jueves, 18 de abril de 2013

02.42.01 Nuevas aportaciones a la Epigrafia de Campo Real/Fillera

NUEVAS APORTACIONES A LA EPIGRAFÍA DE CAMPO REAL/FILLERA
(SOS DEL REY CATÓLICO-SANGÜESA)*
New data on the epigraphy of Campo Real/Fillera
(Sos del Rey Católico-Sangüesa)

Javier ANDREU PINTADO, Universidad Nacional Educación a Distancia-UNED. Correo-e:jandreu@geo.uned.es
Ángel A. JORDÁN LORENZO, Archivo Epigráfico de Hispania. Correo-e: ajorlor@yahoo.es
Javier ARMENDÁRIZ MARTIJAArqueólogo. Correo-e: javarmar@terra.es

Recepción: 2010-02-13; Revisión: 2010-02-26; Aceptación: 2010-04-20

BIBLID [0514-7336 (2010) LXV, enero-junio; 179-198]                   ISSN: 0514-7336

RESUMEN: El presente artículo informa de dos autopsias epigráficas realizadas sobre dos inscripciones –una inédita y la segunda conocida de antiguo– procedentes del yacimiento arqueológico de Campo Real/Fillera (Sos del Rey Católico-Sangüesa), en el sector nororiental del territorio de los antiguos Vascones. Se presentan, además, nuevos materiales arqueológicos que permiten trazar algunas pautas sobre la historia del proceso de monumentalización de esta ciuitas aún ignota: especialmente una completa osteotheca funeraria de piedra con urna de vidrio que, sin duda, constituye un unicum en la arqueología funeraria del Nordeste peninsular. El trabajo se completa, además, con un estudio paleoantropológico de los restos óseos recuperados en el interior de la citada urna y uno geológico sobre dos piezas marmóreas (campán verde y mármol turco de Docimium) que, procedentes del yacimiento, se custodian en una colección particular.

Palabras clave: Vascones. Poblamiento romano. Inscripciones latinas. Mundo funerario romano. Material arquitectónico. Mármoles. Monumentalización.

ABSTRACT: The aim of this paper is to present the conclusions of two new epigraphic autopsies over two latin inscriptions –unpublished the first one, the second already known but here for the first time reviewed– found in the archaeological site of Campo Real/Fillera (Sos del Rey Católico-Sangüesa), in the northeast part of ancient Vascones’ territory. Some new archaeological materials related with the history of the monumentalization process of this ancient ciuitas are also presented: specially an spectacular funerary osteotheca made of stone with glass case, an unicum in the archeology of the death in the North-East part of the Iberian Peninsula. The paper is completed with a paleoanthropological and geological characterization of some of the most important evidences presented (including two pieces of green “campán” and turkish marble).

Key words: Vascones. Roman settlement. Latin inscriptions. Roman burial. Architectonic material. Roman marbles. Monumentalization.

* El presente trabajo forma parte de la línea de investigación sobre “Los Vascones de las fuentes clásicas” coordinada por uno de nosotros en el marco del Grupo de Estudios Especializados de la Antigüedad de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) (Ref.: G55H22) y con el que colaboran los autores. Respecto de la última de las piezas presentadas (§ 3, n.º 3) el trabajo se ha visto enriquecido con las sugerencias de la investigadora del Institut Català d’Arqueologia Clàssica Judit Ciurana siendo, en cualquier caso, los errores y omisiones que aparezcan en el texto responsabilidad última y exclusiva de los firmantes. Éstos, además, quieren dejar constancia de su gratitud a Dña. Ana Salvo, D. Eduardo Salvo y D. Gonzalo Cortés –del Corral de María Mola, en Campo Real/Fillera y vecinos de Sos del Rey Católico–, a Dña. Soledad Vera –del Corral del Boticario, también en el centro del yacimiento estudiado–, a D. Beltrán Ybarra –de Peña (Navarra)–, a otra familia vecina de Sos del Rey Católico que ha preferido permanecer en el anonimato, y, de modo muy especial, a Dña. Teresa Murillo, hoy vecina de Tauste. Sin la desinteresada colaboración de todos ellos, que han facilitado el acceso y el estudio a los materiales aquí presentados, sencillamente las reflexiones históricas y cronológicas que forman parte central de este estudio no habrían sido posibles.

1. Introducción. Sobre el carácter urbano de Campo Real/Fillera
Pocas comarcas del Nordeste peninsular han venido evidenciando, por la notable incidencia en la misma del hábito epigráfico (Beltrán Lloris, 1986; Andreu, 2004-2005: 260-261 y 298-299; Jordán 2009) y por la cada vez mejor documentada notoriedad de su panorama arqueológico (Moreno et al., 2009, como síntesis) un poblamiento romano tan intenso como la que, a buen seguro, constituyó el área nororiental del solar de los Vascones (Peréx, 1986: 63-69; Beltrán Lloris, 2001; Jordán, 2006: 108-109): la actual Comarca de las Cinco Villas de Aragón,  en la provincia de Zaragoza. Sus aproximadamente 3.000 km2 de espacio alojaron, con seguridad, tres ciudades citadas por las fuentes antiguas –Segia, Tarraca, Cara y la ciuitas de los Iluberitani– (1), tal vez otras de reducción todavía oscura –como Nemanturista o, según algunos, Corbio– (2), muy posiblemente otras cuyo nombre sólo es conocido por las fuentes epigráficas y numismáticas –como la ceca prelatina con rótulo arsaos– (3) y, si no es que alguno corresponde a aquéllas, al menos tres asentamientos urbanos cuyo grado de conocimiento en la actualidad resulta, sin embargo, algo desigual: Los Bañales de Uncastillo, el Cabezo Ladrero de Sofuentes y Campo Real/Fillera en Sos del Rey Católico/Sangüesa (4). Dicho entramado urbano –potenciado por una intensa red de comunicaciones (Magallón, 1986; Moreno t al., 2009)– y su consecuente puesta en explotación del territorio rural actuaron en la zona como los motores adecuados en la conformación de un paisaje epigráfico dotado de unas cualidades especialmente singulares (Jordán, 2009) que nos parece que encuentran nuevas pruebas en estas páginas.

Hasta la fecha, no dejaba de resultar chocante a la investigación (Lostal, 1980: 60-92; Beltrán Lloris, 1996) la concentración de inscripciones que los repertorios epigráficos (Fatás y Martín-Bueno, 1977; Castillo et al., 1981) (5) atribuían al área de Sos del Rey Católico donde, hasta hace no mucho, la investigación arqueológica apenas se había interrogado sobre la posible existencia de una uilla en el yacimiento de Campo Real/Fillera (6). Así, la Epigrafía Romana de Zaragoza y su provincia (Fatás y Martín-Bueno, 1977: 36-39) hacía proceder de dicha localidad varias piezas funerarias (ERZ, 41=§ 3, n.º 2 y ERZ, 46) y hasta cuatro miliarios (ERZ, 42-45).

Por su parte, y fruto de la labor del jesuita de Javier F. Escalada, los inventarios del Museo de Navarra (Castillo et al., 1981: 38-39, 58 y 104-105) atribuían a Sos un altar votivo de arenisca dedicado a la deidad [-]uaporconis (IRMN, 32=HEp5, 932), un bloque moldurado con posible alusión a varios Valerii (IRMN, 79) y el miliario de Carino antes citados (IRMN, 15), a los que añadían dos aras taurobólicas (IRMN, 80 y 81). Más tarde, el excelente trabajo   de J. Lostal (1980, 1984 y 1992) añadía al repertorio un “cipo de piedra semicircular” (Lostal, 1984: 22) que ha resultado ser la cupa de Val(erius) Fortunatianus (AE, 1977, 470=AE, 1989, 462), la hermosa estela funeraria del Eturissensis G. Terentius Maternus (AE, 1977, 471=AE, 1989, 463), y, nuevamente, el propio J. Lostal volvía sobre uno de los miliarios, con mejores datos (Lostal, 1992: 142-143, n.º 138) precisando, además, para las dos primeras piezas funerarias la procedencia del área del Corral de María Mola, en Campo Real/Fillera. A dicho repertorio se uniría en los años noventa un bloque de arenisca con el epitafio de Val(erius) Flau[i]anus (HEp5, 925=HEp9, 614) dado a conocer por C. Castillo y por J. M.ª Bañales y para el que, igualmente, se indicaba un origen probable de Campo Real/Fillera (Castillo y Bañales, 1998: 5-6, n.º 3), pero que, sin embargo, no hemos podido encontrar (Andreu et al., 2008: 95, n.º 3). Al margen de que, como hemos hecho notar recientemente (Jordán et alii en prensa), el no hace mucho editado cuaderno de campo del P. Escalada (Maruri, 2006) haya alterado la procedencia de algunas de estas piezas (Jordán et al., en prensa), lo notable del repertorio epigráfico relacionado con el entorno inmediato de la localidad de Sos del Rey Católico y también del repertorio de documentación anepígrafa –en especial, los altares relacionados con el culto taurobólico (Uranga, 1926: 415 y 417; Marco, 1997: 306-207; Canto, 1997: 33-34; Vidal, 2005: 17-19) pero también una cupa anepígrafa (Andreu et al., 2008: 133-135, antes aludida por el jesuita de Javier J. M.ª Recondo, según Maruri, 2006: 328-329), una soberbia placa con tabula ansata (Andreu et al., 2998: 95, n.º 4) o las antiguas noticias sobre hallazgos en la zona de urnas cinerarias (Escalada, 1943: 88-89)– hacían sospechar la presencia en el lugar de una notable ciuitas romana, presumiblemente, como anotamos en otro lugar, la arsaos de los rótulos monetales (Andreu et al., 2008; Fernández Gómez, 2009), ciuitas, desde luego, extraordinariamente bien conectada con los centros urbanos de su inmediato radio de influencia (Moreno et al., 2009: 252-254).

En favor de ese carácter urbano de Campo Real/Fillera, además, hablan no sólo esos indicios arqueológicos que recogimos en un estudio anterior (Andreu et al., 2008: 83-91) sino también algunos otros que hemos tenido la oportunidad de estudiar en los últimos meses y que presentamos aquí como preámbulo a la noticia de dos nuevas autopsias epigráficas, una de una pieza inédita de extraordinario interés (§ 3, n.º 1) y otra de una última inscripción que –aunque ya conocida– nos parece que sólo en este momento puede ser valorada como procedente del yacimiento que nos ocupa (§ 3, n.º 2) (Mapa).



2. Novedades arqueológicas: reseña de materiales
Hasta la fecha, y a falta de una deseada excavación arqueológica, el repertorio de material conocido del yacimiento que nos ocupa (Marcos Pous y Castiella, 1974; Labeaga, 1987: 33; Maruri, 2006: 323; Andreu et al., 2008: 90) incluía un lote de hasta cuatro contrapesos de prensa de líquidos romana; un malogrado mosaico bícromo del siglo II d.C. vinculado a las aún ignotas termas de la ciuitas (Andreu et al., en prensa, con propuesta de restitución en Fig. 6); un generoso repertorio de material ornamental y arquitectónico repartido entre el Museo de Zaragoza, el Servicio de Patrimonio Histórico del Gobierno de Navarra y varias colecciones particulares (Ariño et al., 1991: 101-102, n.os 3-6; Beltrán Lloris y Paz, 2003: 154); y un sensacional puluinus funerario (Fig. 9) que espera un estudio en profundidad (Andreu et al., 2008: 82) y que se ha de relacionar (Andreu, en prensa) con el arraigo de los monumenta sepulcrales en forma del altar en la zona (Gamer, 1974: 238-246; 1989: 35-36; Beltrán Fortes, 2004: 107-109).

La revisión de algunas de esas colecciones y el acceso a otras nuevas está contribuyendo a aumentar el catálogo de las evidencias. Así, y respecto de los materiales de uso industrial, se ha contactado con hasta dos nuevos contrapesos de torcularium (Figs. 2-1 y 2-2) fechables entre época tardorrepublicana y altoimperial por tratarse de variantes del Tipo 12 de la conocida clasificación de J. P. Brun (Brun, 1986: fig. 59; 2003: 61-62, así como Peña, 2010). Esos dos contrapesos proceden de un área –la del Corral de María Mola en cuyo interior, y en propiedad de Dña. Ana y D. Eduardo Salvo, diligentes colaboradores de este trabajo, se conservan– que, atravesada por la vía (Moreno et al., 2009: 75) debió constituir el espacio industrial de la ciuitas. Éste, una vez que se ha sabido que procede de allí una de las prensas hoy conservadas en el Corral del Boticario (Andreu et al., 2008: 90, figs. 19[b] y 1-1), debió tener continuidad al otro lado del río Onsella, en la partida navarra de El Regadío. En el sector oriental de esa zona –en la que hemos hallado fragmentos de cerámica romana– fue descubierto en tareas agrícolas dicho contrapeso y aun un segundo elemento indeterminado (Fig. 1-2) de función presumiblemente industrial. Aunque no se ha podido realizar una prospección sistemática de la zona hay datos para pensar en que ese territorium incluyó también notables uillae como la que, de nuevo sobre el límite navarro-aragonés, nos ha obsequiado recientemente con una pieza escultórica en mármol blanco (Armendáriz, 2008: 308, con foto).

Por último, la propiedad de D. Beltrán Ybarra, en Torre de Peña (Navarra), ha facilitado un lote de material que, ya aludido por M. Martín Bueno (Martín-Bueno 1977: 177) (7), incluye pilares (Figs. 5-1 y 5-2), 



 columnas estriadas de orden jónico (Figs. 4-1 y 4-2) que, aun fragmentadas, superan los 50 cm de altura, siete tambores de columnas lisas de base dórica (Fig. 3-1) con paralelos en otra inédita conservada en propiedad de Dña. Ana Salvo, en Sos (Fig. 3-2) y un capitel jónico de ovas (Fig. 7) semejante a otros ya conocidos y tratados en anteriores trabajos. A ellos se ha de añadir uno inédito hasta la fecha y conservado en una colección particular de Zaragoza (Fig. 8). Para todos ellos, y frente a la cronología tardía comúnmente aceptada (Beltrán Lloris y Paz, 2003: 154-155) creemos que no debe descartarse una inmediatamente post-julio-claudia, en virtud de algunos paralelos próximos (Gutiérrez, 1992: 31, n.os 72 y 74 y 82-83) y del ritmo de la monumentalización de las ciudades circundantes (Andreu, 2004-2005: 288-291).




 



De un área sin determinar proceden hasta dos columnas de mármol blanco turco de Docimium–variante del conocido “Pavonazzetto”– de 20 cm de alto y 10 cm de diámetro la primera (Fig. 10-1) y de 22 cm de alto y 11 cm de diámetro la segunda (Fig. 10-2) que por su tipología bien pudieron formar parte de un larario, tipo de edificio cultual del que –excepto para el caso bien conocido de Arellano (Mezquíriz, 2003: 136-138; Tobalina, 2008: 32-34)– no contamos con demasiados ejemplos en territorio vascón. Su carácter marmóreo –sobre el que se ofrece detallada analítica petrográfica al final de este trabajo– ofrece un testimonio más de la notable presencia de evidencia de mármoles importados en los yacimientos no sólo de todo el solar vascón (8) sino especialmente de los yacimientos del entorno (9), testimonio que añadir a una pequeña placa de campan verde recuperada en prospección arqueológica en el verano de 2009 en los campos de labor anejos al probable establecimiento termal antes referido.



3. Novedades epigráficas
Precisamente al horizonte funerario que antes comentábamos pertenecen varias piezas que van a centrar nuestra atención en las próximas páginas y que creemos que arrojan algunas interesantes luces en relación no sólo al modo como tomó forma el hábito epigráfico funerario de esta parte del solar de los antiguos Vascones sino, especialmente, a los parámetros cronológicos del desarrollo del poblamiento en la zona y a la organización territorial, incluso, de dicho poblamiento.

N.º 1.- Fragmento inferior correspondiente a la parte central de un sillar de arenisca local (Fig. 11-1).
Medidas: (50,5) x (20) x 10. Letras: (5-3,5). Caracteres capitales cuadrados, sin signos de interpunción.

La pieza fue hallada en enero de 2009 por Virginia García-Entero, Ángel A. Jordán y Javier Andreu.

Parece que, desde antiguo, se conservaba cumpliendo función de material constructivo en la cara interior de la leñera aneja a la cara Este del Corral de Boticario, hoy propiedad de Dña. Soledad Vera con cuya amable colaboración pudimos estudiarla a finales del invierno de 2009.

VIN
SOR F
AN V
NQ+
5 F+

Inédita

En línea 4 la crux corresponde a un trazo diagonal, quizá una V. En línea 5 a la parte superior izquierda de una C, lo cual podría completar la fórmula f(aciendum) c(urauit).

A tenor de lo poco conservado, el texto se puede identificar como un epitafio, puesto que la secuencia AN V de la línea 3 puede desarrollarse sin problemas como an(norum) V. De ser esto correcto, lo más probable es que en las dos primeras líneas se desarrollara el nombre del difunto, quien sería [—-]uin[—-] [——]sor f(ilius, -a). En línea 1,  las tres letras conservadas permiten poco margen de interpretación. Puede tratarse de parte del nomen [Q]uin[tius], o bien del inicio del nomen Vinnius (CIL, II2/7, 912), Vinicius (CIL, II, 1914), o Vinuleius (HAE, 141) o, por último, de un cognomen como Vindex (CIL, II, 3180) o Vinusius (HAE, 1308) entre otros.

En línea 2, las tres últimas letras del nombre del progenitor sugieren dos posibilidades. Primero, que se trate de un cognomen, tipo Cursor (CIL, II2/7, 360), Possesor (CIL, II, 1180), Mensor (CIL, II, 6337), Messor (ErpLe, 70) o Censor (HEp4, 194). Segundo, que se trate de un nomen indígena acabado en R. Ejemplos de ellos se pueden encontrar en la no demasiado lejana localidad de Lerga (Navarra), en donde se tiene constancia de un Abisunhar (IRMN, 50), o en la vecina Sofuentes (Zaragoza) donde se constata un conocido D[u]sanhar (ERZ, 40). El hecho, por tanto, de que la filiación se indicase respecto de un nomen de raigambre indígena no distorsionaría demasiado con el ambiente vascónico en que –como vimos– se ubica el yacimiento que nos ocupa.

En línea 4 se conserva la secuencia [—-]NQ+ que podría estar indicando el nombre del promotor de la inscripción, quizá un [Tra]nqu[illus] (AE, 1983, 473) o un [Propi]nqu[us] (HEp6, 924). Además, la Q con el trazo diagonal tan desarrollado (Fig. 11-2) nos invita a otorgar una datación al texto en el siglo II d. C., posiblemente en su primera mitad, a juzgar por el empleo de la capital cuadrada. Sin duda, esta datación plantea la posibilidad de que el texto estuviera encabezado por una consagración a los dioses Manes, como ocurre en muchos de los epitafios encontrados en territorio vascón datados en este periodo.

De esta forma, es posible restituir el texto conservado de la siguiente manera:

[D(is) M(anibus) (?)]
—-]VIN[—-
—-]SOR(is) F(ilio, -ae) [—- (?)
—- (?)] AN(norum) V [—- (?)
5 —-]NQV[—-]
F(aciendum) C(urauit)

En conclusión, si bien no es posible identificar con seguridad la onomástica presente en el texto conservado, creemos que es plausible establecer algunas pautas que permiten una mejor interpretación del fragmento. En primer lugar, se trata de un epitafio, como atestigua la edad en la línea 3. En segundo término, es posible establecer una estructura interna del texto en la forma: fallecido (onomástica difuntofiliación-edad)-promotor-formulario final. En tercer lugar, el ambiente urbano en el que se ha encontrado el texto, unido a la onomástica presente en el resto de las inscripciones procedentes de Sos del Rey Católico, invita a considerar con cierta verosimilitud que los nomina contenidos en el epitafio serían latinos. En cuarto lugar, y por último, es posible datar el texto en un momento avanzado, quizá en la primera mitad del siglo II d.C.

N.º 2.- Fragmento derecho de un dintel de arenisca local (Fig. 12-1). En su parte superior conserva los encajes para dos grapas, lo cual indica que iría adosado a otros sillares, en un conjunto presumiblemente monumental (Fig. 12-2). Medidas: 40 x (123) x 40. Letras: 6. Caracteres capitales cuadrados. Interpunción: triángulo. El texto, grabado en el extremo inferior derecho del dintel, se inscribe en el interior de un campo epigráfico rectangular, inciso en la piedra (Fig. 12-3).
La inscripción se encontró a mediados del siglo pasado en el sitio de “Campo Tuera” (Campo Real, Sos del Rey Católico). Se conserva en una colección particular en Torre de Peña, donde la vimos y estudiamos en marzo de 2009 con la diligente colaboración de D. Beltrán Ybarra, su actual propietario.

+ • CALP(urnius?) •
ERZ, 41
Cf. Martín-Bueno, 1977: 77

La crux corresponde a un trazo vertical, posiblemente del praenomen del personaje indicado, a juzgar por su posición en el texto. Por esta razón, quizá pueda tratarse de una L o T. El texto, breve, posiblemente se halle completo, puesto que no se han encontrado otros trazos en el dintel que inviten a considerar que se extendía en su parte superior. Además, el campo epigráfico y la interpunción lo delimitan en sus extremos laterales e inferior (Fig. 12-3). Esta desproporción soporte-texto no debe sorprender, pues el uso de textos cortos en soportes de desmesuradas dimensiones parece ser habitual en la zona de las Cinco Villas, como ya se ha comentado en otro lugar (Jordán, 2009; Andreu, en prensa). Muy probablemente, en el texto aparece abreviado el nomen Calpurnius, que debe interpretarse en masculino, si el trazo conservado delante corresponde al praenomen. Este nomen es uno de los más frecuentes en la Península Ibérica y, en la zona vascónica, se atestigua en Cara (CIL, II, 2963: Calp(urnius) Aestiuos) y en Andelo (CIL, II, 2967: Calpurnia Vrchatetelli). En el conuentus Caesaraugustanus, el citado gentilicio (Abascal, 1994: 104-107) tampoco tiene demasiada presencia y está tan sólo atestiguado enun magistrado monetal de la colonia Celsa (Burnett, et al., 1992: n.º 266) lo que añade un mayor interés al testimonio aquí presentado.

Por el tipo de letra y el uso onomástico de praenomen+nomen en lugar de tria nomina, se puede datar la inscripción en el siglo I d.C., quizá en su primera mitad. El carácter adintelado de esta inscripción permite sugerir que debió formar parte de algún monumento funerario perteneciente a algún individuo de nomen Calp(urnius) si no a varios, de ahí que, al tratarse, presuntamente, de un monumento de carácter familiar se obviara la expresión y desarrollo completos del nomen del difunto, tal vez referido por medio de una alusión a la familia completa en algún otro lugar, perdido, del monumento.

Desde luego, la presencia de una marca de grapa de fijación del dintel en la parte inferior del mismo concede verosimilitud al hecho de que nos encontremos ante uno de los frisos epigráficos de un monumento de cierta envergadura como sucede, por ejemplo, en la Torre de los Escipiones de Tarraco (RIT, 921) o, mucho más cerca, en el vecino Mausoleo de los Atilios (CIL, II, 2973), en otro bloque adintelado de algún tipo de acotado funerario procedente de la uilla de Puyarraso, en el territorium de Los Bañales (ERZ, 53), o en el epitafio de un tal Proculus documentado en Sofuentes (ERZ, 36) y que fue grabado también sobre un notable bloque seguramente vinculado a algún monumento mayor.

Nuevamente, y como el puluinus antes comentado (Fig. 9), nos encontramos ante otro testimonio de la monumentalidad de los conjuntos funerarios de la zona, que también se intuye, por ejemplo, en la recientemente estudiada necrópolis del Cabezo Ladrero de Sofuentes (Jordán et al., en prensa) y a partir de las evidencias epigráficas y arquitectónicas con que nos está obsequiando al respecto del registro funerario el área nororiental del solar de los antiguos Vascones (Andreu, en prensa).



N.º 3.- Osteotheca en bloque paralelepipédico de piedra (56 x 46 x 26) con las caras laterales e inferior ligeramente trabajadas (Figs. 13-1 y 13-4) y con la superior presentando un cuidado rebaje circular –de 21 cm de diámetro y 28 cm de fondo– para el encaje de la urna cineraria (Figs. 13-2 y 13-6) y otro cuadrangular menos profundo sobre el que encajó una placa de arenisca local (44 x 28 x 5) destinada a cubrir la urna (Figs. 13-3 y 13-5), también extraordinariamente bien conservada. La urna (Figs. 14-1 a 14-5), de carácter globular, en vidrio con ligera pátina verdosa, presenta un borde lobular notablemente engrosado y saliente y fondo con umbo ligeramente cóncavo (Fig. 14-5). Tiene un tamaño de 17,5 cm de alto, 18 cm de diámetro en su parte central, 9 cm en su base y 14,5 en su boca correspondiendo a una forma Isings 67a (Isings, 1957: 86) (10). En el momento del hallazgo contenía restos óseos –de un individuo adulto de sexo indeterminado– con evidencias de haber sido sometidos a combustión, restos sobre los que se ofrece informe paleoantropológico anejo a este trabajo. Junto a dichos restos se constatan once fragmentos vítreos (Fig. 15) también con señales de haber sido quemados y que hacen plausible su interpretación como pertenecientes a alguna suerte de ungüentario incinerado también junto al difunto.


La pieza fue descubierta casualmente hace aproximadamente quince años por los vecinos de Tauste D. José Víctor Vera y Dña. Teresa Murillo en el término conocido genéricamente como Las Navas, un par de kilómetros al Norte del área central del yacimiento de Campo Real/Fillera, exactamente a apenas trescientos metros al Este del lugar –el Camino Viejo de Campo Real a Javier– por el que, según la propuesta más reciente al respecto (Moreno et al., 2009: 75) debió transcurrir la uia romana. Ésta se halló en posición secundaria, apartada junto a una acumulación de piedras fuera de la finca en la que apareció por lo que no tenemos una información muy exacta sobre el lugar concreto en que ésta se ubicó en época antigua, por más que no parece probable que el agricultor que la extrajo inicialmente en trabajos de laboreo agrícola la hubiera trasladado muchos metros hasta el lugar de su hallazgo final. El objeto había permanecido inédito hasta que tuvimos noticia de él gracias a Dña. Soledad Vera, propietaria de una de las fincas del área central del yacimiento arqueológico de Campo Real/Fillera. Así, siguiendo las voluntariosas indicaciones de Dña. Teresa Murillo, en el otoño de 2009 hemos revisitado el supuesto lugar del hallazgo de la pieza (presumiblemente, con las coordenadas 646.707 y 4.712.225) prospectándolo y constatando la presencia –en una terraza ubicada a unos seiscientos metros del lugar del hallazgo y ya en territorio navarro– de un pequeño yacimiento de época romana con material constructivo –especialmente lajas de arenisca alóctonasque tal vez, como en el centro de la ciuitas (Andreu et al., 2008: 79), debieron servir como sistema de cubierta de las estructuras de habitación– y algunos fragmentos de cerámica de almacenaje y sigillatas altoimperiales romanas. Tras su descubrimiento en los años ochenta, la osteotheca fue llevada a Tauste donde hoy se conserva. Sí queremos dejar constancia de la excelente pericia con la que Dña. Teresa Murillo y su esposo extrajeron de la osteotheca la urna de vidrio e incluso los restos óseos y los fragmentos vítreos que la urna albergaba en su interior.

En propiedad de Dña. Teresa Murillo se conservan la urna y los restos óseos que ella ha puesto amablemente a nuestra disposición para el presente trabajo.

Lo primero que llama la atención del hallazgo es que, hasta donde nos consta, se trata de la primera osteotheca documentada en el territorio de los antiguos Vascones donde sí sabemos, en cualquier caso,que –en su parcela nororiental– los monumenta sepulcrales en forma de altar asociados a rituales de incineración (Gamer, 1974: 238-246; 1989: 36-36; Beltrán Fortes, 2004: 107-109; Andreu, en prensa) y las cupae solidae de incineración (Vaquerizo, 2006:334-339) fueron notablemente habituales (Beltrán Lloris, 1986: 78; Andreu, 2008), fenómeno éstecon el que tal vez esta pieza –y posibles hábitos culturales indígenas mal conocidos– haya de ponerse en relación. Desde luego, pese al detenido examen de la misma –y pese a que no faltan en el mundo romano ejemplares de urnas cinerarias de piedra con indicación del nombre del difunto, bien inscrito  (Díaz, 2008: 68-70) o bien con un titulus pintado muchas veces ya perdido (Fernández Fuster, 1951: 232)–, se trata de una pieza totalmente anepígrafa aunque lo cuidadoso de su factura invita a pensar que formó parte de un monumento mayor (Rodríguez Oliva, 1999; 2002: 259; Andreu, en prensa) –quizá, en ese caso, epigráfico– desmontado tal vez ya en época antigua o, como está atestiguado en algunos casos béticos, estuvo sencillamente cubierto por una estructura abovedada de argamasa al modo de las cupae structiles (Vaquerizo, 2006: 339 y 341), o quizás, finalmente, contó con una inscripción que anunciaba a los viandantes la presencia del monumento (11).

Tipológicamente, es evidente que el rudimentario trabajo del bloque de arenisca paralelepipédico que sirvió de loculus para la urna de vidrio lo aleja ligeramente de los bien conocidos paralelos béticos (Rodríguez Oliva, 2002: 164-278) muy tendentes a la rectangularidad (Fernández Fuster, 1951) y, a veces, incluso con patas y cubiertas a doble vertiente. Sin embargo, nuestro ejemplar presenta un acabado muchísimo más cuidado –especialmente, sobresale el rebaje para el encaje de la tapa plana de piedra– que el que presentan las piezas de Vxama (Argente y Jimeno, 1977; García Merino, 1997) –con tosca cubierta en forma troncopiramidal–, las diversas –todas ellas sin tapa conservada– documentadas en la necrópolis de Segobriga (Almagro, 1979: 219-220, 226-228) –algunas, como la “tumba 8” segobricense (Almagro, 1979: 241, lám. IV, fig. 7) dotadas de un recipiente vítreo de idéntica tipología al que contenía la osteotheca que nos ocupa–, o las –también sin tapa– halladas a comienzos del siglo XIX junto a la Torre de los Escipiones de Tarraco (Rovira y Dasca, 2004: 89). Al margen de que –como ha reconocido la investigación tanto para el repertorio bético (Almagro, 1989) como para los ejemplos del ámbito celtibérico del interior peninsular (García Merino, 1997)– el empleo de dicho soporte en una necrópolis rural del territorium de la ciuitas de Campo Real/Fillera evidencia que en una época nunca posterior a los Flavios –momento a partir del cual parece que no se puede fechar ninguno de los conjuntos hispanos conocidos en los que este tipo de sepulturas están constatadas (Rodríguez Oliva, 2002: 278)– la zona estaba en contacto con los rituales funerarios más innovadores que, reinterpretando antiguos rituales de incineración de raigambre indígena, comenzaban ya a incorporar formas típicas del mundo romano.

Precisamente, más luces al respecto de esta realidad –y en tanto que claro testimonio de  romanidad– parece ofrecernos la tipología de la urna cineraria de vidrio que, extraordinariamente bien conservada, formó parte del conjunto que aquí estudiamos. Con un paralelo cercano en el “enterramiento 35” de la necrópolis de la antigua Iturissa, en la localidad navarra de Espinal (Peréx y Unzu, 1997-1998: 93 y 108; 2007: 157), la aludida forma  globular Isings 67a está bien atestiguada en enterramientos romanos perfectamente datados que –aunque ocasionalmente llegan a la época tardoantigua (Torrecilla, 2004: 346)– mayoritariamente se fechan en una época que rara vez pasa del último cuarto del siglo I d. C. (Isings, 1957: 87; Paz y Ortiz, 2004: 139) con un predominio casi mayoritario de su uso en época julio-claudia. En dicha época, por ejemplo, hay que fechar las urnas de piedra con recipiente de vidrio Isings 67a documentadas en la Torre Ciega de Carthago Noua (Sánchez de Prado, 1999; 2004: 92), en la “tumba 8” ya citada de Segobriga (Almagro, 1979: 229), en los enterramientos de la uia de salida de la ciudad de Vxama (Fuentes, 2004: 279), en la “incineración Torres n.º 13” de Emporiae (Almagro, 1955: 153) o en un enterramiento ebusitano –en este caso, como en el de Iturissa, con la urna directamente enterrada en la tierra– de la necrópolis de Puig des Molins (Miguélez, 1989: 62-63, n.º 208).

Con los datos de que disponemos, parece que nos encontramos, pues, ante una evidencia única de la que debió ser la necrópolis de una de las múltiples uillae que debieron salpicar la margen izquierda del río Onsella, como ya se estudió en otro lugar (Labeaga, 1987: 91-93; Andreu et al., 2008: 79). A juzgar por el material arqueológico recogido en la zona, la citada uilla, como se dijo, debió ocupar la cara Sur de las colinas que se yerguen sobre la inmensa terraza fluvial del río Onsella ocupando, además, una envidiable posición en relación al paso de la vía romana y a la propia ubicación de la ciuitas de Campo Real/Fillera. El extraordinario trabajo del que hace gala la osteotheca aquí presentada así como la posición del enclave del que aquélla procede nos invitan a pensar en que la uilla debió contar con otros monumentos funerarios igualmente notables –tal vez, de hecho, la osteotheca formó parte de uno de ellos como antes se ha dicho–, pero que no han llegado a nosotros, tal vez incluso con sistemas de enterramiento idénticos al que aquí se estudia dado lo habitual de la presencia de éstos en grupos en el catálogo hispano. Muy probablemente, la evidencia de aprovechamientos de piedra en los afloramientos rocosos de la zona en época histórica unidos a las excelentes comunicaciones de esta zona de El Regadío con la localidad navarra de Sangüesa hayan podido contribuir a facilitar que, a lo largo de la historia, los elementos constructivos de dicha necrópolis hayan sido desmantelados habiendo quedado de la misma sólo la extraordinaria evidencia que aquí estudiamos. Una evidencia, en cualquier caso, cronológicamente muy sugerente respecto de los aparentemente tempranos momentos de integración de estas tierras en los hábitos espirituales del mundo romano.

4. Valoración final

En el estado actual de nuestros conocimientos y a falta de bases estratigráficas fiables sobre la ciuitas de Campo Real/Fillera, son las siempre parciales informaciones de carácter cronológico que nos pueden arrojar los materiales aquí presentados junto con las reflexiones sobre la ordenación topográfica y territorial del lugar las únicas que pueden arrojar algo de luz a la historia de la integración en la órbita de Roma de las tierras de los antiguos Vascones.

Si –como nos parece– las dataciones arriba propuestas para la osteotheca anepígrafa con urna de vidrio (§ 3, n.º 3), para los nuevos testimonios de contrapeso de torcularia (§ 2) y para el dintel con alusión a un indeterminado Calp(urnius) (§ 3, n.º 2) son correctas y están suficientemente afinadas, todo parece indicar que la ciuitas que nos ocupa contó ya con un notable desarrollo económico y monumental en los años inmediatamente posteriores al cambio de Era, trátese o no de la ciuitas Arsitana de los rótulos monetales, cuestión, en cualquier caso, menor. En una zona para la que, hasta donde puede desprenderse de la documentación disponible hasta la fecha, sólo la municipalización flavia debió transformar el estatuto jurídico de sus comunidades (Andreu, 2006: 226), este marco cronológico augústeo-julio-claudio –que, o bien ha de relacionarse con Los Bañales (Jordán, 2009: 517) o bien con algún otro enclave urbano todavía ignoto existente en la zona (Galve et al., 2005: 205)– no nos debe extrañar como el de inicio de la madurez del enclave por cuanto que, efectivamente, varios de los miliarios (ERZ, 19 e IRMN, 1y 2) de la uia sobre la que se asentó la ciuitas de Campo Real/Fillera (Moreno et al., 2009: 195) deben fecharse entre los años 8 y 3 a.C., arco cronológico al que pertenece también la descontextualizada dedicatoria a Cayo César procedente de la localidad cincovillesa de Rivas (HEp5, 916) –y que, contra lo que se ha planteado recientemente (Galve et al., 2005: 205) nos parece que debe relacionarse con algunas de las ciuitates ya conocidas en la zona, tal vez Los Bañales (Jordán, 2009: 517), y no con otra nueva a ubicar en la localidad actual de Rivas– o, en el propio yacimiento de Campo Real/Fillera, una moneda de Augusto recogida en superficie en el área necropolitana de la ciuitas (RIC I, 207 y BMC, 533, del 9-8 a.C.) y hoy en una colección particular de Sos del Rey Católico.

Qué duda cabe que el extraordinariamente llamativo aspecto ortogonal que, como anotamos en otro lugar (Andreu et al., 2008: 79, nota 29), parece traslucir a través de la fotografía aérea el todavía oculto urbanismo del yacimiento aquí estudiado podría, en este sentido, alimentar la idea de que Campo Real se hubiese desarrollado como ciuitas de extraordinaria importancia casi en el mismo momento en que se abrió el trazado de la uia a cuyos pies se situaría y que, como se ha anotado recientemente (Moreno, 2009: 258), debió explicar parte del florecimiento histórico y aun de la perdurabilidad del núcleo urbano. Es, pues, sugerente pensar que la misma administración que participó en el amojonamiento y apertura de la uia a finales del reinado de Augusto pudo estimular el traslado al llano de toda una bien conocida serie de poblaciones de la Edad del Hierro II bien constatadas en la zona (Armendáriz, 2008: 306) –incluida, lógicamente, la que ocupó el cerro de Fillera, en el centro del área arqueológica (Andreu et al., 2008: 77)– y servir de vector dinamizador de la implantación en la misma del modelo romano de ciudad (12).

De este modo, la temprana fecha de los materiales aquí estudiados permitiría, además, a nuestro juicio, constatar de qué modo, para un momento relativamente temprano, la ciuitas de Campo Real/Fillera contaba no sólo con un notable suburbio de naturaleza artesanal y productiva ubicado al pie de la uia que accedía al lugar desde el Cabezo Ladrero de Sofuentes y apenas unos metros antes del área necropolitana, sino también, y de modo especialmente atractivo, con una conurbación periurbana de uillae capaces de poner en explotación unos recursos que, seguramente, se posicionaron especialmente bien en los mercados de la zona gracias a la geoestratégica posición ocupada por la ciudad y que, como también comentamos en otro lugar –y contra lo que parece fue la tónica general en la zona (Paz, 2006)–, debió valerle su perduración como centro urbano de primer orden incluso bien entrados los tiempos de la Antigüedad Tardía. Es deseable, en cualquier caso, que estas hipótesis aquí esbozadas a partir de la reflexión sobre un conjunto sin igual de materiales arqueológicos puedan verse enriquecidas en un futuro no muy lejano con las siempre definitivas bases estratigráficas que vengan a afirmar o negar lo hasta aquí planteado.



Notas:
1.- Con todas las fuentes en Peréx, 1986: 215-227, 228-232, 128-138 y 167-171; Andreu, 2006: 198-199, 199-202, 216-218 y 212-213.
2.- Para Nemanturista véase Andreu, 2004-2005: 260-261; 2006: 209-212; Ramírez Sádaba, 2006: 187; Mateo et al., 2007. Sobre Corbio –en Liv. 39, 42– pueden verse las reflexiones de Beltrán Lloris et al., 2000: 19 (con Mapa) y 21; Marco, 2008: 82; Andreu et al., 2008: 96-97.
3.- García-Bellido y Blázquez, 2001: 34-37; Fernández Gómez, 2009.
4.- Con actualización bibliográfica y toda la historiografía precedente en Lasuén y Nasarre, 2008 y en Andreu et al., en prensa para Los Bañales; Paz y Beltrán Lloris, 2003: 156 y Jordán et al., en prensa para Cabezo Ladrero; y Andreu et al., 2008 para Campo Real/Fillera.
5.- Aunque la riqueza epigráfica de la zona sigue pidiendo una revisión general y de conjunto, se han publicado en los últimos años algunos muy útiles trabajos de actualización que complementan el inexcusable de Beltrán Lloris, 1986. Para todos ellos, remitimos al trabajo de Jordán, 2009.
6.- Marcos Pous y Castiella, 1974 y, a partir de ellos, Gorges, 1976: Z21, 352 y con toda la historiografía sobre esta condicionante identificación en Andreu et al., 2008: 79-82.
7.- Es de justicia, en este sentido, rectificar al prestigioso profesional zaragozano cuando en una de sus obras más citadas atribuía la procedencia de Campo Real/Fillera a un amplio conjunto de estelas medievales discoideas que hoy rodean la iglesia de la finca de Torre de Peña (Martín-Bueno, 1977: 177). Según parece, éstas –de las que, desde luego, no se han conservado paralelos en el yacimiento que nos ocupa, pese al intenso horizonte alto-medieval del mismo (Andreu et al., 2008: 91)– proceden del conocido desolado medieval de Peña (Idoate, 1967: 310 y 327) procediendo sólo de Campo Real –“Sisso”, según los lugareños de Torre de Peña, nombre que, curiosamente, y por otra parte, ya refería Ceán Bermúdez, 1832: 157 como infundado nombre antiguo de Sos del Rey Católico– los materiales que se guardan en propiedad de D. Beltrán Ybarra, de cuya amable colaboración queremos también dejar constancia aquí.
8.- Aunque el tema sigue pendiente de un estudio pormenorizado que recopile todas las evidencias y trace, a partir de ellas, información sobre los circuitos comerciales con los que la zona tuvo relación, a los fragmentos estatuarios de mármol recuperados en Calagurris, Cara, Curnonium, Gracchurris o Pompelo (conocidos de antiguo y con toda la bibliografía en Andreu, 2003-2004: 272-273, n.º 116) deben añadirse los recientemente anotados fragmentos marmóreos de una inscripción funeraria de Calagurris (HEp9, 484), de otra de Castejón de Ebro (Velaza, 2006: 62), de una seguramente pública procedente de Gracchurris (ERR, 1) –todas en mármol blanco de procedencia aún indeterminada– así como las placas molduradas de revestimiento ornamental no hace mucho recuperadas en un presunto edificio público de la C/ Navarrería de la antigua Pompelo (Diario de Navarra, 28-5-2009).
9.- Así, además de las dos columnitas aquí comentadas y de la placa de campan verde recuperadas en el área central del yacimiento de Campo Real/Fillera, del área de influencia del mismo parecen proceder el fragmento escultórico con representación de una cornucopia ya antes aludido y dado a conocer no hace mucho por J. Armendáriz (2008: 308) o la denominada Artemisa de Sangüesa hoy conservada en el Museo de Navarra (Balil, 1965). No demasiado lejos, tenemos noticia de la constatación de unos fragmentos de material arquitectónico en mármol blanco recuperados en una uilla del territorium de la ciuitas de los Iluberitani (Lumbier, Navarra) y hoy conservados en los almacenes del Servicio de Patrimonio Histórico del Gobierno de Navarra y, por su parte, ya en Aragón, también existen noticias de placas de mármol verde de revestimiento en las termas de Los Bañales (Beltrán Martínez, 1977: 120) –hasta la fecha, perdidas–, yacimiento en el que, según J. Galiay (1949: 82), se halló un fragmento estatuario de mármol blanco varonil, una placa de revestimiento de Carrara (Cisneros, 1986: 614) y en el que este verano se ha recuperado –sobre manto vegetal del área contigua al Oeste de las termas– una moldura escultórica también de mármol blanco aún en proceso de estudio. Que la zona estuvo bien nutrida de marmora importados lo reflejan no sólo la sugerente noticia de la placa de mármol verde de las termas de Los Bañales –muy probablemente, por su color, de procedencia oriental o griega (Rodà, 2008: 286-287, con bibliografía) o tal vez también pirenaica– sino, especialmente, la consideración como mármol de Luni-Carrara (Mostalac, 1994: 70; Lapuente et al., 1996: 129) del notable sarcófago tardorromano de Castiliscar, en el presunto territorium de la ciuitas de Cabezo Ladrero de Sofuentes (Schlunk, 1947: 317; Mostalac, 1994: 69) y, conforme a la analítica que acompaña a este trabajo, la determinación de las dos columnitas de Campo Real/Fillera como una variante del conocido mármol “Pavonazzetto” turco.
10.- Para todos los paralelos de esta forma en los repertorios de vidrio al uso puede verse Miguélez, 1989: 62-63, n.º 208.
11.- Los paralelos más claros en este sentido los ofrecerían las piezas RIT, 628 de Tarraco que apareció junto a una osteotheca con tres huecos para la fijación de tres urnas cinerarias (Del Arco, 1916; Salvat y Bové, 1952) o el conjunto funerario de la antigua Sassina, en Italia, donde tres piezas de idéntica tipología se han puesto en relación con el monumental mausoleo de Publius Verginius Paetus (AE, 1980, 411: Ortalli et al., 2008). La relación ya advertida de este tipo de soportes y monumentos de mayor envergadura quedaría refrendada –para el caso hispano– por los conjuntos hispanos béticos de las necrópolis de Torreparedones, Carmo (Bendala, 1976: 107), Baelo Claudia (Remesal, 1979: 38), Munigua –recientemente revisados desde una perspectiva epigráfica, y con toda la bibliografía, por B. Díaz (2008: 70) que ha anotado para el hábito raíces itálicas (también en Gorostidi, 2009 y antes en Borda, 1956-1958)– o los bien conocidos casos de Emporiae (Almagro, 1955: 152, en especial las urnas de incineración “Torres n.os 13 y 14”).
12.-  Para algunos ejemplos semejantes en Aquitania y en la Hispania septentrional puede verse el documentado estudio de Bost et al., 2005: 29-31.



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