(RPVIANA De
Excavaciones en Navarra III Nº 22 Pags. 9-16) (1946)
El
Castillo de Javier, actual Residencia de la Compañía de Jesús y solar familiar
de S. Francisco, es lugar bien conocido de los peregrinos que acuden en viaje
piadoso desde otras comarcas navarras y provincias españolas y aún de los más
remotos lugares del mundo católico, pero el inmediato cerro de «El Castellar»
es sólo de interés para contadas gentes que sienten inquietudes arqueológicas y
las pocas visitas que ha recibido lo fueron gracias a la curiosidad despertada
por las publicaciones del P. Francisco Escalada (1), que en largos años de
residencia en Javier e infatigables búsquedas de huellas históricas por aquellos
contornos localizó los restos de un poblado romano en «El Cuadrón», estas
ruinas de «El Castellar», una curiosa inscripción funeraria romana en el camino
que parte del castillo y pasa entre «Viñas Viejas» y «El Cuadrón» y otra
multitud de restos arqueológicos en terrenos comarcanos más distantes.
Aquí
el alto espaldar de la Sierra de Leire cobija del viento N. al. valle de Yesa y
después al inmediato y angosto de Javier, regado por el Aragón y cerrado al S.
con una serie de elevadas lomas sobre las que destaca ésta de «El Castellar»,
por cuya vertiente O., la de más cómoda subida, pasa el kilómetro 7 de la
carretera Sangüesa-Yesa. La altura no es mucha, como 50 metros sobre la
carretera y menos de un centenar en el resto del perímetro, pero desde la
cumbre se divisa extenso horizonte, que aun cuando por el N. sólo alcanza al
gran macizo de la Sierra de Leire en las demás direcciones llega hasta las de
Izaga, la Higa de Monreal y la Sierra de la Peña, donde se emplazan numerosas
fortalezas y pueblos medievales.
La
pequeña cumbre del Castellar es ovalada e irregular, mide en los ejes máximos
66 y 52 m., tiene superficie menor del tercio de una hectárea y forma hacia el
N. en nivel 8 ó 10 metros más bajo, un pequeño espolón aprovechado para
construir una vivienda o puesto de vigía. La cima del monte es solar del castro
y remata una pendiente de 45° que en la mitad más accesible mide desde una
plataforma inferior 8 a 10 m. de altura, y en el resto del perímetro continúa
con igual inclinación hasta cotas mucho más bajas. Por el N. y O., al nivel del
espolón citado, es decir bajo el tronco de cono que sirve de último pedestal del
poblado, corren con falsa apariencia de foso, anchas y profundas zanjas
producidas al utilizar el terreno para cantera de donde extraer la mucha piedra
utilizada en la construcción (Lam. I, n. 1).
La
palabra «castellar» es un topónimo genérico empleado en gran parte de la península para designar fortalezas imprecisas, de restos casi borrados, en fortificación
a que en otras comarcas se denomina «castro» y donde no conviene la palabra
«castillo», de cuya monumentalidad medieval los campesinos tienen más claro
concepto; la intuición popular rara vez aplica las palabras «castellar» o
«castro» a fortalezas de la Edad Media, ni llama «castillo» a fortificaciones
prehistóricas o de la Edad Antigua y en el caso de Javier la voz «castellar»
tiene perfecta adecuación a este cerro naturalmente defendido, donde se eleva
un recinto murado. En el trabajo de estudiarle rápidamente, donde nos precedió
hace bastantes años el P. Escalada, hemos empleado tres días y algunos
jornales, suficientes para formar idea aproximada de su planta, tipo de
fortificación y época en que pudo ser
construido.
El
perímetro mide 182 m. y por los lados N. O. y S., está defendido con muralla
que parece faltar como en 60 m. del lado oriental, el de más difícil acceso,
muralla que apoyaría directamente sobre la aflorada visera rocosa que los
siglos y hielos van desmoronando y han dejado caer por la vertiente. Esta
muralla, de paramentos verticales, está formada por piedra tabular de unos 10
cm. de grosor medio obtenida in situ y de modo rústico asentada con barro; mide
en los tramos visibles entre 2'50 y 270 m. de espesor y en general se conserva
con bastante altura, hasta 2'60 m., en el muy profundo paramento interior y sólo
en las primeras hiladas de la cara externa. (Fig. I, núm. 2 y 3).
Por
lo que se puede adivinar en la superficie, lo que descombró el P. Escalada (2)
y, lo que nosotros hemos vaciado, se ve claramente que la organización interior
del castro es de habitaciones adosadas a la muralla, pequeños departamentos
irregulares como de 3 por 3 m. formados con paredes de 60 a 75 cm. de espesor
hechas con materiales de igual tipo pero algo menores que en la muralla,
asentados con barro y aún en apariencia algunas a canto seco, viviendas que a
veces con su muro refuerzan la muralla pero otras aprovechan directamente su
paramento.
Aunque
ésta conserva hasta 2'60 metros de profundidad en la cara interna, los muros de
las habitaciones no bajan sino l'20 metros de promedio, correspondiendo acaso
aquella mayor profundidad a la cepa de cimentación, pues nada en su tosquedad
permite diferenciar como de distintos tiempos la muralla y los muros de las
habitaciones. Estas tuvieron el solado terrizo y la cubierta de ramaje o, quizá
mejor, de lajas de piedra como es tradicional en el país, pues no se encontró
cantidad de carbón suficiente para acreditar aquél y en cambio abunda en el
escombro la piedra adecuada a este fin, y las habitaciones no fueron sólo
adyacentes a la muralla sino que también ocuparon el área interior del poblado,
pues el Padre Escalada excavó una que en el plano acusamos (Fig. 1 n.º 2 y lám.
II).
Muchos
extremos de la arquitectura del castro, que hubieran exigido cuantioso
esfuerzo, quedaron por averiguar en nuestra rápida visita y es entre ellos más
de lamentar que nada en la superficie muestre el lugar de entrada, que acaso
fuera el ángulo N. E. de más fácil subida y acaso también esté destruido pues
es tramo donde parece no conservarse el muro.
Los
escasísimos hallazgos logrados facilitan establecer una hipótesis cronológica;
en lo alto del talud N. y junto a la cepa de la muralla un tiesto de una tacita
tronco cónica de barro negro, paredes de cuatro milímetros de espesor, modelado
a mano y con asidero de mamelón perforado; en la superficie del lado Sur, junto
a la muralla, un pequeño tiesto de técnica «sigillata» liso correspondiente al
borde de un pequeño bol de perfil galoromano; y en el interior de la habitación
C, casi a un mismo nivel y como 60 centímetros por encima del suelo, un
fragmento de boca de tinaja de técnica «ibérica» (roja, torneada y cocida en fuego
oxidante), la boca de un pequeño «oinochoe» de barro rojo ordinario romano y
pequeños fragmentos de vaso ordinario de barro gris y apariencia medieval. Y
por su parte el P. Escalada halló, además de algunas hachitas neolíticas,
fragmentos de cerámica carbonosa, algunos perforados con el frecuente agujero de
suspensión, más varios trozos de terra-sigillata y puntas de flecha, un
hacha plana de bronce sobre una piedra que supone palomita, empleados en el
ajuar funerario en tiempos finales del Imperio y comienzo de la dominación
germánica, que impropiamente vienen denominándose «osculatorios» (3). Por tanto
y aparte los objetos neolíticos que, por ser piezas fácilmente abandonadas en
momentos de caza o lucha, poco demuestran como lugar de habitación de no
pertenecer a taller, hay aquí indicios de industrias de origen hallstáttico, de
tiempos poco anteriores a la conquista romana, de tiempo tardío romano imperial
y acaso de la Edad Media, es decir de haber sido habitado al parecer en cuatro
momentos diferentes, que sobre tan escasos elementos fuerzan a formular hipótesis
inevitablemente aventuradas, como todas las de estudios de prospección, pero que
tienen al menos la utilidad de incorporar a la bibliografía arqueológica un
tipo de yacimiento que con mayor calma podrá estudiar quien sienta la
curiosidad concreta de sus problemas.
¿Estos
modestísimos hallazgos representan habitación ininterrumpida o entre ellos
mediaron siglos en los que el castro estuvo abandonado? Su escasez parece
indicar esto último, pues una larga estancia humana hubiera dejado más
numerosas huellas, y su posición estratégica es propicia para que fuera ocupado
siempre que la defensa o intranquilidad del valle de Javier y el paso hacia el
S. o el camino de vascones a iaccetanos lo impusieran; pero aún en este caso
precisa pensar si tales diferentes técnicas corresponden á cuatro épocas
distintas y ello es supuesto que, con toda clase de reservas, no creemos exacto
pues el fragmento de técnica y perfil hallstáttico y los de barro «ibérico »
pudieran coincidir en la cultura posthallstáttica como recientemente hemos
visto en Etxauri (4), y acaso aunque menos fácil ser sincrónicos los de «terra
sigillata» y el «osculatorio» obedeciendo los tiestos medievales a otra
ocupación más tardía.
Por
último, la fecha de la arquitectura del castro, amurallado y con habitaciones
adosadas a la fortificación, es tipo conocido por el posthallstáttico soriano
de Arévalo de la Sierra que hace años estudiamos en prospección (5) donde
también aparecía cerámica de tradición hallstáttica con otra de técnica «ibérica»
y que entonces intentamos fechar como de los siglos VI-IV antes de J. C; por el
de mayor tamaño de las Cogotas, donde hay habitaciones adosadas al muro y en el
interior del recinto otras formando grupos pero no calles, obra de los siglos
IV-III (6); acaso también por el de Eulaca, cultura de las Cogotas según
Lantier y Breuil (7) y como aquel destruido en el siglo III; y por los poblados
del primer período de la cultura llamada «ibérica» (en realidad céltica) del
bajo Aragón (8) correspondientes a los siglos V y IV como las Escodinas Bajas, Mas
de l'Hora y el pequeño de Val de la Cabrera, los dos últimos de Caiaceite, que
tienen habitaciones rectangulares yustapuestas adosadas a la muralla exterior,
tipo que luego evoluciona en las Escodinas Altas, poblado grande de Val de la
Cabrera, pequeño del Tosal Redó y en el de Castellans, donde se yuxtaponen dos
series de cámaras rectangulares completándose con otras dos más pequeñas, todos
estos poblados con material muy pobre, cerámica a mano y sepulcros de cista con
brazaletes planos y que en los aún más avanzados, de transición al segundo
período, las viviendas forman ya. calles y escasea la cerámica a mano abundando
en cambio la de torno, y el de Anseresa en El Vilaró de Olius (Cataluña) (9),
donde la tradición que con carácter general recibe el nombre de céltica se
acusa también claramente en la cerámica, mezclada con ibérica y griega del
siglo V-IV, poblado de unas 32 viviendas que guarda extraordinaria semejanza con
el de Javier. Ello representa coincidencias arquitectónicas e industriales que
permiten suponer que el de Javier corresponde a la cultura posthallstáttica de
Navarra, en una fecha imprecisa de los siglos V-IV antes de J. C. y que por diferentes
causas fue nuevamente habitado en tiempos finales del Imperio y algún momento
de la Edad Media.
Su
tamaño, que es menor del que sería necesario para un centenar de habitaciones
ya que hay que suponer un determinado espacio para los ganados y no acusa
recinto exterior adosado como en Las Cogotas, corresponde bien al de los
pequeños castros posthallstátticos navarros de Echauri o al de los célticos de
Galicia (éstos de habitaciones circulares) o al asturiano de Caravias capaz
para 45 habitaciones rectangulares de este mismo tamaño, cada una con un
pequeño hogar, castros en que los grupos componentes de la tribu se repartían
por clanes, es decir se reunían por círculos de consanguinidad y no por causas políticas
y aún a los más antiguos de la serranía soriana que no parecen tener habitaciones
adosadas. Pero esto no debe interpretarse como característica racial sino á lo
sumo como expresión del mismo estadio cultural en el proceso evolutivo de formación
de la ciudad.
A
través de estos poco abundantes datos, el Castellar de Javier se nos ofrece
como una prueba más que unir con Arguedas, Echauri y la figurita de bronce de
Larumbe, de que el territorio navarro, que con cierta precisión desde el año 75
antes de Jesucristo (Salustio) se atribuye a los vascones, siguió la
trayectoria cultural de las limítrofes provincias castellanas y aún del mundo peninsular
posthallstáttico y que aquí, sobre ese todavía impreciso estrato étnico más
antiguo, asentaron las invasiones centro europeas del siglo VI, hermanas de
arevacos y vacceos y algo más evolucionadas que pelendones y bebrices,
portadores de culturas hallstáttica que, sin contacto con sus parientes
ultrapirenáicos que ya vivían la cultura de La Téne, se desenvolvieron de modo
autónomo durante varios siglos, aislados de sus vecinos orientales íberos.
Esta
concordancia cultural céltica en los cinco únicos yacimientos de la Edad del
Hierro que en Navarra conocemos (10), acusa una vez más que aquí no coinciden
raza, lengua y cultura, pues el territorio que después sabemos se atribuye a
los vascones, que hoy se creen de raza preibérica y precéltica, de lengua al parecer
semejante a la ibérica y en ello tan iberizados que aún en nombres cristianos y
para designar posesión siguen empleando el sufijo —en (11) lo que les
diferencia de sus vecinos célticos autrigones, berones, arevacos, etc., hasta
ahora sólo es conocido en la arqueología por restos culturales de carácter
céltico.
L.
Vázquez de Parga B. Taracena Aguirre
Notas
(1)
Estela romana hallada en Javier, 1930. Boletín de la Real Academia de la
Historia, tomo 104 (1934), pág. 270. Razón y Fe, Noviembre 1933, p. 375-380 y
Abril-Junio 1935, p. 1-27. La Arqueología en la villa y castillo de Javier y
sus contornos. Pamplona, 1943.
(2)
Véase lo que dice en su última publicación. La Arqueología en la villa y
castillo de Javier. Pamplona, 1943, págs. 43-45, especialmente, y el croquis de
la lámina VI de dicho libro.
(3) B. Taracena. Excavaciones en la provincia de
Soria. Memoria de la J. S. de E. y A., n.° 75 (año 1924-25), p. 35 y
lám. XI. — Alvarez-Ossorio, «Amuletos conocidos como osculatorios». Madrid,
1929. — Zeiss, «Die Grabfunde aus dem spanischen Westgotenreich», Berlín y
Leipzig, 1934, p. 91. — Rivera Manescau, La necrópolis visigoda de Simancas.
Bol. del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología de la Universidad de
Valladolid, fasc. XIII a XXI (1936-39), p. 7-20, y B. Taracena, Sobre los
amuletos visigodos de bronce. Arch. Esp. de Arq. (1940), p. 67.
(4)
B. Taracena y L. Vázquez de Parga, «Una prospección en los poblados de
Echauri». Príncipe de Viana, n.° 19, 1945.
(5)
B. Taracena, «Excavaciones en la provincia de Soria». Memoria n.° 75 de la J .
S. de E. y A. 1932.
(6)
J. Cabré. Memoria de la Junta Sup. de Exc. y Ant. n.° 110.
(7)
Villages pré-romains de la Péninsule ibérique. Revue Archeologique (1930-2),
pág. 209 a 216.
(8)
Bosch Gimpera, «La investigación de la cultura ibérica del Bajo Aragón». Anuari
del Institut d'Estudis Catalans. 1931.
(9)
Serra Vilaró, Memoria de la J. S. de E. y A. n.° 35, Madrid, 1921