(RPVIANA De Excavaciones en Navarra III
Nº 22 Pags. 16-24 y fotos)
L. Vázquez de
Parga B. Taracena Aguirre
(En la misma revista viene un atículo
sobre “El Castillar” de Xabier, de los mismos autores.
LOS CASQUILLETES DE SAN JUAN, EN GALLIPIENZO
El término de
«Los Casquilletes de S. Juan» está como 2 km. al N. O. del enriscado caserío de
Gallipienzo y otros 2 al Oeste de las ruinas romanas de «Santacrís» de Eslava,
kilómetros en que no se perciben restos de antiguos caminos pues los tramos de
piedras hincadas que forman en tantos lugares a modo de calzadas, son obra
moderna de labradores hecha en parajes embarrados para evitar que las
caballerías se deslicen sobre la arcilla pegajosa. Emplazado al final de la
vertiente N. que forma el pequeño valle de «El Soto», entre Gallipienzo y
Ayesa, donde por la opuesta cruza la carretera de Aibar a Eslava, a campo
través el término de San Juan dista de ella unos 1.500 metros y otros tantos
por un camino de herradura que parte del ramal de carretera de Gallipienzo
cerca de una modesta tejería emplazada en lo más profundo de la vaguada. (Lám.
I, núm. 2).
La existencia de
ruinas en «San Juan» era conocida por el hallazgo de piedras labradas de gran
marco y algunas ornadas de tímidos relieves de temas vegetales, obra romana
popular de cuyo encuentro dió noticia primero D. Juan Castrillo (12) y después
el P. Francisco Escalada en «La Arqueología en la villa de Javier» y de las que
una (Lám. V, B), ha ido a refugiarse en el pequeño Museo que con magnífico entusiasmo
reunió en el Castillo de Javier este benemérito sacerdote, piedras iguales en
marco y timidez de labra que otras halladas en las inmediatas ruinas de
«Santacrís» de Eslava, cuatro de ellas también en Javier y otras hoy en el
Museo de Pamplona.
La de Javier
dicen que estaba casi en la superficie cuando hace pocos años ampliaron la era
situada entre dos corrales, propiedad del vecino de Ayesa D. Cirilo Egea, y que
con ellas aparecieron otra correspondiente a la base de una pilastra ornamental
angular y con relieve en dos frentes, de 77 por 77 por 45 cm., otra igualmente
de ángulo y con racimos de uva en ambas superficies, un trozo de inscripción de
48 por 20 cm. en que con buenas letras al parecer del siglo II se lee: L(?)A.
EI. CE(?) P. F. todas donadas al Museo de Pamplona por el citado D. Cirilo Egea
(Lám. IV y V), y otra serie al parecer sin decoración pero que conservan a la
vista la caja de las grapas y algún trozo de fuste de columna de 35 cm. de
diámetro, y que hoy forman parte de las paredes de los corrales próximos y del
muro sobre el que con materiales de relleno se ha ampliado la era. La
diferencia de material y tamaño entre estas piedras de un antiguo edificio y
las restantes utilizadas en obra moderna consienten distinguir estos poco numerosos
sillares (13) con tizón de 30 a
44 cm. y
superficie entre 64 y 135 cm. de lado, es decir, piedras de revestimiento de
muro de manipostería en aparejo no isodomo, y que por el escaso número de las
hoy visibles (unas 25 piezas) indican pertenecer a edificio pequeño, pues
aunque muchas pueden haber desaparecido y otras se hallan entre el relleno de
la era, los 15 m.2
que
representan las aún a la vista no autorizan a suponer grandes construcciones.
De tal edificio (14) hoy no queda otro recuerdo que la noticia de un anciano
del pueblo escuchada a su padre que conoció en pie «la portalada de la ermita de
San Juan» sita en la era y frente al corral de D. Cirilo Egea, orientada por
tanto al mediodía y con subida por escaleras. En esta ermita de San Juan, que
no tenemos por qué suponer fuese un edificio romano aprovechado, debieron
emplearse los sillares decorados que hemos descrito, cuya semejanza con los de
Santacrís de Eslava permite suponer que hubieran sido desplazados desde el
poblado romano que allí hubo, ya que, de haber existido aquí una edificación
romana de cierta importancia, resulta extraño no haber hallado sus cimientos, a
no ser que éstos se encuentren sepultados en la era a una mayor profundidad.
Las calicatas
que con 1.1 obreros realizamos los días 28 de Agosto a 1 de Septiembre,
cruzando la era en varias direcciones, no acusaron huella de cimientos romanos
y mostraron en cambio un relleno intencionado, más profundo cuanto más hacia el
Norte y hasta pasar de 3 m., hecho con piedras informes recogidas en la
superficie y que en la parte N. O. como a 80 cm. de la superficie hubo un
rústico enlosado limitado por muros también rústicos donde se aprovechó un gran
sillar de 79 x 76 x 17 cm. pulido en uno de los cortes y apiconado en los otros
tres (uno con la caja de grapas) y la superficie principal también pulida y en
dos lados tallado un rebajo angular de 4'5 x 1'5 cm. de sección, como si
hubiera servido para recuadrar algún gran tema decorativo de la fachada. Además
de esto, a 73 cm. de profundidad
y sin contener
más que el esqueleto, apareció una sepultura rectangular infantil formada por
lajas de piedra, orientada de E.O. y con la cabeza al poniente, y como diez m.
al S. de la era otra de igual disposición y 1'75 m. de larga, que uno sobre
otro contenía dos cadáveres contrapuestos, el inferior varonil y más robusto,
con la cabeza al O. y el superior femenino.
Convencidos de
la inutilidad de nuestra busca y pensando que la buena calidad de los
materiales en cuestión pudo incitar a desplazarles algún trecho, exploramos los
alrededores próximos y alejados hasta casi un kilómetro sin lograr otro
hallazgo constructivo que, como a 80 m. al S. de la era y lindante con el camino
de herradura de Gallipienzo, los muros de una minúscula habitación (fig. I, 1 y
lám. III) muy destruida, de 1'62 m. de anchura, pavimentada de grandes y
regulares losas, construida con sillarejos bien escuadrados, conservando en el
interior un escalón de bajada y suplementada posteriormente en el medianil con
muro de manipostería más grueso correspondiente a una habitación inmediata.
Ningún hallazgo industrial, ni aun fragmentos de tejas (pues sin duda como en
la próxima «villa» de Liédena la cubierta sería de lajas de piedra), logramos
obtener aquí, pero sí en la 1.' habitación la basa de una columna toscana de
30'5 cm. de diámetro en el fuste y un sillar de 83 por 42 y 40 centímetros y 29
de grueso, de distinta piedra que los materiales esculpidos de que venimos
tratando, ornado en un costado con muy bajo relieve de una línea de anchas
hojas y excavado en la superficie mayor con amplio canal que disminuye de
anchura hacia la punta, detalles que más que en dos utilizaciones sucesivas hacen
pensar en que pudo ser cornisa labrada destinada a encauzar aguas de la
cubierta. Varias zanjas muy próximas a estas ruinas resultaron estériles y
demostraron el minúsculo tamaño de la construcción.
No es fácil, mas
sí aventurado, opinar a qué construcciones pertenecieron los restos romanos de
«San Juan» que sólo acusan un edificio hipotético, el formado con las piedras
ornadas por relieves de hojas de vid y racimos de uva y éste real y minúsculo de
muros de sillarejo, pero no es posible excusar la opinión cuando puede
desvanecer leyendas o evitar hipótesis aún más aventuradas.
Como decíamos,
el primero no debió ser grande y la basa de pilastra ornamental, que tiene 30
cm. de anchura y debe por tanto corresponder a unos tres metros de alta, con la
disposición angular del relieve, con parte lisa hacia el interior y allí corte no
pulido, parece corresponder al extremo de una fachada ciega en ese tramo,
disposición que los relieves en las dos piedras de Javier parecen confirmar, y
como por otra parte existe el fragmento de la inscripción labrada en piedra de
diferente clase (que sería excesivo tratar de reconstruir pero que parece
acusar carácter funerario y por el tamaño de las letras, mayor de 8 cm. de
altura, hay que pensarla mural, pese al tamaño extraordinario de algunas
estelas navarras), no puede evitarse imaginar que tales restos correspondieran
a una tumba en forma de templo de las que en España no faltan ejemplares
(Miralp, cerca de Caspe) y de las que cerca de Gallipienzo, en Sádaba, se,
conserva en pie una bella fachada ornada de arquerías ciegas.
El carácter
popular de los relieves no consienten fecharla pues son temas naturalistas,
ingenuos, sin escuela, directamente inspirados en la vegetación circundante y
hechos sin auxilio de trépano, obra de artista local en los que tan sólo
parecen indicar fecha tardía la labra en bisel de algunas hojas, temas que se aplican
en una zona poco extensa (en Gastiain y en las localidades alavesas de S.
Román, Albeniz y Luzcando) que afirma su carácter regional.
En cuanto a la
minúscula habitación exenta, que no debe corresponder a un sepulcro-torre, se nos
ocurre pensar que pudo ser columbario ya que para suponerle otro destino
tampoco disponemos de elementos de juicio y su reducido tamaño y buena fábrica
excluye la posibilidad de vivienda. En toda la inmediación de estos terrenos
sólo pudimos recoger en la superficie, a unos 50 m. al N. de la era, dos o tres
fragmentos de terra sigillata, dos con esos anchos anillos semicirculares rayados
característicos del siglo IV.
Las próximas
ruinas de «Santacrís» de Eslava, poblado relativamente extenso, facilitan
también la hipótesis de construcciones funerarias pues distantes del poblado,
como en Sádaba el mausoleo de los Atilios, bien pudieran aquí estos edificios
aislados ser enterramientos de aquella ciudad.
Pero la
exploración del término de San Juan alcanzó también al lugar intermedio entre
la era y esta pequeña construcción descrita, como a 40 metros de cada una, a la
cumbre anónima que unos 100 metros al Suroeste domina el término y a una
rastrojera otros 50 metros al Noroeste de la era y en los tres lugares y sin
ruinas superficiales hallamos el mismo tipo de excavavión, unos pozos ovales
(Lám. VI y fig. 2) abiertos en el conglomerado de canto diluvial que aquí forma
el subsuelo, cegados con piedras y tierra y casi todos conteniendo en las capas
superficiales algunos huesos de ganado excepto dos (números 3 y 8) que en las
capas profundas tenían cabezas y huesos largos de cabra, ternera, oveja y
ganado caballar, indicando haber sido utilizados en fecha relativamente
reciente para arrojar animales muertos. Tres de ellos (números 9, 4 y 6) están
comunicados y dentro de algunos encontramos una laja circular de piedra cortada
a golpes que debió servirles de tapa. Estos pozos intercalados o próximos a
restos romanos, que aquí no tienen explicación folklórica y por sí mismos
quedan absolutamente inexpresivos, tampoco son fáciles de explicar pese a ser
tipo conocido en otros lugares de España.
En 1873 la
Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos daba cuenta del hallazgo en la calle
de Caballeros, en Tarragona, de un silo de forma de tinaja, como los de
Olerdola, con canal abierto en la roca y de otros iguales en la falda de la
colina de Tarraco y en 1885 el señor Hernández Sanahuja (15) manifestaba el
hallazgo de 16 silos que suponía fueron para granos o alimentos. Por un
manuscrito de don Leandro Calvo se tiene noticia de que en Ador (Valencia),
bajo las ruinas de una villa romana, se descubrieron 17 silos en forma de
tinaja. Y conocida es la existencia de otros muchos, quizás 300, abiertos en la
roca en El Mugron de Meca (Valencia) aunque con diferentes características. Después,
en 1905, D. Eduardo González Urtebise publicó (16) 34 de estos pozos,
hasta de 2 metros de profundidad y 2'20 metros de diámetro, descubiertos en San
Feliú de Guixols que creyó sepulturas colectivas y donde aparecieron, en
algunos casos separados por capas de arcilla, vasos de cerámica cordonada o
incisa, vasos ibéricos, candiles romanos, ánforas, bronces, etc., y en otros
tejas, basas de columnas, etc., piezas aquéllas que entonces tomaron en su
mayor parte por urnas cinerarias y vasos de libaciones, haciendo la hipótesis
de que la necrópolis habría sido utilizada desde el siglo III antes de J. C. al
I de nuestra Era y sin acusar hallazgo alguno de huesos humanos ni siquiera esquirlas.
Hoy, teniendo en
cuenta la diferencia de técnica cerámica y esa carencia de restos oseos, parece
más lógico pensar que no fueron sepulcros y que su relleno marcaría con las
capas de arcilla estratos de hundimientos muy posteriores a la construcción, que
cuando menos debe ser coetánea a la cerámica cordonada e incisa. Bastantes años
después D. Juan Serra Vilaró excavó en San Miguel de Sorba (Barcelona) (17) 163
pozos de las mismas características, encontrando en ellos escasísimos restos
humanos, cerámica de los tipos de Marlés y Anserena, es decir una hecha a mano
y otra a torno, la de fecha más antigua posiblemente del siglo VI a. de J. C. y
después una serie de objetos romanos que le hicieron pensar que no se trataba
de pozos de incineración de cadáveres sino de los silos que como almacenes de
alimentos emplearan los habitantes de un poblado superficial de chozas de
ramaje, barro y piedras, poblado que como los pozos debió ser saqueado por los
romanos acaso el año 194 antes de J. C. y después rellenados al establecerse
nuevamente en aquel paraje. En todo caso la construcción de estos depósitos hay
que atribuirla al siglo VI, fecha probable de la cerámica más antigua. También
dicho señor excavó en La Guingueta (Solsona, provincia de Lérida) otros 19
silos correspondientes a barracas de ramas y arcilla, sin duda para conservar
alimentos como hoy todavía se acostumbra y que correspondían a un poblado
Hallstatt que pereció por incendio (18).
Después, pero
hace ya bastantes años, uno de nosotros tuvo ocasión de excavar al pie de la
colina de Numancia un grupo de pozos semejantes a éstos (19) y que contenían
huesos de vaca, oveja, perro, etc., algo de cerámica celtibérica, bastante
medieval y algún objeto del siglo XII, es decir restos tan mezclados que
demuestran que los pozos sirvieron de vertederos a lo largo de siglos, pero que
no acreditan su destino primitivo.
Buen número de
este tipo de excavaciones han sido recientemente publicadas en la «Carta
Arqueológica de España. Barcelona » (20)
donde se les clasifica como sepulturas colectivas de incineración aceptando
siempre que se encuentran revueltas y se utilizaron largo tiempo y repetidas
veces.
Esta opinión más
generalizada se contrapone a la citada del señor Serra Vilaró, que es en
nuestro sentir más lógica dado el carácter de los objetos que en los silos
aparecen frecuentemente, como tejas y basas de columnas en San Feliú de
Guixols, tejas en Caldas de Montbuy, molinos en Rubí y gran cantidad de huesos de
animales en Vich (para cuya explicación precisa siempre pensar en rebuscas
tardías) y en cambio no se citan en la bibliografía que conocemos casos claros
de vasos cinerarios con las expresivas esquirlas de huesos humanos.
Y por último, en
este mismo año en Hoya de Sta. Ana (Albacete) D. Joaquín Sánchez Jiménez, a
quien hemos de agradecer la amabilidad de sus informes, ha excavado otros tres,
uno destrozado, otro a medio hacer y un tercero completo, donde encontró un
esqueleto de adulto echado violentamente y con él restos de vasos romanos
tardíos. En Pórporas, cerca de Reus, han sido hallados otros cuatro (21) de
sección oval y base plana que contenían cerámica pseudo campaniense, ibérica
pintada de temas geométricos, negra ahumada con perfiles del final de la Edad del
Hierro, pesas de telar y una piedra de molino, al parecer todo caído de la
habitación superior. Y en Mesa de Asta (Jerez) durante las excavaciones de
1942-43, el Sr. Esteve Guerrero halló otros tres de forma y dimensiones
semejantes, rellenos de piedras, trozos de tejas y ladrillos árabes.
Nada pues en
gran parte de los casos referidos excepto el de Albacete puede asegurar que se
trate de sepulturas, pero tampoco consentirían hipótesis segura de destino para
estos de Gallipienzo sino lo aclarase la noticia de Varrón (22) que dice «.
.algunos tienen como graneros cuevas bajo tierra que llaman silos, como en
Capadocia y Tracia; otros como en Hispania citerior pozos, como en el campo
Cartaginense y Oscense, con el suelo cubierto de paja y procuran que no les
toque la humedad ni el aire sino cuando se abren para utilizarlos, para que no
les perjudique el aire ni el gorgojo. El trigo guardado así se conserva hasta
cincuenta años y el mijo más de cien. Hay también quienes hacen los graneros
elevados sobre tierra en el campo mismo, como en la Hispania citerior y en
Apulia, para que el viento les pueda refrescar no solamente de lado mediante
ventanas, sino también por debajo. Habas y legumbres se conservan sanas mucho
tiempo en vasos olearios embetunados de ceniza». Estos silos o pozos del campo
Cartaginense y Oscense, región esta última coincidente más o menos con los
hallazgos que venimos refiriendo, aclaran sin duda el destino de los
descubiertos en Gallipienzo, tipo que también conocemos como silo en otras
regiones muy apartadas, como en los distintos lugares de la mitad Norte dei
Continente africano (23) en que adoptan la forma cónica o acampanada que
también en Termantia (Soria) hemos podido ver abierta en la roca bajo las
viviendas celtíberas construidas con encestado de ramaje manteado de barro. La
fecha inicial de su construcción, deducida de la cerámica cordonada e incisa
más antigua de Marlés y San Feliú de Guixols, debemos pensarla la Primera Edad
del Hierro, y anotar la coincidencia de que las zonas en que aparece (teniendo
en Cataluña su mayor densidad), corresponden entonces a un área que también
ocuparon los pueblos que aún agrupamos bajo el nombre colectivo de celtas. Y la
del final del empleo de tales excavaciones, menos precisa por lo revuelto del
contenido, entra por completo en época imperial.
Sin conocimiento
visual de aquellos que han sido clasificados como enterramientos resultaría
aventurado negar rotundamente tal destino, pero los muchos casos citados en que
nada les acredita de necrópolis, lo confuso de su ajuar en tantos y la costumbre
en Numancia, Termancia, Meca, etc., de que el almacén de provisiones de la
casa, oval o prismático (la «cueva» numantina), se halle excavado bajo la
vivienda, aseguran que al menos una parte de los que conocemos era almacén de
provisiones y, con ánimo ecléctico, lleva a suponer que acaso en los siglos más
antiguos fueron enterramiento pero que, desde luego, en los lindantes con la
romanización estos pozos ovales como los de Gallipienzo se emplearon para el
destino que Varrón acredita.
L. Vázquez de
Parga B. Taracena Aguirre
Fig. 2 = Planta y sección de los silos excavados en los «Casquilletes de S. Juan» en Gallipienzo
Lamina I
«Los Casquilletes de San Juan», en término de Gallipienzo
Habitación romana, en los «Casquilletes de San Juan», Gallipienzo
Silos en el término de San Juan, en Gallipienzo
Lámina IV
Fragmentos de inscripción romana y de elementos arquitectónicos decorados, en los «Casquilletes de San Juan», Gallipienzo
Notas
(10) Hoy ya seis
con el de Fitero, que publicaremos en otra ocasión, última representación
arqueológica de la Celtiberia oriental, a la que serviría de mojón frente a los
vascones.
(11) Según
Menéndez Pidal, confirmando la opinión de Gómez Moreno.(12) Hallazgo histórico.
— Piedra miliaria.— Fragmento de otras piedras, Boletín de la Comisión de
Monumentos de Navarra, t. 8 (1917), p. 38.
(13) Uno de 79 x
74 por 30, y los demás, donde sólo pudimos tomar dos dimensiones, de 75 x 37,
79 x 30, 82 x 44, 80 x 43, 69 x 40, 107 x 39, 135 x 40, 85 x 40. Son piedras de
arenisca gris oscura, estuvieron labradas con junta a hueso y la disposición de
las cajas acusan su condición de revestimiento.
(14) D. Juan
Castrillo escribía en 1917, loc. cit., que había allí (en la era) «una iglesita
de la que sale a flor de tierra el ábside».
(15) Boletín de
la Real Academia de la Historia. 1885. Pág. 227. «Nuevos descubrimientos
arqueológicos de Tarragona».
(16)
Descubrimiento de una antigua necrópolis en S. Feliú de Guisols. R. de Arch.
Bibl. y Museos. 1905.
(17) Serra
Vilaró, Juan Memoria de la Junta S. de E. y A. n.º 44. Madrid, 1922.
(18) Serra Vilaró. Memoria, J. S. E. y A. n.°
3 de 1923-24.
(19) Mélida, José
Ramón - Taracena Aguirre, Blas. Excavaciones en Numancia.Memorias de la Junta
S. de E. y A. núm. 36 y 49.
(20) Almagro,
Serra y Colominas. «Carta arqueológica de España. Barcelona».1945. Publicación
del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Págs. 21, 35, 51, 60, 81,
86, 89, 90, 94, 104, 124, 137, 143, 158, 165, 175 y 221, correspondientes a
zonas de silos en Arenys de Mar, Badalona, Barcelona, Boades, Cabrera de
Mataró, Cabúls, Caldas de Montbuy, Calella, Centcelles, Manlleu, Mataró, Montgant,
Pineda, Rubí, San Cugat del Vallés, Vich y Villanueva y Geltrú. Con
anterioridad, el Sr. Serra Rafols (Forma Conventus Tarraconensis. Barcelona,
1928, pág. 69), se había ocupado de otra necrópolis ibérica de silos en la
Torre de los Encantados, en Caldas de Estrac o Caldetes. Y el mismo autor en su
artículo «El poblamento de la maresma o costa de Levante» (Revista «Ampurias»
número IV, pág. 101) sostiene la opinión, que se repite en la «Carta
arqueológica de España. Barcelona» (pág. 21) de que estas zonas de silos son
sepulturas colectivas de incineración situadas en el interior de los poblados o
en zonas muy próximas. En ellos se depositaban las urnas con cenizas y los
vasos de ofrendas, todo en desorden pues se utilizaron largo tiempo y abrieron
y cerraron repetidas veces. Corresponden a la época que se llama «ibérica»,
posterior al comienzo del siglo IV, y a la que por transición insensible se
pasa desde la céltica.
(21) Miguel Carreras. «Los hallazgos
arqueológicos de Pórporas». En Boletín Arqueológico... Tarragona. Enero-Junio,
1945.
(22) M. Terencio
Varrón. Rerum rusticarum. Libro I, LVII, 10, LVIII.
(23) Atlas Africanus. Forschungs - Institutes für
Kulturmophologie von Leo Frobenius und Ritter von Wilm. Cuad. 2.°.