(SOS
DEL REY CATÓLICO-SANGÜESA)*
New data on the epigraphy of Campo Real/Fillera
(Sos del Rey Católico-Sangüesa)
Javier ANDREU PINTADO, Universidad Nacional Educación a Distancia-UNED. Correo-e:jandreu@geo.uned.es
Ángel A. JORDÁN
LORENZO, Archivo Epigráfico de Hispania. Correo-e: ajorlor@yahoo.es
Javier ARMENDÁRIZ MARTIJA, Arqueólogo. Correo-e: javarmar@terra.es
Recepción: 2010-02-13; Revisión: 2010-02-26;
Aceptación: 2010-04-20
BIBLID [0514-7336 (2010) LXV, enero-junio; 179-198] ISSN: 0514-7336
RESUMEN: El presente artículo informa de dos
autopsias epigráficas realizadas sobre dos inscripciones –una inédita y la
segunda conocida de antiguo– procedentes del yacimiento arqueológico de Campo
Real/Fillera (Sos del Rey Católico-Sangüesa), en el sector nororiental del
territorio de los antiguos Vascones. Se presentan, además, nuevos
materiales arqueológicos que permiten trazar algunas pautas sobre la historia
del proceso de monumentalización de esta ciuitas aún ignota:
especialmente una completa osteotheca funeraria de piedra con urna de
vidrio que, sin duda, constituye un unicum en la arqueología funeraria
del Nordeste peninsular. El trabajo se completa, además, con un estudio
paleoantropológico de los restos óseos recuperados en el interior de la citada
urna y uno geológico sobre dos piezas marmóreas (campán verde y mármol turco de
Docimium) que, procedentes del yacimiento, se custodian en una colección
particular.
Palabras clave: Vascones. Poblamiento
romano. Inscripciones latinas. Mundo funerario romano. Material arquitectónico. Mármoles.
Monumentalización.
ABSTRACT:
The aim of this paper is to present the conclusions of two new epigraphic
autopsies over two latin inscriptions –unpublished the first one, the second
already known but here for the first time reviewed– found in the archaeological
site of Campo Real/Fillera (Sos del Rey Católico-Sangüesa), in the northeast
part of ancient Vascones’ territory. Some new archaeological materials
related with the history of the monumentalization process of this ancient ciuitas
are also presented: specially an spectacular funerary osteotheca made
of stone with glass case, an unicum in the archeology of the death in
the North-East part of the Iberian Peninsula. The paper is completed with a
paleoanthropological and geological characterization of some of the most
important evidences presented (including two pieces of green “campán” and
turkish marble).
Key
words: Vascones.
Roman settlement. Latin inscriptions. Roman burial. Architectonic material. Roman
marbles. Monumentalization.
* El presente trabajo forma parte de la línea de
investigación sobre “Los Vascones de las fuentes clásicas” coordinada por uno
de nosotros en el marco del Grupo de Estudios Especializados de la Antigüedad
de la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) (Ref.: G55H22) y con
el que colaboran los autores. Respecto de la última de las piezas presentadas
(§ 3, n.º 3) el trabajo se ha visto enriquecido con las sugerencias de la
investigadora del Institut Català d’Arqueologia Clàssica Judit Ciurana siendo,
en cualquier caso, los errores y omisiones que aparezcan en el texto
responsabilidad última y exclusiva de los firmantes. Éstos, además, quieren
dejar constancia de su gratitud a Dña. Ana Salvo, D. Eduardo Salvo y D. Gonzalo
Cortés –del Corral de María Mola, en Campo Real/Fillera y vecinos de Sos del
Rey Católico–, a Dña. Soledad Vera –del Corral del Boticario, también en el
centro del yacimiento estudiado–, a D. Beltrán Ybarra –de Peña (Navarra)–, a
otra familia vecina de Sos del Rey Católico que ha preferido permanecer en el
anonimato, y, de modo muy especial, a Dña. Teresa Murillo, hoy vecina de
Tauste. Sin la desinteresada colaboración de todos ellos, que han facilitado el
acceso y el estudio a los materiales aquí presentados, sencillamente las
reflexiones históricas y cronológicas que forman parte central de este estudio
no habrían sido posibles.
1. Introducción. Sobre el carácter urbano de Campo
Real/Fillera
Pocas comarcas del Nordeste peninsular han venido evidenciando,
por la notable incidencia en la misma del hábito epigráfico (Beltrán Lloris,
1986; Andreu, 2004-2005: 260-261 y 298-299; Jordán 2009) y por la cada vez
mejor documentada notoriedad de su panorama arqueológico (Moreno et al.,
2009, como síntesis) un poblamiento romano tan intenso como la que, a buen
seguro, constituyó el área nororiental del solar de los Vascones (Peréx,
1986: 63-69; Beltrán Lloris, 2001; Jordán, 2006: 108-109): la actual Comarca de
las Cinco Villas de Aragón, en la
provincia de Zaragoza. Sus aproximadamente 3.000 km2 de espacio alojaron, con
seguridad, tres ciudades citadas por las fuentes antiguas –Segia, Tarraca,
Cara y la ciuitas de los Iluberitani– (1), tal vez otras
de reducción todavía oscura –como Nemanturista o, según algunos, Corbio–
(2), muy posiblemente otras cuyo nombre sólo es conocido por las fuentes epigráficas
y numismáticas –como la ceca prelatina con rótulo arsaos– (3) y, si no
es que alguno corresponde a aquéllas, al menos tres asentamientos urbanos cuyo
grado de conocimiento en la actualidad resulta, sin embargo, algo desigual: Los
Bañales de Uncastillo, el Cabezo Ladrero de Sofuentes y Campo Real/Fillera en
Sos del Rey Católico/Sangüesa (4). Dicho entramado urbano –potenciado por una
intensa red de comunicaciones (Magallón, 1986; Moreno t al., 2009)– y su
consecuente puesta en explotación del territorio rural actuaron en la zona como
los motores adecuados en la conformación de un paisaje epigráfico dotado de
unas cualidades especialmente singulares (Jordán, 2009) que nos parece que
encuentran nuevas pruebas en estas páginas.
Hasta la fecha, no dejaba de resultar chocante a la
investigación (Lostal, 1980: 60-92; Beltrán Lloris, 1996) la concentración de
inscripciones que los repertorios epigráficos (Fatás y Martín-Bueno, 1977; Castillo
et al., 1981) (5) atribuían al área de Sos del Rey Católico donde, hasta
hace no mucho, la investigación arqueológica apenas se había interrogado sobre
la posible existencia de una uilla en el yacimiento de Campo
Real/Fillera (6). Así, la Epigrafía Romana de Zaragoza y su provincia (Fatás
y Martín-Bueno, 1977: 36-39) hacía proceder de dicha localidad varias piezas
funerarias (ERZ, 41=§ 3, n.º 2 y ERZ, 46) y hasta cuatro
miliarios (ERZ, 42-45).
Por su parte, y fruto de la labor del jesuita de
Javier F. Escalada, los inventarios del Museo de Navarra (Castillo et al.,
1981: 38-39, 58 y 104-105) atribuían a Sos un altar votivo de arenisca dedicado
a la deidad [-]uaporconis (IRMN, 32=HEp5, 932), un bloque moldurado
con posible alusión a varios Valerii (IRMN, 79) y el miliario de
Carino antes citados (IRMN, 15), a los que añadían dos aras taurobólicas
(IRMN, 80 y 81). Más tarde, el excelente trabajo de J. Lostal (1980, 1984 y 1992) añadía al
repertorio un “cipo de piedra semicircular” (Lostal, 1984: 22) que ha resultado
ser la cupa de Val(erius) Fortunatianus (AE, 1977, 470=AE,
1989, 462), la hermosa estela funeraria del Eturissensis G. Terentius
Maternus (AE, 1977, 471=AE, 1989, 463), y, nuevamente, el propio
J. Lostal volvía sobre uno de los miliarios, con mejores datos (Lostal, 1992:
142-143, n.º 138) precisando, además, para las dos primeras piezas funerarias la
procedencia del área del Corral de María Mola, en Campo Real/Fillera. A dicho
repertorio se uniría en los años noventa un bloque de arenisca con el epitafio
de Val(erius) Flau[i]anus (HEp5, 925=HEp9, 614) dado a
conocer por C. Castillo y por J. M.ª Bañales y para el que, igualmente, se
indicaba un origen probable de Campo Real/Fillera (Castillo y Bañales, 1998:
5-6, n.º 3), pero que, sin embargo, no hemos podido encontrar (Andreu et al.,
2008: 95, n.º 3). Al margen de que, como hemos hecho notar recientemente
(Jordán et alii en prensa), el no hace mucho editado cuaderno de campo
del P. Escalada (Maruri, 2006) haya alterado la procedencia de algunas de estas
piezas (Jordán et al., en prensa), lo notable del repertorio epigráfico
relacionado con el entorno inmediato de la localidad de Sos del Rey Católico y
también del repertorio de documentación anepígrafa –en especial, los altares
relacionados con el culto taurobólico (Uranga, 1926: 415 y 417; Marco, 1997:
306-207; Canto, 1997: 33-34; Vidal, 2005: 17-19) pero también una cupa anepígrafa
(Andreu et al., 2008: 133-135, antes aludida por el jesuita de Javier J.
M.ª Recondo, según Maruri, 2006: 328-329), una soberbia placa con tabula
ansata (Andreu et al., 2998: 95, n.º 4) o las antiguas noticias
sobre hallazgos en la zona de urnas cinerarias (Escalada, 1943: 88-89)– hacían
sospechar la presencia en el lugar de una notable ciuitas romana, presumiblemente,
como anotamos en otro lugar, la arsaos de los rótulos monetales (Andreu et
al., 2008; Fernández Gómez, 2009), ciuitas, desde luego,
extraordinariamente bien conectada con los centros urbanos de su inmediato
radio de influencia (Moreno et al., 2009: 252-254).
En favor de ese carácter urbano de Campo Real/Fillera,
además, hablan no sólo esos indicios arqueológicos que recogimos en un estudio
anterior (Andreu et al., 2008: 83-91) sino también algunos otros que
hemos tenido la oportunidad de estudiar en los últimos meses y que presentamos
aquí como preámbulo a la noticia de dos nuevas autopsias epigráficas, una de
una pieza inédita de extraordinario interés (§ 3, n.º 1) y otra de una última
inscripción que –aunque ya conocida– nos parece que sólo en este momento puede
ser valorada como procedente del yacimiento que nos ocupa (§ 3, n.º 2) (Mapa).
2. Novedades arqueológicas: reseña de materiales
Hasta la fecha, y a falta de una deseada excavación
arqueológica, el repertorio de material conocido del yacimiento que nos ocupa
(Marcos Pous y Castiella, 1974; Labeaga, 1987: 33; Maruri, 2006: 323; Andreu et
al., 2008: 90) incluía un lote de hasta cuatro contrapesos de prensa de
líquidos romana; un malogrado mosaico bícromo del siglo II d.C. vinculado a las
aún ignotas termas de la ciuitas (Andreu et al., en prensa, con
propuesta de restitución en Fig. 6); un generoso repertorio de material
ornamental y arquitectónico repartido entre el Museo de Zaragoza, el Servicio
de Patrimonio Histórico del Gobierno de Navarra y varias colecciones
particulares (Ariño et al., 1991: 101-102, n.os 3-6; Beltrán Lloris y
Paz, 2003: 154); y un sensacional puluinus funerario (Fig. 9) que espera
un estudio en profundidad (Andreu et al., 2008: 82) y que se ha de
relacionar (Andreu, en prensa) con el arraigo de los monumenta sepulcrales
en forma del altar en la zona (Gamer, 1974: 238-246; 1989: 35-36; Beltrán
Fortes, 2004: 107-109).
La revisión de algunas de esas colecciones y el acceso a otras nuevas está contribuyendo a aumentar el catálogo de las evidencias. Así, y respecto de los materiales de uso industrial, se ha contactado con hasta dos nuevos contrapesos de torcularium (Figs. 2-1 y 2-2) fechables entre época tardorrepublicana y altoimperial por tratarse de variantes del Tipo 12 de la conocida clasificación de J. P. Brun (Brun, 1986: fig. 59; 2003: 61-62, así como Peña, 2010). Esos dos contrapesos proceden de un área –la del Corral de María Mola en cuyo interior, y en propiedad de Dña. Ana y D. Eduardo Salvo, diligentes colaboradores de este trabajo, se conservan– que, atravesada por la vía (Moreno et al., 2009: 75) debió constituir el espacio industrial de la ciuitas. Éste, una vez que se ha sabido que procede de allí una de las prensas hoy conservadas en el Corral del Boticario (Andreu et al., 2008: 90, figs. 19[b] y 1-1), debió tener continuidad al otro lado del río Onsella, en la partida navarra de El Regadío. En el sector oriental de esa zona –en la que hemos hallado fragmentos de cerámica romana– fue descubierto en tareas agrícolas dicho contrapeso y aun un segundo elemento indeterminado (Fig. 1-2) de función presumiblemente industrial. Aunque no se ha podido realizar una prospección sistemática de la zona hay datos para pensar en que ese territorium incluyó también notables uillae como la que, de nuevo sobre el límite navarro-aragonés, nos ha obsequiado recientemente con una pieza escultórica en mármol blanco (Armendáriz, 2008: 308, con foto).
Por último, la propiedad de D. Beltrán Ybarra, en Torre
de Peña (Navarra), ha facilitado un lote de material que, ya aludido por M.
Martín Bueno (Martín-Bueno 1977: 177) (7), incluye pilares (Figs. 5-1 y 5-2),
De un área sin determinar proceden hasta dos columnas de mármol blanco turco de Docimium–variante del conocido “Pavonazzetto”– de 20 cm de alto y 10 cm de diámetro la primera (Fig. 10-1) y de 22 cm de alto y 11 cm de diámetro la segunda (Fig. 10-2) que por su tipología bien pudieron formar parte de un larario, tipo de edificio cultual del que –excepto para el caso bien conocido de Arellano (Mezquíriz, 2003: 136-138; Tobalina, 2008: 32-34)– no contamos con demasiados ejemplos en territorio vascón. Su carácter marmóreo –sobre el que se ofrece detallada analítica petrográfica al final de este trabajo– ofrece un testimonio más de la notable presencia de evidencia de mármoles importados en los yacimientos no sólo de todo el solar vascón (8) sino especialmente de los yacimientos del entorno (9), testimonio que añadir a una pequeña placa de campan verde recuperada en prospección arqueológica en el verano de 2009 en los campos de labor anejos al probable establecimiento termal antes referido.
3. Novedades epigráficas
Precisamente al horizonte funerario que antes comentábamos
pertenecen varias piezas que van a centrar nuestra atención en las próximas
páginas y que creemos que arrojan algunas interesantes luces en relación no
sólo al modo como tomó forma el hábito epigráfico funerario de esta parte del
solar de los antiguos Vascones sino, especialmente, a los parámetros cronológicos
del desarrollo del poblamiento en la zona y a la organización territorial,
incluso, de dicho poblamiento.
N.º 1.- Fragmento inferior correspondiente a la parte
central de un sillar de arenisca local (Fig. 11-1).
Medidas: (50,5) x (20) x 10. Letras: (5-3,5). Caracteres
capitales cuadrados, sin signos de interpunción.
La pieza fue hallada en enero de 2009 por Virginia García-Entero,
Ángel A. Jordán y Javier Andreu.
Parece que, desde antiguo, se conservaba cumpliendo
función de material constructivo en la cara interior de la leñera aneja a la
cara Este del Corral de Boticario, hoy propiedad de Dña. Soledad Vera con cuya amable
colaboración pudimos estudiarla a finales del invierno de 2009.
VIN
SOR
F
AN
V
NQ+
5 F+
Inédita
En línea 4 la crux corresponde a un trazo
diagonal, quizá una V. En línea 5 a la parte superior izquierda de una C,
lo cual podría completar la fórmula f(aciendum) c(urauit).
A tenor de lo poco conservado, el texto se puede identificar
como un epitafio, puesto que la secuencia AN V de la línea 3 puede
desarrollarse sin problemas como an(norum) V. De ser esto correcto, lo
más probable es que en las dos primeras líneas se desarrollara el nombre del
difunto, quien sería [—-]uin[—-] [——]sor f(ilius, -a). En línea 1, las tres letras conservadas permiten poco
margen de interpretación. Puede tratarse de parte del nomen [Q]uin[tius],
o bien del inicio del nomen Vinnius (CIL, II2/7, 912), Vinicius
(CIL, II, 1914), o Vinuleius (HAE, 141) o, por último,
de un cognomen como Vindex (CIL, II, 3180) o Vinusius (HAE,
1308) entre otros.
En línea 2, las tres últimas letras del nombre del progenitor
sugieren dos posibilidades. Primero, que se trate de un cognomen, tipo Cursor
(CIL, II2/7, 360), Possesor (CIL, II, 1180), Mensor
(CIL, II, 6337), Messor (ErpLe, 70) o Censor (HEp4,
194). Segundo, que se trate de un nomen indígena acabado en R.
Ejemplos de ellos se pueden encontrar en la no demasiado lejana localidad de
Lerga (Navarra), en donde se tiene constancia de un Abisunhar (IRMN,
50), o en la vecina Sofuentes (Zaragoza) donde se constata un conocido D[u]sanhar
(ERZ, 40). El hecho, por tanto, de que la filiación se indicase respecto
de un nomen de raigambre indígena no distorsionaría demasiado con el
ambiente vascónico en que –como vimos– se ubica el yacimiento que nos ocupa.
En línea 4 se conserva la secuencia [—-]NQ+ que
podría estar indicando el nombre del promotor de la inscripción, quizá un [Tra]nqu[illus]
(AE, 1983, 473) o un [Propi]nqu[us] (HEp6, 924).
Además, la Q con el trazo diagonal tan desarrollado (Fig. 11-2) nos
invita a otorgar una datación al texto en el siglo II d. C., posiblemente en su
primera mitad, a juzgar por el empleo de la capital cuadrada. Sin duda, esta datación
plantea la posibilidad de que el texto estuviera encabezado por una
consagración a los dioses Manes, como ocurre en muchos de los epitafios encontrados
en territorio vascón datados en este periodo.
De esta forma, es posible restituir el texto
conservado de la siguiente manera:
[D(is)
M(anibus) (?)]
—-]VIN[—-
—-]SOR(is)
F(ilio, -ae) [—- (?)
—-
(?)] AN(norum) V [—- (?)
5
—-]NQV[—-]
F(aciendum)
C(urauit)
En conclusión, si bien no es posible identificar con
seguridad la onomástica presente en el texto conservado, creemos que es
plausible establecer algunas pautas que permiten una mejor interpretación del fragmento.
En primer lugar, se trata de un epitafio, como atestigua la edad en la línea 3.
En segundo término, es posible establecer una estructura interna del texto en
la forma: fallecido (onomástica difuntofiliación-edad)-promotor-formulario
final. En tercer lugar, el ambiente urbano en el que se ha encontrado el texto,
unido a la onomástica presente en el resto de las inscripciones procedentes de
Sos del Rey Católico, invita a considerar con cierta verosimilitud que los nomina
contenidos en el epitafio serían latinos. En cuarto lugar, y por último, es
posible datar el texto en un momento avanzado, quizá en la primera mitad del
siglo II d.C.
N.º 2.- Fragmento derecho de un dintel de arenisca local
(Fig. 12-1). En su parte superior conserva los encajes para dos grapas, lo cual
indica que iría adosado a otros sillares, en un conjunto presumiblemente monumental
(Fig. 12-2). Medidas: 40 x (123) x 40. Letras: 6. Caracteres capitales
cuadrados. Interpunción: triángulo. El texto, grabado en el extremo inferior
derecho del dintel, se inscribe en el interior de un campo epigráfico
rectangular, inciso en la piedra (Fig. 12-3).
La inscripción se encontró a mediados del siglo pasado
en el sitio de “Campo Tuera” (Campo Real, Sos del Rey Católico). Se conserva en
una colección particular en Torre de Peña, donde la vimos y estudiamos en marzo
de 2009 con la diligente colaboración de D. Beltrán Ybarra, su actual
propietario.
+ • CALP(urnius?) •
ERZ, 41
Cf. Martín-Bueno, 1977: 77
La crux corresponde a un trazo vertical,
posiblemente del praenomen del personaje indicado, a juzgar por su
posición en el texto. Por esta razón, quizá pueda tratarse de una L o T.
El texto, breve, posiblemente se halle completo, puesto que no se han encontrado
otros trazos en el dintel que inviten a considerar que se extendía en su parte
superior. Además, el campo epigráfico y la interpunción lo delimitan en sus
extremos laterales e inferior (Fig. 12-3). Esta desproporción soporte-texto no
debe sorprender, pues el uso de textos cortos en soportes de desmesuradas
dimensiones parece ser habitual en la zona de las Cinco Villas, como ya se ha
comentado en otro lugar (Jordán, 2009; Andreu, en prensa). Muy probablemente,
en el texto aparece abreviado el nomen Calpurnius, que debe
interpretarse en masculino, si el trazo conservado delante corresponde al praenomen.
Este nomen es uno de los más frecuentes en la Península Ibérica y, en la
zona vascónica, se atestigua en Cara (CIL, II, 2963: Calp(urnius)
Aestiuos) y en Andelo (CIL, II, 2967: Calpurnia
Vrchatetelli). En el conuentus Caesaraugustanus, el citado gentilicio
(Abascal, 1994: 104-107) tampoco tiene demasiada presencia y está tan sólo
atestiguado enun magistrado monetal de la colonia Celsa (Burnett, et
al., 1992: n.º 266) lo que añade un mayor interés al testimonio aquí
presentado.
Por el tipo de letra y el uso onomástico de praenomen+nomen
en lugar de tria nomina, se puede datar la inscripción en el siglo I
d.C., quizá en su primera mitad. El carácter adintelado de esta inscripción permite
sugerir que debió formar parte de algún monumento funerario perteneciente a
algún individuo de nomen Calp(urnius) si no a varios, de ahí que, al
tratarse, presuntamente, de un monumento de carácter familiar se obviara la expresión
y desarrollo completos del nomen del difunto, tal vez referido por medio
de una alusión a la familia completa en algún otro lugar, perdido, del
monumento.
Desde luego, la presencia de una marca de grapa de fijación
del dintel en la parte inferior del mismo concede verosimilitud al hecho de que
nos encontremos ante uno de los frisos epigráficos de un monumento de cierta
envergadura como sucede, por ejemplo, en la Torre de los Escipiones de Tarraco
(RIT, 921) o, mucho más cerca, en el vecino Mausoleo de los Atilios
(CIL, II, 2973), en otro bloque adintelado de algún tipo de acotado
funerario procedente de la uilla de Puyarraso, en el territorium de
Los Bañales (ERZ, 53), o en el epitafio de un tal Proculus documentado
en Sofuentes (ERZ, 36) y que fue grabado también sobre un notable bloque
seguramente vinculado a algún monumento mayor.
Nuevamente, y como el puluinus antes
comentado (Fig. 9), nos encontramos ante otro testimonio de la monumentalidad
de los conjuntos funerarios de la zona, que también se intuye, por ejemplo, en la
recientemente estudiada necrópolis del Cabezo Ladrero de Sofuentes (Jordán et
al., en prensa) y a partir de las evidencias epigráficas y arquitectónicas con
que nos está obsequiando al respecto del registro funerario el área nororiental
del solar de los antiguos Vascones (Andreu, en prensa).
N.º 3.- Osteotheca en bloque
paralelepipédico de piedra (56 x 46 x 26) con las caras laterales e inferior ligeramente
trabajadas (Figs. 13-1 y 13-4) y con la superior presentando un cuidado rebaje
circular –de 21 cm de diámetro y 28 cm de fondo– para el encaje de la urna
cineraria (Figs. 13-2 y 13-6) y otro cuadrangular menos profundo sobre el que
encajó una placa de arenisca local (44 x 28 x 5) destinada a cubrir la urna
(Figs. 13-3 y 13-5), también extraordinariamente bien conservada. La urna (Figs.
14-1 a 14-5), de carácter globular, en vidrio con ligera pátina verdosa,
presenta un borde lobular notablemente engrosado y saliente y fondo con umbo
ligeramente cóncavo (Fig. 14-5). Tiene un tamaño de 17,5 cm de alto, 18 cm de
diámetro en su parte central, 9 cm en su base y 14,5 en su boca correspondiendo
a una forma Isings 67a (Isings, 1957: 86) (10). En el momento del hallazgo
contenía restos óseos –de un individuo adulto de sexo indeterminado– con
evidencias de haber sido sometidos a combustión, restos sobre los que se ofrece
informe paleoantropológico anejo a este trabajo. Junto a dichos restos se
constatan once fragmentos vítreos (Fig. 15) también con señales de haber sido
quemados y que hacen plausible su interpretación como pertenecientes a alguna
suerte de ungüentario incinerado también junto al difunto.
La pieza fue descubierta casualmente hace
aproximadamente quince años por los vecinos de Tauste D. José Víctor Vera y
Dña. Teresa Murillo en el término conocido genéricamente como Las Navas, un par
de kilómetros al Norte del área central del yacimiento de Campo Real/Fillera,
exactamente a apenas trescientos metros al Este del lugar –el Camino Viejo de
Campo Real a Javier– por el que, según la propuesta más reciente al respecto
(Moreno et al., 2009: 75) debió transcurrir la uia romana. Ésta
se halló en posición secundaria, apartada junto a una acumulación de piedras
fuera de la finca en la que apareció por lo que no tenemos una información muy exacta
sobre el lugar concreto en que ésta se ubicó en época antigua, por más que no
parece probable que el agricultor que la extrajo inicialmente en trabajos de
laboreo agrícola la hubiera trasladado muchos metros hasta el lugar de su
hallazgo final. El objeto había permanecido inédito hasta que tuvimos noticia
de él gracias a Dña. Soledad Vera, propietaria de una de las fincas del área
central del yacimiento arqueológico de Campo Real/Fillera. Así, siguiendo las
voluntariosas indicaciones de Dña. Teresa Murillo, en el otoño de 2009 hemos
revisitado el supuesto lugar del hallazgo de la pieza (presumiblemente, con las
coordenadas 646.707 y 4.712.225) prospectándolo y constatando la presencia –en
una terraza ubicada a unos seiscientos metros del lugar del hallazgo y ya en
territorio navarro– de un pequeño yacimiento de época romana con material constructivo
–especialmente lajas de arenisca alóctonasque tal vez, como en el centro de la ciuitas
(Andreu et al., 2008: 79), debieron servir como sistema de cubierta
de las estructuras de habitación– y algunos fragmentos de cerámica de
almacenaje y sigillatas altoimperiales romanas. Tras su descubrimiento en los
años ochenta, la osteotheca fue llevada a Tauste donde hoy se conserva.
Sí queremos dejar constancia de la excelente pericia con la que Dña. Teresa
Murillo y su esposo extrajeron de la osteotheca la urna de vidrio e
incluso los restos óseos y los fragmentos vítreos que la urna albergaba en su
interior.
En propiedad de Dña. Teresa Murillo se conservan la
urna y los restos óseos que ella ha puesto amablemente a nuestra disposición
para el presente trabajo.
Lo primero que llama la atención del hallazgo es que,
hasta donde nos consta, se trata de la primera osteotheca documentada en
el territorio de los antiguos Vascones donde sí sabemos, en cualquier
caso,que –en su parcela nororiental– los monumenta sepulcrales en forma
de altar asociados a rituales de incineración (Gamer, 1974: 238-246; 1989:
36-36; Beltrán Fortes, 2004: 107-109; Andreu, en prensa) y las cupae solidae
de incineración (Vaquerizo, 2006:334-339) fueron notablemente habituales
(Beltrán Lloris, 1986: 78; Andreu, 2008), fenómeno éstecon el que tal vez esta
pieza –y posibles hábitos culturales indígenas mal conocidos– haya de ponerse en
relación. Desde luego, pese al detenido examen de la misma –y pese a que no
faltan en el mundo romano ejemplares de urnas cinerarias de piedra con
indicación del nombre del difunto, bien inscrito (Díaz, 2008: 68-70) o bien con un titulus pintado
muchas veces ya perdido (Fernández Fuster, 1951: 232)–, se trata de una pieza
totalmente anepígrafa aunque lo cuidadoso de su factura invita a pensar que
formó parte de un monumento mayor (Rodríguez Oliva, 1999; 2002: 259; Andreu, en
prensa) –quizá, en ese caso, epigráfico– desmontado tal vez ya en época antigua
o, como está atestiguado en algunos casos béticos, estuvo sencillamente cubierto
por una estructura abovedada de argamasa al modo de las cupae structiles (Vaquerizo,
2006: 339 y 341), o quizás, finalmente, contó con una inscripción que anunciaba
a los viandantes la presencia del monumento (11).
Tipológicamente, es evidente que el rudimentario
trabajo del bloque de arenisca paralelepipédico que sirvió de loculus para
la urna de vidrio lo aleja ligeramente de los bien conocidos paralelos béticos
(Rodríguez Oliva, 2002: 164-278) muy tendentes a la rectangularidad (Fernández
Fuster, 1951) y, a veces, incluso con patas y cubiertas a doble vertiente. Sin
embargo, nuestro ejemplar presenta un acabado muchísimo más cuidado
–especialmente, sobresale el rebaje para el encaje de la tapa plana de piedra–
que el que presentan las piezas de Vxama (Argente y Jimeno, 1977; García
Merino, 1997) –con tosca cubierta en forma troncopiramidal–, las diversas
–todas ellas sin tapa conservada– documentadas en la necrópolis de Segobriga
(Almagro, 1979: 219-220, 226-228) –algunas, como la “tumba 8” segobricense
(Almagro, 1979: 241, lám. IV, fig. 7) dotadas de un recipiente vítreo de
idéntica tipología al que contenía la osteotheca que nos ocupa–, o las
–también sin tapa– halladas a comienzos del siglo XIX junto a la Torre de los
Escipiones de Tarraco (Rovira y Dasca, 2004: 89). Al margen de que –como
ha reconocido la investigación tanto para el repertorio bético (Almagro, 1989)
como para los ejemplos del ámbito celtibérico del interior peninsular (García
Merino, 1997)– el empleo de dicho soporte en una necrópolis rural del territorium
de la ciuitas de Campo Real/Fillera evidencia que en una época nunca
posterior a los Flavios –momento a partir del cual parece que no se puede
fechar ninguno de los conjuntos hispanos conocidos en los que este tipo de
sepulturas están constatadas (Rodríguez Oliva, 2002: 278)– la zona estaba en
contacto con los rituales funerarios más innovadores que, reinterpretando antiguos
rituales de incineración de raigambre indígena, comenzaban ya a incorporar formas
típicas del mundo romano.
Precisamente, más luces al respecto de esta
realidad –y en tanto que claro testimonio de
romanidad– parece ofrecernos la tipología de la urna cineraria de vidrio
que, extraordinariamente bien conservada, formó parte del conjunto que aquí
estudiamos. Con un paralelo cercano en el “enterramiento 35” de la necrópolis
de la antigua Iturissa, en la localidad navarra de Espinal (Peréx y
Unzu, 1997-1998: 93 y 108; 2007: 157), la aludida forma globular Isings 67a está bien atestiguada en
enterramientos romanos perfectamente datados que –aunque ocasionalmente llegan
a la época tardoantigua (Torrecilla, 2004: 346)– mayoritariamente se fechan en
una época que rara vez pasa del último cuarto del siglo I d.
C. (Isings, 1957: 87; Paz y Ortiz, 2004: 139) con un predominio casi
mayoritario de su uso en época julio-claudia. En dicha época, por ejemplo, hay
que fechar las urnas de piedra con recipiente de vidrio Isings 67a documentadas
en la Torre Ciega de Carthago Noua (Sánchez de Prado, 1999; 2004: 92), en
la “tumba 8” ya citada de Segobriga (Almagro, 1979: 229), en los
enterramientos de la uia de salida de la ciudad de Vxama (Fuentes,
2004: 279), en la “incineración Torres n.º 13” de Emporiae (Almagro, 1955:
153) o en un enterramiento ebusitano –en este caso, como en el de Iturissa,
con la urna directamente enterrada en la tierra– de la necrópolis de Puig des
Molins (Miguélez, 1989: 62-63, n.º 208).
Con los datos de que disponemos, parece que nos
encontramos, pues, ante una evidencia única de la que debió ser la necrópolis
de una de las múltiples uillae que debieron salpicar la margen izquierda
del río Onsella, como ya se estudió en otro lugar (Labeaga, 1987: 91-93; Andreu
et al., 2008: 79). A juzgar por el material arqueológico recogido en la
zona, la citada uilla, como se dijo, debió ocupar la cara Sur de las
colinas que se yerguen sobre la inmensa terraza fluvial del río Onsella
ocupando, además, una envidiable posición en relación al paso de la vía romana
y a la propia ubicación de la ciuitas de Campo Real/Fillera. El
extraordinario trabajo del que hace gala la osteotheca aquí presentada
así como la posición del enclave del que aquélla procede nos invitan a pensar
en que la uilla debió contar con otros monumentos funerarios igualmente
notables –tal vez, de hecho, la osteotheca formó parte de uno de ellos
como antes se ha dicho–, pero que no han llegado a nosotros, tal vez incluso
con sistemas de enterramiento idénticos al que aquí se estudia dado lo habitual
de la presencia de éstos en grupos en el catálogo hispano. Muy probablemente,
la evidencia de aprovechamientos de piedra en los afloramientos rocosos de la
zona en época histórica unidos a las excelentes comunicaciones de esta zona de
El Regadío con la localidad navarra de Sangüesa hayan podido contribuir a
facilitar que, a lo largo de la historia, los elementos constructivos de dicha
necrópolis hayan sido desmantelados habiendo quedado de la misma sólo la
extraordinaria evidencia que aquí estudiamos. Una evidencia, en cualquier caso,
cronológicamente muy sugerente respecto de los aparentemente tempranos momentos
de integración de estas tierras en los hábitos espirituales del mundo romano.
4. Valoración final
En el estado actual de nuestros conocimientos y a
falta de bases estratigráficas fiables sobre la ciuitas de Campo
Real/Fillera, son las siempre parciales informaciones de carácter cronológico
que nos pueden arrojar los materiales aquí presentados junto con las reflexiones
sobre la ordenación topográfica y territorial del lugar las únicas que pueden
arrojar algo de luz a la historia de la integración en la órbita de Roma de las
tierras de los antiguos Vascones.
Si –como nos parece– las dataciones arriba
propuestas para la osteotheca anepígrafa con urna de vidrio (§ 3, n.º
3), para los nuevos testimonios de contrapeso de torcularia (§ 2) y para
el dintel con alusión a un indeterminado Calp(urnius) (§ 3, n.º 2) son
correctas y están suficientemente afinadas, todo parece indicar que la ciuitas
que nos ocupa contó ya con un notable desarrollo económico y monumental en
los años inmediatamente posteriores al cambio de Era, trátese o no de la ciuitas
Arsitana de los rótulos monetales, cuestión, en cualquier caso, menor. En
una zona para la que, hasta donde puede desprenderse de la documentación
disponible hasta la fecha, sólo la municipalización flavia debió transformar el
estatuto jurídico de sus comunidades (Andreu, 2006: 226), este marco
cronológico augústeo-julio-claudio –que, o bien ha de relacionarse con Los
Bañales (Jordán, 2009: 517) o bien con algún otro enclave urbano todavía ignoto
existente en la zona (Galve et al., 2005: 205)– no nos debe extrañar
como el de inicio de la madurez del enclave por cuanto que, efectivamente,
varios de los miliarios (ERZ, 19 e IRMN, 1y 2) de la uia sobre
la que se asentó la ciuitas de Campo Real/Fillera (Moreno et al.,
2009: 195) deben fecharse entre los años 8 y 3 a.C., arco cronológico al que
pertenece también la descontextualizada dedicatoria a Cayo César procedente de
la localidad cincovillesa de Rivas (HEp5, 916) –y que, contra lo que se
ha planteado recientemente (Galve et al., 2005: 205) nos parece que debe
relacionarse con algunas de las ciuitates ya conocidas en la zona, tal
vez Los Bañales (Jordán, 2009: 517), y no con otra nueva a ubicar en la
localidad actual de Rivas– o, en el propio yacimiento de Campo Real/Fillera,
una moneda de Augusto recogida en superficie en el área necropolitana de la ciuitas
(RIC I, 207 y BMC, 533, del 9-8 a.C.) y hoy en una colección
particular de Sos del Rey Católico.
Qué duda cabe que el extraordinariamente llamativo aspecto
ortogonal que, como anotamos en otro lugar (Andreu et al., 2008: 79,
nota 29), parece traslucir a través de la fotografía aérea el todavía oculto
urbanismo del yacimiento aquí estudiado podría, en este sentido, alimentar la
idea de que Campo Real se hubiese desarrollado como ciuitas de
extraordinaria importancia casi en el mismo momento en que se abrió el trazado
de la uia a cuyos pies se situaría y que, como se ha anotado
recientemente (Moreno, 2009: 258), debió explicar parte del florecimiento
histórico y aun de la perdurabilidad del núcleo urbano. Es, pues, sugerente
pensar que la misma administración que participó en el amojonamiento y apertura
de la uia a finales del reinado de Augusto pudo estimular el traslado al
llano de toda una bien conocida serie de poblaciones de la Edad del Hierro II
bien constatadas en la zona (Armendáriz, 2008: 306) –incluida, lógicamente, la que
ocupó el cerro de Fillera, en el centro del área arqueológica (Andreu et al.,
2008: 77)– y servir de vector dinamizador de la implantación en la misma del
modelo romano de ciudad (12).
De este modo, la temprana fecha de los materiales aquí
estudiados permitiría, además, a nuestro juicio, constatar de qué modo, para un
momento relativamente temprano, la ciuitas de Campo Real/Fillera contaba
no sólo con un notable suburbio de naturaleza artesanal y productiva ubicado al
pie de la uia que accedía al lugar desde el Cabezo Ladrero de Sofuentes
y apenas unos metros antes del área necropolitana, sino también, y de modo
especialmente atractivo, con una conurbación periurbana de uillae capaces
de poner en explotación unos recursos que, seguramente, se posicionaron
especialmente bien en los mercados de la zona gracias a la geoestratégica
posición ocupada por la ciudad y que, como también comentamos en otro lugar –y
contra lo que parece fue la tónica general en la zona (Paz, 2006)–, debió
valerle su perduración como centro urbano de primer orden incluso bien entrados
los tiempos de la Antigüedad Tardía. Es deseable, en cualquier caso, que estas
hipótesis aquí esbozadas a partir de la reflexión sobre un conjunto sin igual
de materiales arqueológicos puedan verse enriquecidas en un futuro no muy
lejano con las siempre definitivas bases estratigráficas que vengan a afirmar o
negar lo hasta aquí planteado.
Notas:
1.- Con todas las
fuentes en Peréx, 1986: 215-227, 228-232, 128-138 y 167-171; Andreu, 2006:
198-199, 199-202, 216-218 y 212-213.
2.- Para Nemanturista
véase Andreu, 2004-2005: 260-261; 2006: 209-212; Ramírez Sádaba, 2006: 187;
Mateo et al., 2007. Sobre Corbio –en Liv. 39, 42– pueden verse
las reflexiones de Beltrán Lloris et al., 2000: 19 (con Mapa) y 21;
Marco, 2008: 82; Andreu et al., 2008: 96-97.
3.- García-Bellido y
Blázquez, 2001: 34-37; Fernández Gómez, 2009.
4.- Con
actualización bibliográfica y toda la historiografía precedente en Lasuén y
Nasarre, 2008 y en Andreu et al., en prensa para Los Bañales; Paz y
Beltrán Lloris, 2003: 156 y Jordán et al., en prensa para Cabezo
Ladrero; y Andreu et al., 2008 para Campo Real/Fillera.
5.- Aunque la
riqueza epigráfica de la zona sigue pidiendo una revisión general y de conjunto,
se han publicado en los últimos años algunos muy útiles trabajos de
actualización que complementan el inexcusable de Beltrán Lloris, 1986. Para
todos ellos, remitimos al trabajo de Jordán, 2009.
6.- Marcos Pous y
Castiella, 1974 y, a partir de ellos, Gorges, 1976: Z21, 352 y con toda la
historiografía sobre esta condicionante identificación en Andreu et al.,
2008: 79-82.
7.- Es de justicia,
en este sentido, rectificar al prestigioso profesional zaragozano cuando en una
de sus obras más citadas atribuía la procedencia de Campo Real/Fillera a un
amplio conjunto de estelas medievales discoideas que hoy rodean la iglesia de
la finca de Torre de Peña (Martín-Bueno, 1977: 177). Según parece, éstas –de
las que, desde luego, no se han conservado paralelos en el yacimiento que nos
ocupa, pese al intenso horizonte alto-medieval del mismo (Andreu et al.,
2008: 91)– proceden del conocido desolado medieval de Peña (Idoate, 1967: 310 y
327) procediendo sólo de Campo Real –“Sisso”, según los lugareños de Torre de
Peña, nombre que, curiosamente, y por otra parte, ya refería Ceán Bermúdez,
1832: 157 como infundado nombre antiguo de Sos del Rey Católico– los materiales
que se guardan en propiedad de D. Beltrán Ybarra, de cuya amable colaboración
queremos también dejar constancia aquí.
8.- Aunque el tema
sigue pendiente de un estudio pormenorizado que recopile todas las evidencias y
trace, a partir de ellas, información sobre los circuitos comerciales con los
que la zona tuvo relación, a los fragmentos estatuarios de mármol recuperados
en Calagurris, Cara, Curnonium, Gracchurris o Pompelo
(conocidos de antiguo y con toda la bibliografía en Andreu, 2003-2004:
272-273, n.º 116) deben añadirse los recientemente anotados fragmentos
marmóreos de una inscripción funeraria de Calagurris (HEp9, 484),
de otra de Castejón de Ebro (Velaza, 2006: 62), de una seguramente pública
procedente de Gracchurris (ERR, 1) –todas en mármol blanco de
procedencia aún indeterminada– así como las placas molduradas de revestimiento
ornamental no hace mucho recuperadas en un presunto edificio público de la C/
Navarrería de la antigua Pompelo (Diario de Navarra, 28-5-2009).
9.- Así, además de
las dos columnitas aquí comentadas y de la placa de campan verde recuperadas en
el área central del yacimiento de Campo Real/Fillera, del área de influencia
del mismo parecen proceder el fragmento escultórico con representación de una cornucopia
ya antes aludido y dado a conocer no hace mucho por J. Armendáriz (2008:
308) o la denominada Artemisa de Sangüesa hoy conservada en el Museo de Navarra
(Balil, 1965). No demasiado lejos, tenemos noticia de la constatación de unos
fragmentos de material arquitectónico en mármol blanco recuperados en una uilla
del territorium de la ciuitas de los Iluberitani (Lumbier,
Navarra) y hoy conservados en los almacenes del Servicio de Patrimonio
Histórico del Gobierno de Navarra y, por su parte, ya en Aragón, también
existen noticias de placas de mármol verde de revestimiento en las termas de
Los Bañales (Beltrán Martínez, 1977: 120) –hasta la fecha, perdidas–,
yacimiento en el que, según J. Galiay (1949: 82), se halló un fragmento
estatuario de mármol blanco varonil, una placa de revestimiento de Carrara
(Cisneros, 1986: 614) y en el que este verano se ha recuperado –sobre manto
vegetal del área contigua al Oeste de las termas– una moldura escultórica
también de mármol blanco aún en proceso de estudio. Que la zona estuvo bien
nutrida de marmora importados lo reflejan no sólo la sugerente noticia
de la placa de mármol verde de las termas de Los Bañales –muy probablemente,
por su color, de procedencia oriental o griega (Rodà, 2008: 286-287, con
bibliografía) o tal vez también pirenaica– sino, especialmente, la
consideración como mármol de Luni-Carrara (Mostalac, 1994: 70; Lapuente et
al., 1996: 129) del notable sarcófago tardorromano de Castiliscar, en el
presunto territorium de la ciuitas de Cabezo Ladrero de Sofuentes
(Schlunk, 1947: 317; Mostalac, 1994: 69) y, conforme a la analítica que
acompaña a este trabajo, la determinación de las dos columnitas de Campo
Real/Fillera como una variante del conocido mármol “Pavonazzetto” turco.
10.- Para todos los
paralelos de esta forma en los repertorios de vidrio al uso puede verse
Miguélez, 1989: 62-63, n.º 208.
11.- Los paralelos
más claros en este sentido los ofrecerían las piezas RIT, 628 de Tarraco
que apareció junto a una osteotheca con tres huecos para la fijación
de tres urnas cinerarias (Del Arco, 1916; Salvat y Bové, 1952) o el conjunto
funerario de la antigua Sassina, en Italia, donde tres piezas de
idéntica tipología se han puesto en relación con el monumental mausoleo de Publius
Verginius Paetus (AE, 1980, 411: Ortalli et al., 2008). La
relación ya advertida de este tipo de soportes y monumentos de mayor
envergadura quedaría refrendada –para el caso hispano– por los conjuntos
hispanos béticos de las necrópolis de Torreparedones, Carmo (Bendala,
1976: 107), Baelo Claudia (Remesal, 1979: 38), Munigua –recientemente
revisados desde una perspectiva epigráfica, y con toda la bibliografía, por B.
Díaz (2008: 70) que ha anotado para el hábito raíces itálicas (también en
Gorostidi, 2009 y antes en Borda, 1956-1958)– o los bien conocidos casos de Emporiae
(Almagro, 1955: 152, en especial las urnas de incineración “Torres n.os 13
y 14”).
12.- Para algunos ejemplos semejantes en Aquitania
y en la Hispania septentrional puede verse el documentado estudio de
Bost et al., 2005: 29-31.
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