viernes, 19 de octubre de 2012

02.55.12 Los Casquilletes de San Juan-Galipentzu - Luis Vazquez y Blas Taracena


(RPVIANA De Excavaciones en Navarra III Nº 22 Pags. 16-24 y fotos)
L. Vázquez de Parga B. Taracena Aguirre

(En la misma revista viene un atículo sobre “El Castillar” de Xabier, de los mismos autores.

LOS CASQUILLETES DE SAN JUAN, EN GALLIPIENZO
El término de «Los Casquilletes de S. Juan» está como 2 km. al N. O. del enriscado caserío de Gallipienzo y otros 2 al Oeste de las ruinas romanas de «Santacrís» de Eslava, kilómetros en que no se perciben restos de antiguos caminos pues los tramos de piedras hincadas que forman en tantos lugares a modo de calzadas, son obra moderna de labradores hecha en parajes embarrados para evitar que las caballerías se deslicen sobre la arcilla pegajosa. Emplazado al final de la vertiente N. que forma el pequeño valle de «El Soto», entre Gallipienzo y Ayesa, donde por la opuesta cruza la carretera de Aibar a Eslava, a campo través el término de San Juan dista de ella unos 1.500 metros y otros tantos por un camino de herradura que parte del ramal de carretera de Gallipienzo cerca de una modesta tejería emplazada en lo más profundo de la vaguada. (Lám. I, núm. 2).

La existencia de ruinas en «San Juan» era conocida por el hallazgo de piedras labradas de gran marco y algunas ornadas de tímidos relieves de temas vegetales, obra romana popular de cuyo encuentro dió noticia primero D. Juan Castrillo (12) y después el P. Francisco Escalada en «La Arqueología en la villa de Javier» y de las que una (Lám. V, B), ha ido a refugiarse en el pequeño Museo que con magnífico entusiasmo reunió en el Castillo de Javier este benemérito sacerdote, piedras iguales en marco y timidez de labra que otras halladas en las inmediatas ruinas de «Santacrís» de Eslava, cuatro de ellas también en Javier y otras hoy en el Museo de Pamplona.

La de Javier dicen que estaba casi en la superficie cuando hace pocos años ampliaron la era situada entre dos corrales, propiedad del vecino de Ayesa D. Cirilo Egea, y que con ellas aparecieron otra correspondiente a la base de una pilastra ornamental angular y con relieve en dos frentes, de 77 por 77 por 45 cm., otra igualmente de ángulo y con racimos de uva en ambas superficies, un trozo de inscripción de 48 por 20 cm. en que con buenas letras al parecer del siglo II se lee: L(?)A. EI. CE(?) P. F. todas donadas al Museo de Pamplona por el citado D. Cirilo Egea (Lám. IV y V), y otra serie al parecer sin decoración pero que conservan a la vista la caja de las grapas y algún trozo de fuste de columna de 35 cm. de diámetro, y que hoy forman parte de las paredes de los corrales próximos y del muro sobre el que con materiales de relleno se ha ampliado la era. La diferencia de material y tamaño entre estas piedras de un antiguo edificio y las restantes utilizadas en obra moderna consienten distinguir estos poco numerosos sillares (13) con tizón de 30 a
44 cm. y superficie entre 64 y 135 cm. de lado, es decir, piedras de revestimiento de muro de manipostería en aparejo no isodomo, y que por el escaso número de las hoy visibles (unas 25 piezas) indican pertenecer a edificio pequeño, pues aunque muchas pueden haber desaparecido y otras se hallan entre el relleno de la era, los 15 m.2 que representan las aún a la vista no autorizan a suponer grandes construcciones. De tal edificio (14) hoy no queda otro recuerdo que la noticia de un anciano del pueblo escuchada a su padre que conoció en pie «la portalada de la ermita de San Juan» sita en la era y frente al corral de D. Cirilo Egea, orientada por tanto al mediodía y con subida por escaleras. En esta ermita de San Juan, que no tenemos por qué suponer fuese un edificio romano aprovechado, debieron emplearse los sillares decorados que hemos descrito, cuya semejanza con los de Santacrís de Eslava permite suponer que hubieran sido desplazados desde el poblado romano que allí hubo, ya que, de haber existido aquí una edificación romana de cierta importancia, resulta extraño no haber hallado sus cimientos, a no ser que éstos se encuentren sepultados en la era a una mayor profundidad.

Las calicatas que con 1.1 obreros realizamos los días 28 de Agosto a 1 de Septiembre, cruzando la era en varias direcciones, no acusaron huella de cimientos romanos y mostraron en cambio un relleno intencionado, más profundo cuanto más hacia el Norte y hasta pasar de 3 m., hecho con piedras informes recogidas en la superficie y que en la parte N. O. como a 80 cm. de la superficie hubo un rústico enlosado limitado por muros también rústicos donde se aprovechó un gran sillar de 79 x 76 x 17 cm. pulido en uno de los cortes y apiconado en los otros tres (uno con la caja de grapas) y la superficie principal también pulida y en dos lados tallado un rebajo angular de 4'5 x 1'5 cm. de sección, como si hubiera servido para recuadrar algún gran tema decorativo de la fachada. Además de esto, a 73 cm. de profundidad
y sin contener más que el esqueleto, apareció una sepultura rectangular infantil formada por lajas de piedra, orientada de E.O. y con la cabeza al poniente, y como diez m. al S. de la era otra de igual disposición y 1'75 m. de larga, que uno sobre otro contenía dos cadáveres contrapuestos, el inferior varonil y más robusto, con la cabeza al O. y el superior femenino.

Convencidos de la inutilidad de nuestra busca y pensando que la buena calidad de los materiales en cuestión pudo incitar a desplazarles algún trecho, exploramos los alrededores próximos y alejados hasta casi un kilómetro sin lograr otro hallazgo constructivo que, como a 80 m. al S. de la era y lindante con el camino de herradura de Gallipienzo, los muros de una minúscula habitación (fig. I, 1 y lám. III) muy destruida, de 1'62 m. de anchura, pavimentada de grandes y regulares losas, construida con sillarejos bien escuadrados, conservando en el interior un escalón de bajada y suplementada posteriormente en el medianil con muro de manipostería más grueso correspondiente a una habitación inmediata. Ningún hallazgo industrial, ni aun fragmentos de tejas (pues sin duda como en la próxima «villa» de Liédena la cubierta sería de lajas de piedra), logramos obtener aquí, pero sí en la 1.' habitación la basa de una columna toscana de 30'5 cm. de diámetro en el fuste y un sillar de 83 por 42 y 40 centímetros y 29 de grueso, de distinta piedra que los materiales esculpidos de que venimos tratando, ornado en un costado con muy bajo relieve de una línea de anchas hojas y excavado en la superficie mayor con amplio canal que disminuye de anchura hacia la punta, detalles que más que en dos utilizaciones sucesivas hacen pensar en que pudo ser cornisa labrada destinada a encauzar aguas de la cubierta. Varias zanjas muy próximas a estas ruinas resultaron estériles y demostraron el minúsculo tamaño de la construcción.

No es fácil, mas sí aventurado, opinar a qué construcciones pertenecieron los restos romanos de «San Juan» que sólo acusan un edificio hipotético, el formado con las piedras ornadas por relieves de hojas de vid y racimos de uva y éste real y minúsculo de muros de sillarejo, pero no es posible excusar la opinión cuando puede desvanecer leyendas o evitar hipótesis aún más aventuradas.
Como decíamos, el primero no debió ser grande y la basa de pilastra ornamental, que tiene 30 cm. de anchura y debe por tanto corresponder a unos tres metros de alta, con la disposición angular del relieve, con parte lisa hacia el interior y allí corte no pulido, parece corresponder al extremo de una fachada ciega en ese tramo, disposición que los relieves en las dos piedras de Javier parecen confirmar, y como por otra parte existe el fragmento de la inscripción labrada en piedra de diferente clase (que sería excesivo tratar de reconstruir pero que parece acusar carácter funerario y por el tamaño de las letras, mayor de 8 cm. de altura, hay que pensarla mural, pese al tamaño extraordinario de algunas estelas navarras), no puede evitarse imaginar que tales restos correspondieran a una tumba en forma de templo de las que en España no faltan ejemplares (Miralp, cerca de Caspe) y de las que cerca de Gallipienzo, en Sádaba, se, conserva en pie una bella fachada ornada de arquerías ciegas.

El carácter popular de los relieves no consienten fecharla pues son temas naturalistas, ingenuos, sin escuela, directamente inspirados en la vegetación circundante y hechos sin auxilio de trépano, obra de artista local en los que tan sólo parecen indicar fecha tardía la labra en bisel de algunas hojas, temas que se aplican en una zona poco extensa (en Gastiain y en las localidades alavesas de S. Román, Albeniz y Luzcando) que afirma su carácter regional.

En cuanto a la minúscula habitación exenta, que no debe corresponder a un sepulcro-torre, se nos ocurre pensar que pudo ser columbario ya que para suponerle otro destino tampoco disponemos de elementos de juicio y su reducido tamaño y buena fábrica excluye la posibilidad de vivienda. En toda la inmediación de estos terrenos sólo pudimos recoger en la superficie, a unos 50 m. al N. de la era, dos o tres fragmentos de terra sigillata, dos con esos anchos anillos semicirculares rayados característicos del siglo IV.

Las próximas ruinas de «Santacrís» de Eslava, poblado relativamente extenso, facilitan también la hipótesis de construcciones funerarias pues distantes del poblado, como en Sádaba el mausoleo de los Atilios, bien pudieran aquí estos edificios aislados ser enterramientos de aquella ciudad.

Pero la exploración del término de San Juan alcanzó también al lugar intermedio entre la era y esta pequeña construcción descrita, como a 40 metros de cada una, a la cumbre anónima que unos 100 metros al Suroeste domina el término y a una rastrojera otros 50 metros al Noroeste de la era y en los tres lugares y sin ruinas superficiales hallamos el mismo tipo de excavavión, unos pozos ovales (Lám. VI y fig. 2) abiertos en el conglomerado de canto diluvial que aquí forma el subsuelo, cegados con piedras y tierra y casi todos conteniendo en las capas superficiales algunos huesos de ganado excepto dos (números 3 y 8) que en las capas profundas tenían cabezas y huesos largos de cabra, ternera, oveja y ganado caballar, indicando haber sido utilizados en fecha relativamente reciente para arrojar animales muertos. Tres de ellos (números 9, 4 y 6) están comunicados y dentro de algunos encontramos una laja circular de piedra cortada a golpes que debió servirles de tapa. Estos pozos intercalados o próximos a restos romanos, que aquí no tienen explicación folklórica y por sí mismos quedan absolutamente inexpresivos, tampoco son fáciles de explicar pese a ser tipo conocido en otros lugares de España.

En 1873 la Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos daba cuenta del hallazgo en la calle de Caballeros, en Tarragona, de un silo de forma de tinaja, como los de Olerdola, con canal abierto en la roca y de otros iguales en la falda de la colina de Tarraco y en 1885 el señor Hernández Sanahuja (15) manifestaba el hallazgo de 16 silos que suponía fueron para granos o alimentos. Por un manuscrito de don Leandro Calvo se tiene noticia de que en Ador (Valencia), bajo las ruinas de una villa romana, se descubrieron 17 silos en forma de tinaja. Y conocida es la existencia de otros muchos, quizás 300, abiertos en la roca en El Mugron de Meca (Valencia) aunque con diferentes características. Después, en 1905, D. Eduardo González Urtebise publicó (16) 34 de estos pozos, hasta de 2 metros de profundidad y 2'20 metros de diámetro, descubiertos en San Feliú de Guixols que creyó sepulturas colectivas y donde aparecieron, en algunos casos separados por capas de arcilla, vasos de cerámica cordonada o incisa, vasos ibéricos, candiles romanos, ánforas, bronces, etc., y en otros tejas, basas de columnas, etc., piezas aquéllas que entonces tomaron en su mayor parte por urnas cinerarias y vasos de libaciones, haciendo la hipótesis de que la necrópolis habría sido utilizada desde el siglo III antes de J. C. al I de nuestra Era y sin acusar hallazgo alguno de huesos humanos ni siquiera esquirlas.

Hoy, teniendo en cuenta la diferencia de técnica cerámica y esa carencia de restos oseos, parece más lógico pensar que no fueron sepulcros y que su relleno marcaría con las capas de arcilla estratos de hundimientos muy posteriores a la construcción, que cuando menos debe ser coetánea a la cerámica cordonada e incisa. Bastantes años después D. Juan Serra Vilaró excavó en San Miguel de Sorba (Barcelona) (17) 163 pozos de las mismas características, encontrando en ellos escasísimos restos humanos, cerámica de los tipos de Marlés y Anserena, es decir una hecha a mano y otra a torno, la de fecha más antigua posiblemente del siglo VI a. de J. C. y después una serie de objetos romanos que le hicieron pensar que no se trataba de pozos de incineración de cadáveres sino de los silos que como almacenes de alimentos emplearan los habitantes de un poblado superficial de chozas de ramaje, barro y piedras, poblado que como los pozos debió ser saqueado por los romanos acaso el año 194 antes de J. C. y después rellenados al establecerse nuevamente en aquel paraje. En todo caso la construcción de estos depósitos hay que atribuirla al siglo VI, fecha probable de la cerámica más antigua. También dicho señor excavó en La Guingueta (Solsona, provincia de Lérida) otros 19 silos correspondientes a barracas de ramas y arcilla, sin duda para conservar alimentos como hoy todavía se acostumbra y que correspondían a un poblado Hallstatt que pereció por incendio (18).
Después, pero hace ya bastantes años, uno de nosotros tuvo ocasión de excavar al pie de la colina de Numancia un grupo de pozos semejantes a éstos (19) y que contenían huesos de vaca, oveja, perro, etc., algo de cerámica celtibérica, bastante medieval y algún objeto del siglo XII, es decir restos tan mezclados que demuestran que los pozos sirvieron de vertederos a lo largo de siglos, pero que no acreditan su destino primitivo.

Buen número de este tipo de excavaciones han sido recientemente publicadas en la «Carta Arqueológica de España. Barcelona  » (20) donde se les clasifica como sepulturas colectivas de incineración aceptando siempre que se encuentran revueltas y se utilizaron largo tiempo y repetidas veces.

Esta opinión más generalizada se contrapone a la citada del señor Serra Vilaró, que es en nuestro sentir más lógica dado el carácter de los objetos que en los silos aparecen frecuentemente, como tejas y basas de columnas en San Feliú de Guixols, tejas en Caldas de Montbuy, molinos en Rubí y gran cantidad de huesos de animales en Vich (para cuya explicación precisa siempre pensar en rebuscas tardías) y en cambio no se citan en la bibliografía que conocemos casos claros de vasos cinerarios con las expresivas esquirlas de huesos humanos.

Y por último, en este mismo año en Hoya de Sta. Ana (Albacete) D. Joaquín Sánchez Jiménez, a quien hemos de agradecer la amabilidad de sus informes, ha excavado otros tres, uno destrozado, otro a medio hacer y un tercero completo, donde encontró un esqueleto de adulto echado violentamente y con él restos de vasos romanos tardíos. En Pórporas, cerca de Reus, han sido hallados otros cuatro (21) de sección oval y base plana que contenían cerámica pseudo campaniense, ibérica pintada de temas geométricos, negra ahumada con perfiles del final de la Edad del Hierro, pesas de telar y una piedra de molino, al parecer todo caído de la habitación superior. Y en Mesa de Asta (Jerez) durante las excavaciones de 1942-43, el Sr. Esteve Guerrero halló otros tres de forma y dimensiones semejantes, rellenos de piedras, trozos de tejas y ladrillos árabes.

Nada pues en gran parte de los casos referidos excepto el de Albacete puede asegurar que se trate de sepulturas, pero tampoco consentirían hipótesis segura de destino para estos de Gallipienzo sino lo aclarase la noticia de Varrón (22) que dice «. .algunos tienen como graneros cuevas bajo tierra que llaman silos, como en Capadocia y Tracia; otros como en Hispania citerior pozos, como en el campo Cartaginense y Oscense, con el suelo cubierto de paja y procuran que no les toque la humedad ni el aire sino cuando se abren para utilizarlos, para que no les perjudique el aire ni el gorgojo. El trigo guardado así se conserva hasta cincuenta años y el mijo más de cien. Hay también quienes hacen los graneros elevados sobre tierra en el campo mismo, como en la Hispania citerior y en Apulia, para que el viento les pueda refrescar no solamente de lado mediante ventanas, sino también por debajo. Habas y legumbres se conservan sanas mucho tiempo en vasos olearios embetunados de ceniza». Estos silos o pozos del campo Cartaginense y Oscense, región esta última coincidente más o menos con los hallazgos que venimos refiriendo, aclaran sin duda el destino de los descubiertos en Gallipienzo, tipo que también conocemos como silo en otras regiones muy apartadas, como en los distintos lugares de la mitad Norte dei Continente africano (23) en que adoptan la forma cónica o acampanada que también en Termantia (Soria) hemos podido ver abierta en la roca bajo las viviendas celtíberas construidas con encestado de ramaje manteado de barro. La fecha inicial de su construcción, deducida de la cerámica cordonada e incisa más antigua de Marlés y San Feliú de Guixols, debemos pensarla la Primera Edad del Hierro, y anotar la coincidencia de que las zonas en que aparece (teniendo en Cataluña su mayor densidad), corresponden entonces a un área que también ocuparon los pueblos que aún agrupamos bajo el nombre colectivo de celtas. Y la del final del empleo de tales excavaciones, menos precisa por lo revuelto del contenido, entra por completo en época imperial.

Sin conocimiento visual de aquellos que han sido clasificados como enterramientos resultaría aventurado negar rotundamente tal destino, pero los muchos casos citados en que nada les acredita de necrópolis, lo confuso de su ajuar en tantos y la costumbre en Numancia, Termancia, Meca, etc., de que el almacén de provisiones de la casa, oval o prismático (la «cueva» numantina), se halle excavado bajo la vivienda, aseguran que al menos una parte de los que conocemos era almacén de provisiones y, con ánimo ecléctico, lleva a suponer que acaso en los siglos más antiguos fueron enterramiento pero que, desde luego, en los lindantes con la romanización estos pozos ovales como los de Gallipienzo se emplearon para el destino que Varrón acredita.

L. Vázquez de Parga B. Taracena Aguirre






Fig. 2 = Planta y sección de los silos excavados en los «Casquilletes de S. Juan» en Gallipienzo



Lamina I


«Los Casquilletes de San Juan», en término de Gallipienzo








Habitación romana, en los «Casquilletes de San Juan», Gallipienzo








Silos en el término de San Juan, en Gallipienzo









Lámina IV

Fragmentos de inscripción romana y de elementos arquitectónicos decorados, en los «Casquilletes de San Juan», Gallipienzo









  

Notas
(10) Hoy ya seis con el de Fitero, que publicaremos en otra ocasión, última representación arqueológica de la Celtiberia oriental, a la que serviría de mojón frente a los vascones.
(11) Según Menéndez Pidal, confirmando la opinión de Gómez Moreno.(12) Hallazgo histórico. — Piedra miliaria.— Fragmento de otras piedras, Boletín de la Comisión de Monumentos de Navarra, t. 8 (1917), p. 38.
(13) Uno de 79 x 74 por 30, y los demás, donde sólo pudimos tomar dos dimensiones, de 75 x 37, 79 x 30, 82 x 44, 80 x 43, 69 x 40, 107 x 39, 135 x 40, 85 x 40. Son piedras de arenisca gris oscura, estuvieron labradas con junta a hueso y la disposición de las cajas acusan su condición de revestimiento.
(14) D. Juan Castrillo escribía en 1917, loc. cit., que había allí (en la era) «una iglesita de la que sale a flor de tierra el ábside».
(15) Boletín de la Real Academia de la Historia. 1885. Pág. 227. «Nuevos descubrimientos arqueológicos de Tarragona».
(16) Descubrimiento de una antigua necrópolis en S. Feliú de Guisols. R. de Arch. Bibl. y Museos. 1905.
(17) Serra Vilaró, Juan Memoria de la Junta S. de E. y A. n.º 44. Madrid, 1922.
 (18) Serra Vilaró. Memoria, J. S. E. y A. n.° 3 de 1923-24.
(19) Mélida, José Ramón - Taracena Aguirre, Blas. Excavaciones en Numancia.Memorias de la Junta S. de E. y A. núm. 36 y 49.
(20) Almagro, Serra y Colominas. «Carta arqueológica de España. Barcelona».1945. Publicación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Págs. 21, 35, 51, 60, 81, 86, 89, 90, 94, 104, 124, 137, 143, 158, 165, 175 y 221, correspondientes a zonas de silos en Arenys de Mar, Badalona, Barcelona, Boades, Cabrera de Mataró, Cabúls, Caldas de Montbuy, Calella, Centcelles, Manlleu, Mataró, Montgant, Pineda, Rubí, San Cugat del Vallés, Vich y Villanueva y Geltrú. Con anterioridad, el Sr. Serra Rafols (Forma Conventus Tarraconensis. Barcelona, 1928, pág. 69), se había ocupado de otra necrópolis ibérica de silos en la Torre de los Encantados, en Caldas de Estrac o Caldetes. Y el mismo autor en su artículo «El poblamento de la maresma o costa de Levante» (Revista «Ampurias» número IV, pág. 101) sostiene la opinión, que se repite en la «Carta arqueológica de España. Barcelona» (pág. 21) de que estas zonas de silos son sepulturas colectivas de incineración situadas en el interior de los poblados o en zonas muy próximas. En ellos se depositaban las urnas con cenizas y los vasos de ofrendas, todo en desorden pues se utilizaron largo tiempo y abrieron y cerraron repetidas veces. Corresponden a la época que se llama «ibérica», posterior al comienzo del siglo IV, y a la que por transición insensible se pasa desde la céltica.
 (21) Miguel Carreras. «Los hallazgos arqueológicos de Pórporas». En Boletín Arqueológico... Tarragona. Enero-Junio, 1945.
(22) M. Terencio Varrón. Rerum rusticarum. Libro I, LVII, 10, LVIII.
(23) Atlas Africanus. Forschungs - Institutes für Kulturmophologie von Leo Frobenius und Ritter von Wilm. Cuad. 2.°.