VERSIÓN MÍTICA DE LA TRASHUMANCIA NAVARRA
Desde siempre se ha buscado la clave histórica que
explique por qué curiosa -o misteriosa razón, los valles pirenaicos navarros
gozan del privilegio de aprovechamiento de los pastos de las Bardenas Reales,
junto con el resto de pueblos congozantes situados alrededor del territorio
bardenero.
Algunos historiadores sitúan el origen de los privilegios
roncaleses en dos batallas: la de Olast y la de Ocharren.
Cuentan que,
en el año 785, el califa cordobés Abderramán, de regreso de una incursión
militar por la Galia, asolaba los pueblos del Valle de Roncal. Sus habitantes,
ayudados por el rey Fortún García, decidieron plantarle cara en las cercanías
del portillo de Ollarte (lugar por donde, precisamente, discurre la cañada).
Los musulmanes fueron derrotados y Abderramán hecho prisionero cerca del puente
de Yesa, sobre el río Aragón. Según la tradición, una impetuosa y valiente
mujer roncalesa cortó con su espada la cabeza del califa árabe. Desde entonces
este suceso se ha perpetuado en el escudo del valle.
Cuentan también que en el año 821, cuando los ejércitos,
árabes ascendían desde su territorio, junto al río Ebro, hacia los Pirineos,
cayeron en una emboscada cerca de Ochatren, pueblo ya desaparecido, situado en
el interior de Las Bardenas. El rey navarro decidió agradecer la ayuda de
muchos roncaleses en la preparación de la emboscada, concediéndoles el
privilegio de disfrutar, con sus ganados, de los pastos bardeneros.
Verdad o
mentira, o un poco de todo, lo cierto es que el recuerdo de aquellas batallas
de Olast y Ocharren han servido para fortalecer la conciencia colectiva del
Valle de Roncal, para justificar sus privilegios desde la Alta Edad Media y
para explicar, por encima de determinismos geográficos, la trashumancia
pirenaica hasta Las Bardenas.
Enseguida
entramos en el Monte de Bigüezal, cruzando entre dos gigantescas piedras a
manera de puerta. El pastor nos dice que es un "contadero", un lugar
estrecho y de obligado paso que, como su nombre indica, se aprovechaba para
contar, de dos en dos, el rebaño, y dónde el "cañadero", guarda
encargado de cobrar un impuesto de paso a los rebaños, esperaba la llegada de
los roncaleses.
Para el mediodía estamos en Fuentes Negras, abrevaderos
que la sequía de los últimos años mantiene casi secos. Aprovechamos la siesta
del ganado para buscar, sin éxito, lo que la toponimia denomina "Cueva de
la Cañada", que debe de estar próxima porque el pastor recuerda haberse
refugiado en ella en una noche de tormenta. En cualquier caso, los pastores no
duermen en cuevas: "eso es para señoritos". Ellos, llueva o nieve,
pasan la noche junto al rebaño para evitar que se pierda y para espantar a los
zorros, que "querrán llevarse algún corderico".
Al atardecer llegamos al Portillo de Leyre, espectacular
grieta en la sierra y paso obligado para descender al valle del Río Aragón.
Desde arriba es grandiosa la vista sobre el Embalse de Yesa y el monasterio
románico de Leyre. El pastor recuerda su primer viaje por la cañada cuando no
existía embalse y el monasterio estaba en ruinas. Precisamente aquellas ruinas
dieron origen a un repetido rito de iniciación, la acostumbrada broma al zagal
primerizo: se le hacía cargar con una piedra que debía bajar hasta el
monasterio para ayudar a su reconstrucción. Sin duda, unas cuantas piedras de
esas formarán parte, hoy, de los cimientos de la lujosa hospedería benedictina.
El descenso es rápido por la fuerte pendiente, en la que
es difícil mantener el equilibrio sobre las húmedas piedras desgastadas por las
incontables pezuñas que allí han pisado. Pensamos que mucho más dura ser la
vuelta; según supimos, muchos años es necesario echar las ovejas al monte para
que vayan ascendiendo poco a poco, aprovechando las cálidas noches de junio.
Los pastores roncaleses no guardan buen recuerdo de los
monjes de Leyre. Se quejan de que en alguna noche de tormenta no se les
permitió refugiarse en el monasterio y que otras veces tampoco se les facilitó
un poco de pan para la cena. Además han invadido parte de la cañada para
construir su estacionamiento particular. Quizás por todo ello allí existe el
único refugio de pastores de toda la cañada; fue levantado con dinero de la
junta del Valle y hoy está en mal estado por el vandalismo de unos cuantos
desaprensivos.
A partir de aquí el paisaje cambia. Cereales, frutales y viñas
sustituyen a pinos, encinas y boj.
La cañada sigue por Yesa y atraviesa el puente sobre el
Río Aragón. Gira bruscamente a la derecha y se acerca hasta la piscifactoría
que cierra el paso a las ruinas del viejo Puente de los Roncaleses, donde la
tradición sitúa aquella leyenda según la cual una valiente roncalesa cortó la
cabeza del rey moro, y que ha servido, desde la Edad Media, para llenar las
casas del Roncal de blasones con cabeza de moro sobre puente, y para reforzar
la conciencia colectiva del valle.
Pasa después
el rebaño cerca de otro histórico lugar, el Castillo de Javier, para continuar
hasta Sangüesa, pueblo que encontramos en fiestas y que cruzamos a las cinco de
la tarde, junto a la plaza de toros, justo a la hora en que toreros y público
en general se dirigen a la corrida.
Entre la
incomprensión de algunos conductores, que no entienden que a la salida de
Sangüesa la carretera coincida con la cañada, continuamos hasta un arroyo que
baja bastante crecido por la tormenta del día anterior. El pastor tiene que
introducirse en el río para evitar que la corriente de agua arrastre a las
ovejas más débiles. Superado este imprevisto, el rebaño marcha plácidamente por
tierras de Gabarderal, un poblado de colonización, junto a la Ermita del
Camino, hasta llegar a Torre Peña y la Sierra de Peña, donde habrá que pasar la
noche.
El rebaño
está inquieto y casi sin amanecer se pone en movimiento. Es seguro que conoce
la proximidad de Las Bardenas. En poco tiempo cruzamos la sierra y descendemos
hacia las llanuras de Cáseda y Carcastillo, donde la Cañada de los Roncaleses
se junta con la que traen los salacencos. Casi en ese cruce, en mitad de la
cañada, encontramos una moneda acuñada en el año 1715 que, pensamos, algún
pastor trashumante perdería.
Estas son
tierras de regadío, y algunos agricultores han usurpado parte de la cañada. Su
desfachatez es tal que ni siquiera se han preocupado de mover el mojón de la
cañada, que sigue mostrando la alevosa intrusión. Los pastores comentan que
esas usurpaciones son bastante frecuentes y que su única protesta posible es
seguir avanzando por toda la cañada. Es un viejo conflicto entre pastores y
agricultores. Es la mítica lucha entre Caín y Abel, donde los enfrentamientos
entre dos formas de vida, que bien podrían ser complementarias, han sido
bastante frecuentes.
Nos encontramos ya cerca de El Paso, o entrada a Las
Bardenas. La marcha va más lenta; por delante de nosotros marchan los rebaños
de Burgui y de Ochagavía, unos diez o doce, y hay que tener cuidado para que no
se junten las ovejas.
Julio mete las ovejas en un barbecho y al abrigo de un
ribazo deja las mantas y las alforjas. Es el sitio elegido para pasar la noche.
Al amanecer del día siguiente, 18 de septiembre, el primer rayo de sol que
asome por Portillo Lobo ser el guiño que espera el cabo de guardas, Francisco
Barrachina, para disparar su carabina, anunciando con el tiro el desvede de Las
Bardenas hasta el día de San Pedro.
La noche está despejada y las estrellas brillan como en
las heladas de invierno. Mala noche para dormir al raso. Todas las mantas son
pocas.
(E.Barco, F.Goinetxea, C.Muntión y MÁ.Robredo en Cuadenos de la Trashumancia 18)