
No
obstante, el chico tuvo muchas ocasiones de oír las proverbiales frases de
Zacarra y conservarlas fieles en su memoria.
Conviene
advertir que muchas de esas sentenciosas parrafadas eran producto originalísimo
de este célebre cabrero, y otras, oídas en su infancia de rapatán y cañadero, aunque elaboradas en su
idiosincrasia irrepetible.
Otra
aclaración importante es que Tolín a los quince años cumplió con la escuela, y salía cada día con su tío Zaca.
Tolín siguió asistiendo por la noche a unas clases llamadas de "vela"
en la Escuela de Gallipienzo.
Los
que conocieron a Tolín aseguran que heredó de Zacarra su estilo tajante, contundente,
seco y puntilloso.
Son
muchos los temas que Zacarra sacaba a colación en sus discursos ante el perro y ante su rapatán.
Conservamos
un auténtico arsenal de filosofía popular sobre el tema pastoril, el tiempo,
los diversos animales, las mujeres, los hombres, los clérigos y monjes, los santos, la salud, etc.
Creemos
que los más curiosos y rebosantes de ciencia práctica que nos han llegado son
los relativos al sexo femenino en general, y a los clérigos. Antes de entrar en
este tema, debo advertir al lector de la historia de este humilde cabrero que
no pierda el verdadero y real concepto de Zacarra cuando escuche de sus labios
palabras y expresiones peyorativas, tanto para las mujeres como para los
clérigos.
Zacarra
tenía enorme respeto a todo lo religioso. Era un verdadero amigo de don Sebas y
de cuantos párrocos y ayudantes conoció. Les mandaba mediante Tolín parte de
ternascos, leche, culestro, queso, higadicos, etc.
Un
detalle que corrobora esto es que no faltaba jamás a Misa del alba, y repetía
pasajes enteros del sermón.
Otro
detalle es que en más de una ocasión coincidió con las rogativas en el momento
en que salía al monte con la cabrería, y Zacarra y Tolín se quitaban la boina y
se arrodillaban en el suelo con humilde reverencia.
En
cuanto a la mujer, Zacarra tenía frases de una enjundia soberana cuando hablaba
de la mujer como esposa y madre, como podrá comprobarse en los consejos que
daba a Tolín sobre el matrimonio.
Entonces,
debemos concluir que este sencillo y sabio cabrero aprendió desde muy niño esos
dichos, como antes dijimos, cerniéndolos y elaborándolos a su estilo, y
trayéndolos siempre según el momento oportuno y circunstancia adecuada, con la
mayor naturalidad del mundo.
Se me
ocurre pensar que el recuerdo perenne de Lucy, la moza del episodio de
Hondallo, o la escena de la borda con la Luteria, o las reminiscencias de lo
recibido por su madre, de la que nunca habló y de la que nada sabemos, fueron
rescoldos entre cenizas que encendieron el fuego vivo de sus adagios, tan
variopintos de matices y sabrosos de contenido.
En
cuanto a los clérigos, solía Zacarra meterlos en juego en cualquier tema. No
sabría yo decir en qué podría fundarse esa su proclividad a dicha temática clerical
y casi siempre con tintes y ribetes de crítica.
Encontrábanse
nuestros protagonistas en las llamadas Peñas Altas de los montes de Caparreta.
Era un día inclemente del mes de abril, próximo a la Semana Santa. Un día de
alternancias de sol, frío, llovizna de amarguras, como la llamaba Zacarra, y
cierzo royo y fuerte.
Como
siempre, encendieron la ritual hoguera, tan apetecible en esas cumbres. El
viento los azotaba sin piedad y las cabras, ajenas a las inclemencias del
tiempo, pacían a sus anchas por la falda de una pequeña vaguada.
No fue
tan fácil prender fuego a las ramas humedecidas. La broza estaba lloviznada y
aunque Zacarra, además del mechero de pedernal con yesca, solía llevar cuerdas
viejas de esparto y estopa para prevenir este tipo de circunstancias adversas,
esta vez le engañó el amanecer soleado y no llevó repuestos de emergencia,
fiándose en las brozas, aliagas y tastaburres.
En el
preciso momento de encender la hoguera, como siempre, Zacarra, Tolín y el perro
se apretujaron cucurricos para evitar que el airaz reinante les jugara una mala
pasada, como tantas veces.
Tolín,
como lo tenía muy bien aprendido de sus amigos del pueblo, decía muchas veces:
¡Viva
Dios! ¡Viva Dios!
No
debía funcionar bien la operación, ya que Zacarra comenzó a perder su temple, y
explotó.
-
Tolín, esto no hay
Dios que lo encienda. Ni con Dios ni con el fuego se juega. No tenemos ni
broza, ni estopa ...
-
Tío Zaca. Don Sebas
sermonió hace unos días contra el baile que hacían en una era, y dijo algo de
que la estopa no vale pa encender el fuego, y que las mozas no deben andar con
los mozos. ¿S'acuerda usté? ...
Zacarra,
ya malhumorado, respondió con rapidez:
- Eso te digo. Que no tenemos
estopa, ni broza seca, ni yesca, y esto no tira, irecojonio!
Debió
calentarse la broza a fuerza de chisporrotear el pedernal, y finalmente, prendió
el fuego, mientras Tolín incansablemente repetía lo de ¡Viva Dios! ¡Viva Dios!
Incorporados
de su postura, y mientras echaban ramas, Zacarra se despachó con esta
consideración.
-
Tolín, don Sebas
estaba un poco furo y carrañoso porque en el carnaval los mozos y mozas
fandanguiaron y se encorralaron juntos en algún sitio, como se corrió por el
pueblo; aunque no debieron pasar mayores desaguisados según se supo.
Si mi
cabeza no me engaña, don Sebas dijo que "ni estopa ni broza entre tizones,
ni mozas entre varones".
-
Así es, así es, dijo
Tolín. Lo de broza también lo dijo.
-
Y si no lo dijo, lo digo yo. Y más aún, Tolín. El hombre es como
el fuego, la mujer como la broza, llega el demonio y...
-
Echa todo a perder,
como nos enseñan en la dotrina, contestó Tolín.
-
Llega el demonio y
sopla, Tolín.
-
Y ¿por qué el demonio apaga el
fuego?, inquirió Tolín.
-
Sopla pa que arda,
pa que hagan acurrunchos y corroclocos pa que entiendas de una vez. Que paice
que tu listura está hoy mucho tardana.
-
Ahora entiendo, tío
Zaca, todo lo que sermonió don Sebas, y todas las cosas que mis amigos
"Mediopito" y "Mocoverde" contaban de los mozos y mozas.
Sentados
en una piedra junto a la hoguera, merendaron queso con medio pan cabezón.
Zacarra solía decir que "media vida en el monte es la fogata y otra media
queso con hogaza".
Siguió
Zacarra aclarando a Tolín el tema de mozos y mozas, mujeres y hombres con una
claridad y unos matices moralizantes, que muchos hijos quisieran haber recibido
de sus progenitores.
Zacarra
contó al rapatanico una historia de lobos feroces que atacaron a un rebaño, y
que un pastor con su perro los puso en fuida. Zacarra, como acordándose de
algo, dijo muy pesaroso:
- "El cabrero guarda sus
cabras de muchos lobos, y a la mujer no puede de un hombre solo".
Es
difícil encontrar el objetivo directo de estas frases en la mente de Zacarra. Sólo
podemos sospechar que quizás se tratara de una alusión a Lucy.
Después
de beber el poquito de vino que acostumbraba, era ya una muletilla oírle sentenciar:
- "Tabaco, vino y mujer, echan el hombre a
perder".
Y
este otro que nos
transmitió también la buena memoria de Tolín:
- "El fuego, la mujer y el
vino, sacan al hombre de tino".
Recordaba
también este pequeño rapatán que, por la época de acarrazar, al salir de la
escuela acudía a la zona que Zacarra le señalaba para traer los cabritos en un
borrico que el Ayuntamiento ponía a su disposición.
El
burro daba a veces muestras de rebeldía y cerrilismo, y Zacarra, que nunca fue
capaz de pegar al animal, solía despacharse con esta frase:
- "El burro y la mujer, a
churrazos hay que vencer".
Tolín
recordaba muy de mayor que una tarde invernal y ventosa, como casi todas las de este tiempo en
Gallipienzo, se encontraban bastante cerca del pueblo, por la zona de la
Concepción. Estaban al resguardo del frío en una hendidura de la roca que
tradicionalmente se llama la "Cabaña de los curas". El nombre le
viene, desde tiempo inmemorial, porque el párroco y beneficiados del pueblo
salían a tomar el sol a ese lugar citado, al mismo tiempo que hacían sus preces
rituales.
Pues
bien, en esa tarde de invierno, Zacarra se despachó con un larga letanía de
sentencias y
dichos que, a mi
juicio, constituyen uno de los mejores arsenales de cultura y sabiduría popular.
En
esta ocasión el tema mujeril se mezcló con el de frailes y clérigos.
Se me
ocurre pensar, a juzgar por lo aleccionado que salió Tolín de la escuela de
Zacarra, que este hombre siempre tenía en su intención primera, la formación de
Tolín, intentando con su peculiar estilo didáctico hacer del chico un hombre
honrado y trabajador, como así resultó.
-
Mira, Tolín, has de
saber que en las casas, si no canta el gallo, cantará la gallina.
-
Tío Zaca, los gallos
cantan siempre, y las gallinas cuando saltan del ponedor también cantan y cuando culequian.
-
¡Ojete, Tolín!
Zacarra
puso su mano sobre la cabeza de Tolín y, mientras le daba unos suaves
golpecicos, le dijo:
- Mete bien en tu cogota esto. En
las casas ocurre a veces que los hombres, los maridos, pa que entiendas, son
unos ababoles, unos fardeles y tirritarras. No tienen aforros ni calzones pa
llevar la casa, y pa remate suelen taberniar.
-
Esto ya me lo sé,
repuso Tolín, porque "Mediopito" me lo cuenta de su padre y de su
madre. Pero me estaba usted diciendo, tío Zaca, un cuento de gallos que no
cantaban en la casa y entonces empezaron a cantar las gallinas.
-
jAgudico! jagudico!
Esos maridos baldragas y fandangos son una comparanza con los gallos que no
cantan en el corral.
-
Ahora sí. Ya lo
cojo. Y
las mujeres son las
gallinas, añadío Tolín.
-
Al ser los hombres
casados, como gallos que no gallean, como se dice, entonces las mujeres se
engallan, o sía, se hacen mandamases y gobernudas.
Y
así como el marido
se va a taberniar, las mujeres se hacen callejeras, parranderas y farrusquian
por todo, hasta de noche.
-
Ya nos dice don
Sebas -repuso Tolín- que, cuando toca la campana a rezar, todos debemos
meternos en casa.
-
Y las mujeres más
-replicó Zacarra-, por aquello de que las mujeres y las cabras pronto a sus
casas. De otro modo, todo va a pior que pior.
El
viento soplaba y silbaba incesantemente entre los matorrales de la ladera. Las
cabras, impertérritas, engullían vorazmente cuanto brotaba a su paso, que no
era poco. Zacarra continuó:
- Tolín, a la mujer y al viento,
pocas veces y con tiento.
El
tema cambió con brusquedad inesperada. Por aquellos días, Zacarra solía llevar
a cabo la castración de algunos cabritos, destinados a ser irascos, como los
llaman por Gallipienzo. De mayores comandan los rebaños y hatajos y de sus
cuellos penden enormes cencerros.
Quizás
esta tarea de Zacarra, unida al lugar donde se encontraban, "la Cabaña de
los curas", o las lejanas campanadas de la torre llamando al Rosario, formaron
en la mente de nuestro cabrero una asociación de ideas tan repentinas, que del
tema de las mujeres saltó al de los clérigos, descolgándose con unos versos
llenos de donaire e ingenio, que recogían una antigua fantasía popular:
"El
cura, para ser cura,
ha de
ser como el cabrito,
que
para ser buen irasco,
hay
que capar de chiquito".
Ningún
comentario hizo Zacarra, ni tampoco pidió Tolín explicaciones, ya que se limitó
a esbozar una sonrisa inocente y admirativa a la vez. Quizás pensó Tolín para
sus adentros que sería capaz de repetir los versos a sus amigos "Currusco"
y compañía.
Todavía
siguió Zacarra con algunos otros dichos que conservamos, dentro del tema
clerical.
Zacarra
no tenía buen recuerdo de un cura joven que vino al pueblo y que él no conoció,
pero cuya historia oyó de labios de Celes. Parece ser que este novel sacerdote
quiso cambiar muchas cosas, incluido el lugar de las imágenes de la parroquia,
la manera de tocar las campanas, etc.
Era un
sacerdote al que le gustaba mucho pescar barbos en el río Melenas y en el
Molinaz. Visitaba mucho las casas, cosa digna de alabanza, si para bien de
ánimas se hace.
El
caso es que no cayó muy bien en el pueblo y duró muy poco tiempo.
Tolín
contaba que su tío Zaca sentía gran veneración por don Sebas, y que un invierno
don Sebas tuvo que irse a su familia durante una temporada, sustituyéndole uno
de sus ayudantes.
Entonces,
mi tío, en este mismo lugar de la "Cabaña de los curas", me contó la
historia que oyó a Celes, el "Muñigas", de un cura nuevo.
-
"Era un cura
joven sabelotodo, poco remau por la gente. Todo lo ponía patas arriba. Ya se
sabe. Cura joven, santos en danza. Se iba p'al río y como dice Celes, jsi los
curas van de peces, que no harán los feligreses? Y siempre trotando calles y
coscorroniando".
Se
cuenta también que de vez en cuando menudeaba por Gallipienzo un fraile gordo y
coloradote. Zacarra, con la mayor naturalidad, mientras se ajustaba un poco la
zamarra, al final de la historia del cura joven, añadió a modo de coletilla
esta frase singular:
- "Del viento helado y del
fraile colorado, guárdeme el Señor Jesús". También se atribuye al cabrero
de Gallipienzo este dicho de similar pelaje que el anterior: "Avergonzado
va el abad por entre el matorral, y el cura por la espesura".
Todavía
tuvo Zacarra un último recuerdo para el sexo femenino, esta vez en un aspecto
bastante más positivo que el que hasta ahora había demostrado en su proverbial
lenguaje. Su infancia y las relaciones con su madre, de las que no sabemos
absolutamente nada, podrían haber fraguado algunos dichos atribuidos a Zacarra.
-
Tolín, no olvides,
si alguna vez te casas, que en los maridos debe haber prudencia, y en las
mujeres, paciencia. Y poco te importe el que tengan mucha o poca dote, porque
mujer hacendosa vale más que mujer hacendada. Y entre las mujeres, la mejor, la que tiene siempre
algo que hacer, como me decía mi madre: "Toma casa con hogar y mujer que
sepa hilar". Y no te fíes jamás de las que se acicalan y embadurnan,
porque barro y cal esconden mucho mal. Y ante
todo, que tengan un poco de crianza.
Guárdate
de enamorarte de mujer por las alabanzas que de ella te dieren.
Del
tiempo y de las mujeres, sólo lo que vieres.
Huye
como alma que lleva el diablo de las parlanchinas y parleras: "Quien toma
mujer parlera, no le faltará nunca guerra". Y va sin decir ... que debe ser trabajadora porque
"mujer que no es laboriosa, o es pecadora o es golosa...".
Con
estas consideraciones terminaron aquel día y se encaminaron hacia la cabrería
de invierno, sita en la parte más alta de Gallipienzo por la zona de las
erachas, cerca del peñasco de los buitres.
Es de
suponer que en casa, junto al hogar, Zacarra seguiría con sus cavilaciones. No
podía ser menos.
IX. SE RELATA EL UNICO HECHO POR
EL QUE ZACARRA SE HIZO CELEBRE
Corrían
los primeros días de marzo. El Ayuntamiento de Gallipienzo, tras los
considerandos pertinentes, publicó un bando por el que las cabras de la villa,
dada la escasez de pasto, debían trasladarse a los pastizales de la zona de
Zabaleta, colindante con la muga de Murillo y de Ujué.
El
bando era rotundo y grandilocuente, obra del secretario don Marcelo, al que
hasta en su lenguaje ordinario le gustaba el estilo acolchado, rebosante e
indigesto.
A
Zacarra y a Tolín, les pilló de improviso este bando tan campanudo y ' sólo entendieron que tenían que
ausentarse del pueblo tres meses.
Y
esto, a la verdad,
por lo menos a Tolín, le resultaba duro de roer, aunque daba todo por bueno por
estar con su tío Zaca, el ser más querido que tenía en el mundo, junto con
Zartxu.
También
sentía cierta tristeza y nostalgia al pensar que se iba a quedar sin la
compañía de "Mocoverde", del "Currusco", del "Mostillo"
y demás comparsa, ya mozos, si bien es verdad que cada diez días volvería al
pueblo con el burro Chairo que el Ayuntamiento ponía a su disposición, para
llevar los alimentos necesarios.
Así
las cosas, y con cierta mezcla de resignación y mala gana, aparejaron a Chairo
con la zalma y la baticola bien ajustada.
Llevaban
pan, aceite, abadejo, patatas, sal, vino y alguna que otra cosilla. Aquella
zona tan poblada de conejos y perdices, y a la orilla del río, no les crearía
problemas para buenos ranchos y para exquisitas fuentes.
Recogieron
las cabras en la zona de la "Peña del Bollo" y se dirigieron hacia
Zabaleta. Los animales se detenían de vez en cuando para triscar y calmar el
hambre.
Zacarra
y Tolín comieron en camino. Todo ello motivó que llegaran a Zabaleta al
anochecer, con el tiempo justo para encerrar en la paridera señalada en el
bando, tomar un poco de alimento y acostarse en la misma paridera, con un poco
de paja, con los mismos animales.
Por el
camino, Zacarra y Tolín trabaron conversación sobre un detalle que el lector de
esta historia debe tener muy en cuenta. Nadie del pueblo, ni siquiera el
alcalde ni el alguacil, había salido a despedirlos, ni a interesarse por nada
de nada. Sólo don Sebas tuvo una pequeña conversación al salir de Misa primera
el domingo anterior.
Así
fueron transcurriendo los días, tan cambiantes como la zona misma donde la
orden del alcalde los había destinado.
Desayuno
frugal, con pan quiscorriau como lo llamaba Zacarra, y chocolate, almuerzo con
guisado de patatas y conejo, abadejo para cenar.
La
hierba era abundante y frondosa. Si apretaba el calor, Zacarra y Tolín se
situaban a comer debajo de unas matas copudas. Si el frío los acosaba, se guarecían
detrás de una gran roca. Por la mañana, indefectiblemente, revisaban los lazos
de conejo y perdiz que habían puesto la noche anterior. Siempre había piezas
para el rancho.
Por la
noche, como si estuvieran en su casa de Gallipienzo, Zacarra relataba a Tolín
muchas historias y cuentos de pastores, de ladrones, de lobos.
A los
diez días, según lo establecido, Tolín aparejó a Chairo y muy de mañana volvió
al pueblo. Por la tarde, ya estaba de regreso, con la natural alegría de
Zacarra, ávido de noticias. Tolín traía repuestos de todo, incluidas las
piedras de mechero, aunque, en honor a la verdad, Zacarra, para ahorrárselas, dejaba
por la noche el rescoldo entre las cenizas.
Pero
si Tolín había venido trayendo fielmente cuanto necesitaban, el chico llegaba
escaso de noticias. Nadie le preguntaba nada. A lo más, un leve saludo y sonrisa
de sus amigos. Ni la dueña de la botiga donde se abastecía de todo se
interesaba por su estancia en Zabaleta.
Zacarra
pensaba y comentaba todo esto con ciertos ribetes de amargura.
-
Si al menos
preguntaran por sus cabras ... En
fin, puestos en el burro, aguantaremos los palos.
Los
días pasaban con su programa habitual y monótono. Ni una persona, ni siquiera
de pasada, se acercaba por allí. Los campos y las viñas verdegueaban exuberantes,
y los innumerables pajarillos se aprestaban a tomar las providencias para
construir sus nidos y continuar sus respectivas especies.
En uno
de los días en que el sol, en oleadas de luz, iluminaba toda la cuenca del río,
Zacarra y Tolín tuvieron la ocurrencia de probar fortuna pescando a mano.
Poca
fe tenía en la aventura Zacarra, cuando nada más pisar el agua sentenció gravemente:
- Ni anzuelo, ni caña. Sólo el cebo
los engaña, decían los antiguos.
-
Y nosotros sólo tenemos las manos,
-concluyó Tolín.
-
¡Redioro, qué
cantalazo! ...
gruñó Zacarra, casi
resbalándose entre las piedras.
Ambos
seguían silenciosos en su inhabitual tarea, rebuscando entre ruejos y
pedruscos. Zacarra, quizás acordándose de los exquisitos ranchos de patatas con
conejo, prosiguió:
- Carne, carne cría, y los barbos,
el agua fría ...
-
¡Aquí los tengo!,
gritó alborozado Tolín.
Acudió
a trompicones Zacarra. En efecto, dos hermosos barbos fueron despedidos por
Tolín hasta la orilla. Mientras éstos saltaban y pirueteaban agónicos,
siguieron en la faena.
Así
pasaron largo rato. No les fue mal del todo su aventura, ya que, al anochecer,
en el rescoldo del hogaril, al menos una docena de barbos y madrillas se
turraron primorosamente.
Mientras
Zacarra saboreaba un barbo, dijo: "Tolín, el enamorado y el pez, frescos
tienen que ser".
De
nuevo llegó la fecha del retorno de Tolín al pueblo, y así una vez y otra vez,
con los mismos resultados. No sólo el alcalde ni el alguacil, pero ni siquiera
Valero, ni el "Muñigas", ni "Zampahigos", ni los ganaderos,
ni nadie del pueblo, salvo don Sebas, se interesaban por ellos. Ninguno pensaba
en estos bravos y duros guerreros que, como impertérritos centinelas,
desafiaban el agua, el viento, los truenos y los rayos, los granizos y
borrascas que batían inmisericordes más de un día y de una noche, las
agrietadas paredes del corral.
Nadie
de Gallipienzo pensaba que la soledad y la añoranza pueden minar el temple de
las personas más curtidas en los avatares de la vida.
Tolín
regresó del pueblo con los suministros para los últimos días. La temporada
tocaba a su fin. Ante las insistentes preguntas de Zacarra, todas ellas
envueltas en asombro y admiración ante el olvido de sus paisanos, Tolín respondió
secamente y
con tristeza:
- Nadie se acuerda de las cabras ni
de los cabreros.
Estos
últimos días de Zacarra en Zabaleta estuvieron impregnados de intensa amargura
y desasosiego. Siempre cavilante y pensativo, algo importante debía estar
cociendo en su interior. Tolín contaba que en estos días más que nunca, su tío
Zaca se hablaba solo, y también con el perro, e incluso con las cabras. Con él
hablaba poco. Tolín nos ha transmitido sólo una frase que pronunció en la
última cena que tuvieron, la noche anterior a la partida. Así lo recordaba
Tolín:
"Era
escuro ciego, cuando preparamos la última cena en Zabaleta, más abundosa que
las otras. Encendimos el candil por última vez. Comimos tortilla con patata y
cebolla, y un poco de conejo asado que quedaba del almuerzo. Agotemos todo el
vino, que no era mucho y mi tío Zaca, a la verdad, no cenó mucho. Estaba
callandoso y caviloso, y de lo poco que habló se me quedó una frase:
- Tolín. El alma con tristuras,
hasta en los gustos llora.
No la
entendí, ni pedí explicaciones".
Se
acostaron como siempre. Tolín durmió intranquilo, porque le oía hablar a su tío
Zaca y pronunciar frases incoherentes.
Amaneció
por fin. Era a finales de mayo. Tras desayunar pan con una onza de chocolate,
aparejaron a Chairo. Tolín se dispuso a abrir la caleta del corral para dar
salida a los animales. Zacarra caminó presuroso tras él y, sin mediar palabra,
no le permitió abrir la puerta de la borda. Ni tardo ni perezoso, se subió a la
caleta y, desde esa improvisada tribuna, Zacarra pronunció quizás el más
demoledor y
acerado parlamento
que pastor alguno haya podido proferir en este mundo.
Todas
las cabras, acostumbradas a la rutina diaria, miraban hacia la cancilla esperando
impacientes con sus balidos y esquileos la rápida salida hacia la pacida. Pero
esta vez, fue asombroso.
Al ver
a su cuidador y
amigo en semejante
posición, paseando la mirada por todo el descubierto de la corraliza y agarrado
con las manos al travesaño superior de la caleta, mientras Tolín y el perro se
mantenían quedos un poco detrás, se quedaron como estatuas inmóviles y mudas. Zacarra, con voz
despaciosa y bastante fuerte, pero profundamente sentida, inició así su bien
pensado discurso:
- Sufridoras y amigas del día y de
la noche, del sol y de la sombra, de la tormenta y de la calma. Se acabó
nuestro destierro en esta ventorrera y amoladora
Zabaleta.
-
No terminaría de
afajinar cosas bonicas de todas, sin olvidáme tampoco de los aquerras irascos y
pelajes, pues tenéis mucho buenas aguantaderas. Hay de deciros que con Tolín y
Zartxu, sois los únicos amigos que tengo en este falandrajero y cagau mundo,
abutiforrau de bocones y
cascazuris, de
cascarrones y
charranes. Pero,
idemonio matutino!, pior que todo eso, con ser tan merdusquero, hay otra cosa.
-
Me fastidian los
gatamusas, los que no son capaces de agradecer los servicios de los que sólo
tienen abarcas, espaldero y unos
arrabetates. Me fastian los que tienen tantas duricies en su concencia y en su
corazón, que no se acuerdan ni de sus cabras, ni mucho menos de los cabreros.
-
Me fastian los que
sólo piensan en su renombrancia, en su logaril y en sus presumiderías.
-
Por eso, Tolín,
Zartxu y yo os agradecemos vuestra calorica y vuestro aliento en las noches de
ventorrera fría.
-
No queremos ser como
el demonio, que es un chapucero desagradecido. El que no agradece, a Satán se
parece.
-
¡Qué tres meses
hemos pasao! Hemos aguantau junticos las tormentas, las ventiscas, los
aguaceros, las granizadas, las tronadas y hasta el calorazo y las sofoquinas, y
también, buenos raticos de sol, paz y calma. Hemos estau junticos en esta
resquebrajada y destartalada corraliza con que vuestros agasajosos y pelamorros
dueños y el alcalde del pueblo nos han obsequiau.
-
Habéis aligerau mis
tristuras y todos los escarabajeos y hormigueos que se me meten en la sesera y
me chucarran y quiscorrian por aquí dentro.
-
Y más de noche,
baladriando con pensares de esa catadura, de esa gente de mala crianza, gastona
y postinera, que piensa en todo menos en los que los aguantamos sin decir ni
mu. Gracias, sufridas compañeras.
-
Desdichas y caminos,
hacen buenos amigos. Y aunque a un desdichau como vuestro cabrero, le buscan
las desdichas y malapasadas por todos los rincones y corrales, con vosotras a
mi lado he tenido buen conformar.
-
Ya sabéis, amigas de
fatigas y tormentas, y lo saben también Tolín y Zartxu: "El que con su
desgracia se conforma, su dicha se forma".
-
Gracias, muchas
gracias por vuestro calor inseparable, a un cabrero como yo.
-
Vuestros dueños,
vuestros amos, a quien humildemente sirvo, no son como vosotras. Por un lau te
manosean y por otro te mordisquean.
-
Queridas cabras,
chotos, irascos y cabritillos. Más vale vuestra amigancia callandosa que los
lametazos y atusamientos de esos enreadores, rutiñosos, cagaus y chupacharcos
de amor vuestros y míos, que te dejan el cuerpo llenico de lamisquiaduras y
zalamerías y el alma llena de sequez y resquebrajaduras como esas rocas que
tenemos en el cerro.
-
Andragueros, falsos
y zalameros, nunca son amigos de los cabreros, decía el Boni.
-
Porque nuestro
caletre nos dice, sin ser sabirondos ni tampoco alelaus, que esos repolaineros
y pindongueros por delante amagan y por detrás cocean, tiran pingas, como dice
Valero, y además de cocear, te raden.
-
El buenísimo don
Sebas, que no nos olvida, dice en la iglesia que esos tales "llevan la
cruz en el pecho y al diablo matutino en los hechos".
(Tolín,
Zartxu y el ganado seguían inmóviles, y hasta
comenzó el remugueo entre las cabras).
Zacarra
se ajustó la boina en este preciso momento y prosiguió a gritos, como fuera de
sí.
-
Ya sabéis que amor
con amor se paga, y que a todo cerdo llega su San Martín. Como la ocasión la
pintan calva, y cuando el aire es favorable hay que aprovechálo, prestad
atención, sufridos y
queridos amigos y
amigas:
- A buen hambre, no hay pan duro,
ni debe faltar salsa a ninguno, y como a barriga llena, corazón contento, ha
llegado la hora de recompensar vuestra leal amiganza y compañía.. .
- Amos
y dueños que no dais, ¿qué esperáis? Pan, pan, muchos lo toman y pocos lo dan.
¿Quién puede poner prohibiciones a mis cabras queridas? Que ayunen los santos,
que no tienen tripas. Así paga el diablo, a los amos desagradecidos.
Dicho
esto, se bajó de la caleta y la abrió con energía. Ayudado por Zartxu y por el
asombrado Tolín, metió las cabras por todos los viñedos y campos verdeantes
como nunca. Zacarra callaba. Estaba en otro mundo, ensimismado, enajenado. De
pronto, levantó la voz.
-
Devorad, arrasad,
triscad, retozad. Todo es de vuestros amos, de vuestros señores, de vuestros
dueños, de los míos. Se verán muy contentos. Os premian vuestros largos días de
ausencia.
Tras
breve pausa, continuó:
- Dios del cielo. Ya sé que no es
bueno vengarse, pero no es malo refrescar memorias, ni desquitarse. Señor Dios,
buen Pastor, perdona este regalo que he guardado pa mis queridas cabras. A
mucho amor, mucho perdón, y la pasión, digna es de conmiseración.
Por
espacio de tres o cuatro horas, los animales asolaron los campos y viñas. Aquel
año, no hubo cosecha de ningún tipo por aquella zona.
Regresaron
al pueblo. Zacarra volvió a su normalidad, como si nada hubiera pasado. En
Gallipienzo les esperaba toda la chiquillería. Nadie supo nada hasta meses
atrás.
Corrió
la noticia con la natural ruidería de pueblo. El señor alcalde habló con
Zacarra largamente, así como- con Tolín. Cuentan que Zacarra no dijo ni media
palabra.
El
caso es que el cabrero siguió como siempre. Que todos se acordaron durante toda
su vida y cuentan de generación en generación esta anécdota de Zacarra, que
pasó a la leyenda precisamente por este desaguisado, por esta zacarrada, como
decía la gente. Pero gracias a ella hemos podido saber lo mucho de bueno y
sabio que atesoraba el corazón de este cabrero entrañable y, por supuesto,
digno de memoria.
Tolín
se fue haciendo cada vez más hombre, y su comparsa de amigos también. Los niños
y niñas del pueblo eran ya distintos, por ley de vida. El hatajo de cabras fue
creciendo en número. Los años iban pasando y pesando sobre Zacarra como una
carga tremenda.
Día
tras día recorriendo siempre las mismas tierras, los mismos caminos, andando y
desandando senderos y vericuetos, aguantando las intemperies más crudas y los
calores más justicieros, hasta muy entrado en años.
Los
últimos años ya no salía con la cabrería. Se contentaba con esperar a Tolín, su
sustituto en el oficio de cabrero.
Zacarra
fue querido de todos, respetado, admirado por su trabajo, por su sensatez, por
su talento natural.
X.
RÉQUIEM POR
UN
HUMILDE CABRERO
Zacarías
Eseverri Miquelana, Zacarra, el célebre cabrero de Gallipienzo, murió víctima
de una pulmonía en los primeros días de febrero de 1850.
Don
Nazario, el médico del pueblo, se vio impotente para atajar el mal.
Los
setenta años durísimos de este humilde cabrero minaron poco a poco su salud de
roca. Solamente tres días guardó cama. Hasta entonces, se mantuvo como un
gladiador en su campo de batalla.
Como
testigos de su apacible muerte, sólo Tolín, ya mayor, y don Sebas, casi
nonagenario.
Zacarra
observó, aunque dificultosamente, la tristeza que invadía a su inseparable Tolín,
y entre golpes intermitentes de tos, logró decirle:
- Tolín, ningún día es malo, si la
muerte viene a tiempo.
Fue la
última de las innumerables sentencias que pronunció en su vida.
Dos
días antes, le había dicho a don Nazario:
- En mal de muerte, no hay doctor
que acierte.
Don
Sebas le prestó los últimos auxilios espirituales, y recitó la Recomendación del
alma. Zacarra musitó su postrera oración en este mundo:
"Como
estoy en esta cama,
estaré
en mi sepultura.
Ahora
que llega mi muerte,
ayúdame
Virgen pura.
En tus
manos, Buen Pastor,
me
entrego ya por entero.
No lo
niegues tu favor
al más
humilde cabrero".
Así
rindió su alma el pobre y humilde Zacarra, en las manos del Señor.
Tolín
y don Sebas se emocionaron. Ellos mismos amortajaron a Zacarra con su ropa
normal de pastor, incluidas la zamarra y la boina.
El
pueblo entero desfiló para darle su último adiós, y rezaron devotamente el Rosario
como es costumbre en Gallipienzo.
-
"Los buenos,
Dios se los lleva. Los malos, aquí se quedan", murmuraron unas viejecitas
vestidas de negro. Celestino y Valero, acompañados de Tolín, velaron toda la
noche en la estancia mortuoria, iluminada por cuatro enormes cirios que puso
don Sebas.
Al día
siguiente fue el funeral y el entierro. Aquel día frío y desapacible de febrero
el lenguaje de las campanas parroquiales redoblaron con acentos más
quejumbrosos y sombríos que nunca.
Nadie
del pueblo faltó a la Misa de Requiem. A continuación el cortejo fúnebre enfiló
las cuestas del pueblo hacia el camposanto, situado en la parte alta del mismo,
junto a la ermita del Salvador.
Lloviznaba
insistentemente. La cruz parroquial, flanqueada por dos ciriales, abría el
cortejo. don Sebas, con sobrepelliz blanco y estola negra, seguía a los
monaguillos. A continuación, el féretro, portado a hombros por Tolín y por sus
amigos de infancia y de siempre, "el Mostillo", "el
Currusco", el Mocoverde" y otros que se turnaban por llevarlo.
Seguían los hombres y mujeres, y todos los niños y niñas del pueblo con sus
maestros, todos muy tristes y compungidos, mientras resonaban, cada vez más
lúgubres, los bronces de la torre.
Algunas
cabras, desperdigadas por entre las sinuosas callejuelas, parecían dar su
último homenaje a su inseparable pastor.
Llegados
al camposanto, y tras los ritos de rigor, el cuerpo de Zacarías Eseverri
recibió cristiana sepultura.
En el
sitio exacto de su reposo, el Ayuntamiento levantó una lápida funeraria que se
mantuvo erguida muchos años, como eterno vigía, desafiando intemperies, como el
que allí dormía para siempre. En la lápida figuraba esta leyenda:
+
AQUÍ DESCANSA
ZACARÍAS
ESEVERRI MIQUELENA
FALLECIDO A LOS
70 AÑOS
EL 6 DE FEBRERO
DE 1850
R.I.P.
Para conocimiento de los interesados en esta
historia, sabemos que Tolín recibió como única y gloriosa herencia la gayata de
fresno afiligranada y la honda de Zacarra. Zartxu había muerto hacía años de
puro viejo y
le sucedió en su
oficio un perro medio agalganado que les regaló Valero.
Siguió
Tolín su oficio de cabrero durante algunos años. Luego recibió una herencia de
trescientas ovejas de su tío el Zaborte, y tuvo
que ausentarse de Gallipienzo.
Seguía
bajando desde la montaña hasta muy anciano, para visitar en el camposanto a
Zacarra, el ser más querido que tuvo en el mundo, el pobre y humilde cabrero de
Gallipienzo.
Notas:
1.
Alfonso el Batallador (1079), rey de Pamplona y Aragón, concedió y la hizo
merced de pastos y aprovechamiento en las Bardenas reales, cuyo privilegio fue
confirmado por los reyes sucesores. En 1237 Teobaldo 1 arregló sus pechas de
manera que sólo pagase 200 cahices, mitad trigo y mitad cebada, y 200 sueldos
por la cena: que sus habitantes no fuesen a labrar ni a facendura ninguna, salvo
los derechos reales de hueste, cabalgada y las colonias. El rey Felipe de
Francia y Navarra confirmó dicho privilegio por los años 1300. En 1366,
existían en Gallipienzo 60 vecinos, entre 4 hidalgos. En 1375, Carlos 11 donó el
castillo, pueblo, pechas, bailio y jurisdicción, baja y mediana a Fernando de
Ayanz perpetuamente para él y sus herederos; pero este señor había vuelto ya al
mismo rey en 1380, en que consta donó nuevamente el pueblo de Gallipienzo, con
todas sus pechas, a Remiro de Arellano su cambaslen, reservándose la alta
justicia, el resort, la pecha de los judíos y las ayudas extraordinarias. En
1450 Juan 11 donó la pecha de dicho pueblo a Juan de Ezpeleta; era entonces
esta pecha de 80 cahices de trigo, otros 80 de cebada y 12 lobras. Posteriormente
se redujo toda ella a 127 libras y 10 sueldos con título de censo perpetuo que
cobraba Cristan de Ezpeleta, sucesor de Juan. (Diccionario geográfico-estadistico-histórico
de
España y stls posesiones de Ultramar. Por Pascua1 Madoz (en 16 tomos). Tomo
VIII, Madrid, 1847, p. 285).
2.
En tiempos de Zacarra, a juzgar por los documentos de entonces, Gallipienzo
poseía dos parroquias: San Pedro y San Salvador, un cementerio en la parte más
elevada del pueblo, ocho ermitas dedicadas a San Babil, Santa Elena, La
Concepción, Santa Quiteria, San Zoilo, San Pelayo, San Juan y San Sebastián,
actualmente derruidas. Junto a la de Santa Quiteria, se dice que existió un
monasterio de templarios y luego de cistercienses. Por sentencia judicial, este
monasterio pasó a propiedad de la villa. Servían al poblado un Párroco y tres
Beneficiados.
3.
Nota
importante: Consúltese el VOCABULARIO final para mejor entender y comprender esta
fidedigna historia.
4. La bajada de la montaña a la Ribera, a
herbagar, a invernar, se llamaba dedallada. Era por San Miguel, a final
de septiembre. Por Gallipienzo coincidía a veces con días de bastante calor.
Había una copla alusiva a esa bajada de
los rebaños:
Ya ha llegado San Miguel.
Pastores a la Bardena.
a beber agua de balsa
v a dormir a la serena
La subida de los rebaños se llamaba puyada,
y se hacía por la Cruz de mayo, los pastores subían muy alegres:
Ya ha llegado Santa Cruz.
Pastores, a la montaña,
a comer migas con magra
y a dormir en buena cama.
5. A Tolín le llamaban en Gallipienzo
el Rapatanico, con la acepción de chiquillo al servicio de otro. Es diminutivo
de Rapatán, Rabadán, equivalente a Zagal.
De la Ribera es este diálogo:
- Rapatán, a la majada.
- ¡Ay!, señor; que hay mucha rosada.
- Rapatán, a las migas.
- ¡Ay!, señor; voy enseguida.
- Rapatanico, al rinconcico.
- Voy corriendo. ¡Qué gustico!
6. Zacarra, según
las épocas, acostumbraba a traer los bolsillos repletos de catites y de manzanicas
de pastor para la chiquillería que le esperaba en la cabrería.
7. Carduba - Llamado hongo de
los cirujanos, se empleaba, entre otros usos, para detener hemorragias. Bálsamo
tranquilo -
Remedio
casero de medicina popular a base de aceite de saúco, sal, vinagre, piel de
culebra, etc., y
se
usaba para curar heridas.
VOCABULARlO
ABABOL. Persona
abobada
ABOGAU DE
SECANO. Que no sabe nada y pretende enseñar
ABORRAL. Terreno
de pasto provisional
ABUTIFORRAU.
Harto de comer, lleno
ACABACASAS.
Persona malgastadora
ACABALLAU.
Ponerse una cosa sobre otra
ACACHETEAR. Dar
la puntilla a una res
ACARRAZAR.
Parición de las cabras u ovejas
ACURRUNCHOS.
Excederse en ternezas
ACHIQUENQUE.
Propenso a algo
AFAJINAR. Hacer
fajos. hacer acopio
AFORROS. Tener
condiciones
AGUANTADERAS.
Aguante
AITABORCE.
Abuelo
AIRUZ. Aire o
viento fuerte. Ventarrón. Airazo. Airaz
ALBEITAR.
Veterinario
ALCORCE. Atajo
del camino
ALCOTETAS, A
CONGUILIS. A hombros, a horcajadas
ALDARRO. Anda
dificultosamente, por edad u otra cosa
ALMUTADA. Gran
cantidad. Almute, medida para cereales
ALICUANDO. De
vez en cuando
ALRODIAR. Rodear
ALUEGO. Luego
AMACHAUTINES.
Fruto del boj
AMALICIAR.
Viciar, corromper
AMARGURAS.
Lluvia fina que azota la cara
AMIGANZA.
Amistad
AMOLAR.
Fastidiar
ANDRAGUERO.
Chismoso, entrometido
ANGANETA.
Armazón de mimbre para llevar cuatro cántaros
APURRA. Miga
AQUERRA. Macho
cabrío
ARBOLARIO.
Extravagante, raro
ARRABETATES.
Pantalones muy remendados
ATABALOY. Planta
narcótica para curar picaduras
AVELETA. Buitre
BALADREO.
Devaneo y
bullir
de pensamientos
BALDURRA.
Garrote
BARDA. Depósito
de leña
BARRIALTO. Barrio
alto
BARTABURRIN.
Lezna
BATICOLA. Correa
del aparejo que pasa debajo de la cola
¡BIEN, SARTÉN!.
Expresión cuando alguien hace un estropicio
BISCOR. Vigor,
fuerza
BISCURNIA. Bizca
BIZOCA. Beata,
santurrona
BLANDOR. Blando
BOCADICO. Comida
ligera
BOCILLO. Zacuto
BOCHE. Cría de
burra, pollino
BORDA. Corraliza
BORRO. Cordero
grande castrado
BOTIGA. Tienda
de ultramarinos
BOTONA. Mujer
terca
BOTONUDA. Mujer
de mal genio
BOTRINO. Unas
redes con aros para pescar
BOYERO. Pastor
de bueyes
BRAGUERO. Ubre
BRAGUETERA.
Mujer lasciva
BRUJÓN. Chichón
BRUSQUIL.
Corralillo oscuro para los chotos, recentales, etc.
BUHARRO. Ave
parecida al buho
BUJACAR. Terreno
de bojes
BURCIADA.
Bofetada
BURRICIES.
Terquedad
BURRUMBADA.
Fanfarronada
BUSCARRUIDOS.
Enredador, criticón, lioso
CACABILOR.
Excremento de ganado cabrío
CACATERA.
Entrometida
CACHO. Caído.
Cuernos cachos, equivale a cuernos caídos
CACHURRINA. Olor
a ovejas
CAFRADA.
Brutalidad propia de cafres
CAGATECLAS.
Simiente semejante al cañamón y produce diarrea
CAGAU. Mezquino,
miserable
CALAMOQUINA.
Niebla espesa y baja
CALFORRA.
Cabellera revuelta
CALORINA. Calor
excesivo
CALZORRA.
Prostituta con los convecinos
CALLANDOSO.
Reservado, callado
CAMANDULA.
Falso, hipócrita
CAMASTRÓN. Mozo
viejo
CANCO.
Homosexual
CANDELERO. Levantado.
Cuernos candeleros equivale a cuernos levantados
CANDONGUEAR.
Hacer zalamerías
CANSERA.
Cansancio
CANTAL. Piedra
grande
CANTALAZO. Golpe
de cantal
CANTICIO. Canto,
canción
CANUCIDO.
Podrido, enmohecido
CAÑADA. El
rebaño trashumante o la ruta que sigue
CAÑADEAR.
Trashumar
CAÑEDERO. Pastor
de cañada
CAPORRAZ. Aguja
saquera
CARAJERA. La
entrepierna
CARDUBA. Hongo
que detiene hemorragias
CARNALERA.
Esquila de cabra
CARNELERA.
Esquila de carnero
CARNUZ. Carroña
CARRAÑOSO. De
mal genio
CATAPLEA.
Pandilla
CATITE. Flor
comestible que fructifica en "Manzanilla de Pastor"
CENEQUE. Pan
duro
CIERZO ROYO.
Viento norte helador, en contraposición al negro o suave
CIMBORRIO. Las
entrañas
CIMURRO. Roñoso
CIQUIÑA.
Suciedad
CIRRIOSO. Sucio,
marrano
CIRRISTRARSE.
Resbalarse
COGIVETE. Coge y
vete. En sentido de rapidez
COICO.
Recipiente de madera con asa y sirve de cueceleches
COLA DE CABALLO.
Planta que cura erupciones de la piel
COLODRA. Vaso de
cuerno
COMPANAJE.
Comida del campo
CONCURRICO.
Agachado
COPORRO. Colodra
CORRACILERO.
Dueño de corralizas
CORROCLOCOS.
Arrumacos, halagos
COSCOLA. Cabeza
COSTERA. Cuesta,
pendiente
CRIANZA.
Educación
CUCHIFARRO.
Cuchillo grande
CUCHUFLAINAS.
Bromas
CULEQUIAR.
Ponerse cluecas las gallinas
CULERA. La parte
del trasero
CULESTRO. Calostro.
Cuajada de la primera leche de cabra después de parir
CURRUSCO. La
parte extrema del pan
CHACLAS.
Esquilas
CHARADA. Fogata
CHEMINERA.
Chimenea
CHINCHERCO.
Cencerro
CHIRICOTERO.
Alimoche
CHOCOLATERA.
Fruto del boj
CHOSNE. Pan
pequeño
CHOTACABRAS.
Pájaro de cola larga o pin -pin
CHULA. Lonja de
tocino
CHUPACHARCOS.
Ruin, rastrero
CHURRAPALO.
Pájaro con una especie de moñete
CHUTE. Juego
consistente en tirar piedras contra otra puesta verticalmente
DEBALLADA.
Bajada de los rebaños trashumantes
DEMONIO MATUTINO.
Expresión de enfado por algo mal hecho
DESENRONAR.
Quitar estorbos
DESPATARRIAU.
Con las piernas abiertas
DULA. Ganado
mayor caballar, mular y
asnal
DULERO. Que
cuida la dula
EMPANADIZO.
Panadizo o inflamación en los dedos
EMPENTÓN.
Empujón, empellón
ESNUCARSE.
Desnucarse
ESPALDERO.
Zamarra de piel de cabra
ESPUENDA O
EZPUENDA. Sendero
FACISTOL.
Desastrado
FALANDREJO.
Andrajo
FANSAINA. Sopa
de vino
FARDEL.
Descuidado, mal vestido
FARNACA. Cría de
liebre
FARRUSQUIAR.
Parrandear, pendonear
FARRUSQUIADOR.
Pendenciero, camorrista
FASTIAR.
Fastidiar, hartar, causar hastío
FATO. Olfato
FORERO.
Entendido en leyes
FUMAQUERA.
Humareda, despedir humo
FURO. Furioso
FURRUFALLAS.
Engañadores, de baja estofa
FURRUNCHELAR.
Furrundiar, hacer zumbido las piedras
GALFORRO.
Gavilán
GANCHERAS.
Agarrotadas las manos del frío
GARGALLETEAR.
Beber a chorro
GATAMUSAS.
Hipócrita, de apariencia mansa y luego hiere
GAYATA. Palo que
termina en T
GAZTAMBERA.
Leche cuajada
GEROBERO.
Recadero
GIBANCIA.
Molestia
GIRULO. De malas
intenciones
GOBERNUDA.
Imperiosa, mandona
GOLPEBELARRA.
Hierba que cura los golpes
HABLADERAS. Que
habla mucho
HABLADICA.
Conversación breve
HIERBAGANTE.
Tiene derecho a las hierbas de un terreno
HOGARIL. Fogón
HULE. Dar
azotaina a los niños
IJADEO. Sofoco
ISKA. Voz para
llamar a las cabras
INQUIRRIA.
Tirria, aborrecimiento
IRASCO. Macho
cabrío castrado
JARCIA.
Cuadrilla de personas
JERGA. Lenguaje
especial de alguien
LAMETAZO. Golpes
de lengua al lamer
LAMISQUIAR.
Lamer
LANGARRA. Lluvia
fina
LEVANTERO.
Madrugador
LISTURA.
Listeza, agudeza
LOGARIL. Hogaril
LLORISQUIAR.
Lloriquear
LLORISQUIANDO.
Lloriqueando
MALACHANDRA. De
mala índole
MAMURRO. Llorón,
gruñón
MANDINGÓN.
Gandul, falso
MANFRODITA.
Marica
MANZANICA DE
PASTOR. Fruto de una planta silvestre
MARDANO. Carnero
semental
MARTUZA. Mujer
gorda y floja
MOCHA. Cabra sin
cuernos
MODORRA.
Somnolencia
MODORRINA.
Modorra excesiva
MOÑETE. Moño
sobre el cogote
MOQUIMOQUIANDO.
Verter lágrimas nasales
MORCILLÓN.
Morcilla grande, "ciega" o "cular"
MORRETES.
Apelativo cariñoso
MOZOLO. Mochuelo
MUETE. Mocete
MUETICO.
Diminutivo de mocete
MUIR. Ordeñar
MURMUTIAR.
Hablar en voz baja quejándose de algo
NARRIA. Lluvia
fina, sirimiri
NIERVO. Nervio
NI PICHA NI
BORRO. Ni fu ni fa
OLERA. Que huele
mucho
¡OJETE!.
¡Atención!
PATERA.
Enfermedad del ganado
PELAJE. Ganado
cabrío que guía al rebaño de ovejas o cabras
PELENDUSCA.
Mujer ligera de cascos
PELIFORRA.
Equivale a pelendusca
PICARDIOSO. Que
tiene picardía, malicia
PIELETA O
PIALETA. Paño grueso de lanilla para cubrir el pie
PINDONGUERO.
Callejero
PINGA. Coz de
burro o burra
PLASTONES.
Chazas. Excremento de vaca
PLATICANTE.
Practicante
POLPA. Carne sin
hueso
PUYADA. Subida
de los rebaños trashumantes
QUEJANZAS.
Quejas
QUISCORRIAU.
Tostado
RADER. Roer
RALERA. Esquila
RAPATAN. Criado
al servicio de otro. Pastor, zagal
RAPATANICO.
Diminutivo de rapatán
RASMIAZO.
Arañazo
RECENTAL.
Cabrito o cordero de leche
iRECRISTINA!.
Expresión de disgusto o contrariedad
REPOLAINERO. Que
no hace las cosas bien
RESUPINAR.
Caerse un burro en mala postura y no poder levantarse
RIFOLADA.
Merienda
RIPA. Tierra con
declive
ROMPECRISMAS.
Terreno abrupto
ROMPETECHOS.
Persona de elevada estatura
RUEJO. Guijarro
RUTIÑOSO. Tacaño
SABIRONDO.
Sabihondo. Presume de sabio
SOFOQUINA. Mucho
sofoco
SOÑERA. Sueño
excesivo
SUTONDO. Tronco
en el fogón
TACO. Comida
ligera
TAFADA. Olor
fuerte
TARAFADA. Tafada
TARTARRIAR.
Hablar mucho y
de
poco fundamento
TASAJO. Trozo de
carne seca y salada
TIRRITARRA.
Diarrea
TOCATA. Zurra
TRASMALLO.
Aparejo de pesca con tres redes
TRISTURAS.
Tristezas, angustias
TRUCO. Esquilón
TURRUFADA.
Tafada
ZALMA. Aparejo
de madera en forma de tijera
ZAMARRA. Piel de
macho cabrío para cubrirse la espalda
ZARRATRACO.
Andrajoso
ZURRUPERO.
Zurrumpero. Deslizadero por cuesta resbaladiza
ZURRUPIAR.
Resbalarse en zurrupero