Jose Mª Gil Robles 1976.05.23 Domingo
En el verano de 1948 se entrevistaron por primera vez el generalísimo Franco y don Juan de Borbón. El Régimen atravesaba graves dificultades: penuria económica, aislamiento internacional, represión interior. La conversación de alta mar debía tratar sobre la educación de un niño de nueve años, llamado Juan Carlos de Borbón. Un testigo excepcional describió aquel día las grandes líneas y los pequeños detalles del encuentro. Reproducimos el texto del documento en su integridad, por respeto al autor y a la exposición de unos hechos de interés nacional. Sólo han sido sustituidos con puntos suspensivos algunos párrafos cuya publicación prefiere no publicar por el momento. Al cabo de veintinueve años, se hacen públicas hoy las notas que redactara para su diário personal José María Gil-Robles, y que pertenecen a sus diarios en el exilio, que cubren desde 1941 a 1953, y que en su versión manuscrita están depositados en el extranjero.
Viernes, 27 de agosto de 1948. Grandes y poco gratas novedades. A eso del mediodía me llama por teléfono Mr. Pinniey, secretario de la Embajada inglesa en Lisboa, para preguntarme si es cierto que el rey y Franco se han encontrado uno de estos días en el mar. Con la mayor buena fe, le contesto rotundamente que, a mi juicio, la noticia es absurda. A las siete de la tarde me telefonea el director de la agencia France-Presse, para darme la misma noticia. Comienzo por poner en duda su exactitud, pero tales datos me proporciona que acabo por vacilar. Llamo a Rocamora, quien me dice que la. cosa es exacta y que él lo sabe desde la noche anterior. Parece que el duque de Sotomayor fue a Arcachon, montó con el rey en el Saltillo, asistió a la conferencia que, en el Azor, mantuvo con Franco y se volvió con éste, muy satisfecho. En el transcurso de, la noche, Vegas y Bravo me telefonean desde Santander, desorientados y alarmados. Lo único que puedo decirles es que ignoraba totalmente lo ocurrido.
Es muy pronto para formar juicio cabal y sereno del suceso; pero, sin peligro de interpretaciones precipitadas y apasionadas, puede sentarse lo siguiente:
1º. El rey ha dado un paso de esta gravedad sin contar con sus habituales consejeros.
2º. Ha asistido a la entrevista no un elemento cualquiera de su Consejo privado, sino el jefe de su Casa; es decir, un palatino, sin criterio político y muy partidario de la colaboración franquista.
3.º Ha habido un especial empeño en que yo ignorase lo ocurrido. Calculo que los medios políticos de España se apresurarán a poner en circulación las noticias que más comprometan al rey. Me temo que todo esto sea de consecuencias funestas.
Sábado, 28 de agosto de 1948. Como era de suponer, los telegramas de Madrid y San Sebastián sobre la entrevista del miércoles, publicados hoy con todos los honores por la prensa portuguesa, no pueden ser más escandalosos: que la entrevista fue solicitada por don Juan, que Franco no piensa marcharse, que se acordó que el príncipe de Asturias vaya a educarse a España, que se trató de la posible abdicación de don Juan en su hijo, etc., etc., ¿Que todo esto es absurdo? Desde luego; pero hasta que el rey llegue a tierra y puntualice lo ocurrido, hay tiempo de que tales enormidades sean, para muchos, artículo de fe. Dentro de unos días, el episodio habrá perdido actualidad y cualquier comunicado oficial será acogido con, incredulidad y escepticismo. Durante todo el día se suceden las llamadas, incluso desde Londres. Nada digo, pues nada sé. Lo único que pongo en claro es que el rey recibió, un aviso, antes de llegar a Arcachón, para entrevistarse con Franco; que en Arcachon subió al Saltillo el duque de Sotomayor; que la entrevista entre el rey y Franco, a solas, duró tres horas; que ambos parecieron satisfechos y que, al regresar a tierra, en el Azor, Sotomayor sólo pudo sacar a Franco estás palabras: «Me ha causado una impresión personal inmejorable».
Es muy pronto para formar juicio cabal y sereno del suceso; pero, sin peligro de interpretaciones precipitadas y apasionadas, puede sentarse lo siguiente:
1º. El rey ha dado un paso de esta gravedad sin contar con sus habituales consejeros.
2º. Ha asistido a la entrevista no un elemento cualquiera de su Consejo privado, sino el jefe de su Casa; es decir, un palatino, sin criterio político y muy partidario de la colaboración franquista.
3.º Ha habido un especial empeño en que yo ignorase lo ocurrido. Calculo que los medios políticos de España se apresurarán a poner en circulación las noticias que más comprometan al rey. Me temo que todo esto sea de consecuencias funestas.
Sábado, 28 de agosto de 1948. Como era de suponer, los telegramas de Madrid y San Sebastián sobre la entrevista del miércoles, publicados hoy con todos los honores por la prensa portuguesa, no pueden ser más escandalosos: que la entrevista fue solicitada por don Juan, que Franco no piensa marcharse, que se acordó que el príncipe de Asturias vaya a educarse a España, que se trató de la posible abdicación de don Juan en su hijo, etc., etc., ¿Que todo esto es absurdo? Desde luego; pero hasta que el rey llegue a tierra y puntualice lo ocurrido, hay tiempo de que tales enormidades sean, para muchos, artículo de fe. Dentro de unos días, el episodio habrá perdido actualidad y cualquier comunicado oficial será acogido con, incredulidad y escepticismo. Durante todo el día se suceden las llamadas, incluso desde Londres. Nada digo, pues nada sé. Lo único que pongo en claro es que el rey recibió, un aviso, antes de llegar a Arcachón, para entrevistarse con Franco; que en Arcachon subió al Saltillo el duque de Sotomayor; que la entrevista entre el rey y Franco, a solas, duró tres horas; que ambos parecieron satisfechos y que, al regresar a tierra, en el Azor, Sotomayor sólo pudo sacar a Franco estás palabras: «Me ha causado una impresión personal inmejorable».
Nada de esto permite formar un juicio. Habrá que esperar la llegada del rey, anunciada para mañana por la noche. Lo que está cada vez más claro es el propósito de tenerme totalmente al margen del asunto.
Domingo, 29 de agosto de 1948. A las ocho de la noche, llega el rey a Cascais a bordo del Saltillo. No lo veo, pues por multitud de razones prefiero que él me llame. Entre tanto, los telegramas procedentes de España siguen dando las referencias que interesan a Franco. De un modo especial insisten en que se trató de la educación del príncipe de Asturias y en que la entrevista fue pedida por el rey. Este, ni da nota o comunicado alguno, ni parece percatarse de las enormes repercusiones que el caso ha tenido.
La sustitución pacífica del régimen español
LUNES, 30 de agosto de 1948. Transcurre el día entero sin tener la menor noticia del rey. Mientras tanto, embajadores y periodistas no dejan de llamar, pidiendo detalles y preguntando si el rey no va a decir nada. Como la situación se me hace a cada momento más difícil y me encuentro, realmente bastante, resfriado, resuelvo contestar a todos que estoy en cama, con gripe.
El problema se complica como consecuencia de una noticia que a media tarde me transmite la France-Presse: la comisión ejecutiva del Partido Socialista Obrero Español, reunida, en San Juan de Luz, ha hecho público un comunicado en el que dice haber llegado a un acuerdo con determinadas fuerzas políticas -no dice cuáles, pero se deduce que son las monárquicas-, para la sustitución pacífica del actual régimen español. Es fácil imaginarse la confusión creada por las contradictorias noticias de estos días.
¡jY, entre tanto, el rey sin decir una palabra, sin informar de lo que ha ocurrido, dando la sensación de que no percibe la trascendencia del momento! En España, los amigos se hallan desorientados e inquietos. No hay modo de decirles nada. Personalmente, me encuentro en una situación desairadísima.
Martes, 31 de agosto de 1948. El rey me ha citado para mañana. Me produce la impresión de que no se ha penetrado bien de la trascendencia del paso que ha dado. Hoy está entretenidísimo con las regatas internacionales de balandros en Cascais.
Miércoles, 1 de septiembre de 1948. En una conversación de cerca de tres horas, el rey me informa detalladamente de su entrevista con Franco, el pasado día 25 así como de sus antecedentes. He aquí el relato en sus extremos esenciales y en sus detalles más significativos.
Un mes antes de salir don Juan para Inglaterra recibió la visita de Julio Danvila, quien le planteó de nuevo el problema de las relaciones con Franco, ponderando la necesidad de una entrevista. Respondióle el rey que no creía en esa posibilidad, que él no daría, paso alguno para que se celebrase, y que Danvila, por su cuenta, hiciera lo que estimase conveniente. A. los pocos, días de llegar a Inglaterra, recibió don Juan una carta de Danvila insistiendo en la idea; Esta carta no fue contestada.
El 15 de agosto, en plenas regatas de los Juegos, Olímpicos, la señora de Galíndez telefoneó al rey, desde Bilbao, para decirle, que Danvila había arreglado la entrevista y que el rey debería salir inmediatamente para aguas de La Coruña, donde recibiría, el 18, un aviso del mayor interés. No accedió don Juan a esta sugerencia, y anunció su propósito de salir al día siguiente para Belle-Ille, de donde partiría el 20, una vez repostado de combustible el barca.
Así lo hizo; pero cuando, él día indicado, se disponía a zarpar del puerto francés, la mujer que llevaba las provisiones a bordo, y que era la esposa del encargado de Correos, dijo en el Saltillo que la noche anterior habían llamado con urgencia al conde de Barcelona desde San Sebastián. Saltó el rey a tierra, y al cabo de dos horas logró hablar con el duque de Sotomayor. Este le hizo saber que la entrevista con Franco estaba preparada, que no podía faltar a ella y que le rogaba que se dirigiera a Arcachon, a donde iría él con Padilla y Danvila. Accedió á ello el rey y, después de una travesía algo molesta, llegó, el 21, a Arcachon.
El 22 se presentaron los anunciados viajeros. Danvila. expuso el desarrollo de sus negociaciones. Al principio había dicho que no le interesaba la conversación, pues consideraba «perdido a Estoril». Luego lo pensó mejor y acabó por decir que el encuentro sería muy conveniente; fijó la cita para el día 25, a las doce de la mañana y a cinco millas al norte de Igueldo. Al preguntar don Juan sobre los puntos que se iban a tratar en la entrevista, Danvila repuso que se trataría del problema político general y de la educación del príncipe de Asturias en particular, Examinada la situación, se convino en que Danvila y Padilla volvieran por tierra a San Sebastián, para darla conformidad al proyecto, y que Sotomayor se embarcara con el rey para acompañarle a la entrevista. Don Juan indicó a Danvila su deseo de que, al encontrarse los dos barcos, pasara primero Franco al Saltillo, después de lo cual se trasladarían al Azor para conversar.
Zarpó el rey para el punto de cita y, a pesar de una fuerte marejada, llegó con varios minutos de antelación a cinco millas al norte de Igueldo. Mientras desde allí, con la natural emoción, veía con los prismáticos la torre del Buen Pastor y el palacio de Miramar, divisó a un cazaminas que se dirigía al lugar convenido. Era el Tambre, que acompañaba siempre a Franco en sus excursiones de pesca. Esta circunstancia facilitó al rey la cuestión protocolaria de los saludos. Como el Tambre navegaba adelantado, el rey se apresuró a izar en elSaltillo la bandera de saludo al buque de guerra, que se precipitó a, contestar. Cuando el Azor llegó a su altura, la bandera del Saltillo estaba ya en el tope.
O porque Danvila no cumpliera el encargo, o -lo más probable- porque Franco no quisiera hacer el ridículo, subiendo y bajando por la escala con la fuerte marejada que había, el caso es que no se cumplió en. todos sus detalles el programa de la entrevista. El cazaminas destacó un bote, y en él se trasladó el rey al Azor con Sotomayor, mientras quedaban en el Saltillo don Jaime y los demás acompañantes de don Juan. A Sotomayor, totalmente mareado, hubo que trasladarle poco menos que en brazos. Al poner el pie el rey en la cubierta del Azor, el contramaestre dio las pitadas de almirante y Franco se adelantó a darle la mano, estrechándosela con efusión, ponderando los deseos que tenía de la entrevista y derramando abundantes lágrimas. Antes, al saludar don Juan desde el Saltillo con su gorra, Franco le había contestado con los brazos en alto, en verdadero saludo de boxeador. Acompañaban a Franco el general Martín Alonso, su ayudante de Marina -Nieto-, que actuaba como comandante del Azor, y Julio Danvila.
Conversaron a solas tres horas
Intercambiadas unas frases banales sobre el tiempo y la travesía, el rey y Franco pasaron a la cámara, donde conversaron sin testigo alguno durante cerca de tres horas, mientras el barco navegaba lentamente a lo largo de la costa, llegaba a la altura de Zarauz y volvía frente a San Sebastián. Me decía con toda ingenuidad el rey que había ido a la entrevista con alguna emoción; pero que bien pronto se había serenado, por encontrarse muy superior, incluso dialécticamente, a su interlocutor, quien había acudido a la cita -le constaba muy de ciencia cierta- creyendo que don Juan era punto menos que un imbécil, entregado a consejeros amargados y totalmente ignorante de los problemas de España.
Llevando la conversación hacia el pasado, el rey se apresuró a decir que mantenía íntegramente su actitud y su posición doctrinal y práctica, adoptadas sin más pensamiento que el bien de la patria. Franco no le replicó, aunque no dejara de apuntar más tarde la idea de que también él practicaba una política de conciliación, como lo probaba el hecho de que hoy ocuparan puestos en la Falange incluso quienes habían estado condenados a muerte. Todo el afán del «Caudillo» durante la conversación fue derivar la charla hacia el futuro. El rey, por su parte, procuraba traerla al presente.
Franco se mostró muy fuerte y bien de salud; habló de permanecer en el poder otros veinte años. No se explicaba la impaciencia del rey, a lo que éste respondió que esa impaciencia suya no era de tipo personal, sino atendiendo a la situación de la patria. Reconoció Franco que no era muy buena en el orden económico, aunque con las medidas tomadas y el desarrollo del plan económico del Gobierno pronto llegaría España a ser uno de los países más ricos. A este propósito ( ... ) afirmó que el problema del carbón estaba prácticamente. resuelto y que en la construcción naval se habían hecho inmensos progresos. Pudo el rey, perfectamente documentado, rebatirle con cifras sus asertos, demostrándole que el déficit de carbón era muy grande y que no podríamos cumplir el programa de construcciones navales hasta el punto de que los argentinos sabían perfectamente que nos sería imposible entregar los buques a que nos habíamos comprometído en el Tratado. La actitud, y las palabras del rey contrariaron extraordinariamente ( ... a Franco), que no estaba habituado a la menor contradicción.Al referirse al problema de la Restauración, afirmó que él era monárquico. fervoroso, recordó con las palabras más emocionadas a don Alfonso XIII y de nuevo derramó las lágrimas que con. tanta facilidad tiene siempre dispuestas. Pero añadió que en España no había ambiente monárquico ni republicano, si bien le sería a él muy fácil hacer popular en menos de quince días la figura de don Juan. Muy certeramente, éste le recordó que, en varias cartas, se había excusado de caminar hacia la Restauración, alegando que en España no había opinión monárquíca. «Si tan fácil le es a usted crearla, le dijo, ¿por qué alega su falta como pretexto para diferir la única solución estable?» Franco, muy violento, balbuceó algunas excusas, adquiriendo la conversación en este punto un tono bastante tirante. Salió Franco del apuro -o pretendió salir, al menos- con una de sus habituales declamaciones, en la que . sacó a relucir la Santa Hermandad, las Comunidades de Castilla, etc., etc.
Uno de los motivos de preocupación suya -dijo- era que la Monarquía no podría tener la firmeza de «mando» necesaria. «Yo -añadió- no admito que los ministros me discutan. Los mando y obedecen.» Insistiendo en que el rey no debía tener prisa, alegó la delicada situación internacional, que conduciría a la guerra dentro de pocos años. «España entonces -apuntó- será un su mando en la contienda. Yo puedo dar infantería y pilotos, que ahora no pueden volar porque no hay gasolina, pero que, en la guerra, utilizarán los aparatos americanos.» Al llegar aquí, habló despectivamente de los generales" calificando de pobre hombre a Pablito Martín Alonso, de loco a Yagüe y de tonto a Solchaga. También motejó desdeñosamente a Rodezno de «fantasmón liberal»..
Como el rey insistiera en que tiene deberes históricos que cumplir y responsabilidades que siente muy hondas, Franco se atrevió a sostener que tales responsabilidades sólo existen cuando se ocupa el poder, por lo cual el rey podía estar ahora tranquilo. Derivó don Juan la conversación hacia la ley de sucesión, y le dijo que debía haberle consultado el texto, por corrección, antes de publicarlo. «No lo hice -fueron palabras textuales de Franco- porque quería tener a Vuestra Alteza como un gallo tapado.» La frase no puede ser más feliz.
Después de varios esfuerzos, la conversación derivó hacia el tema de la educación del príncipe de Asturías. Ponderó Franco la importancia del problema, se extendió en consideraciones acerca de los peligros de los príncipes extranjerizados y defendió la necesidad de que don Juanito se educara en España, donde tendría todos los honores necesarios. Replicó el rey que la educación del príncipe a él sólo competía, Por supuesto, no se oponía a que pasara temporadas en España; pero no entregado a Franco, sino a las personas que él, como padre designara.
«¿Cómo voy a mandar a mi hijo a España, mientras sea un delito..?».
Ahora bien, antes de que el príncipe pudiera ir a España, habrían de cambiar muchas cosas. «¿Cómo voy a mandar a mi hijo a España, mientras sea un delito gritar viva el rey, se multe a quienes se reúnen para hablar de la Monarquía, se prohíba, toda clase de propaganda y se persiga a los que me son fieles?» «Todo eso puede arreglarse», respondió Franco. Y la cosa no pasó de ahí.
En el transcurso de la larga conversación, Franco (...) habló ( ... ) sin la menor consideración de delicadeza hacia su interlocutor, quien salió de la entrevista profundamente molesto. Un episodio revela de modo bien elocuente el trato que da Franco a sus ministros. Momentos antes de salir para Arcachón, cuando ya la entrevista había sido convenida, habló Sotomayor con Artajo. Este se lamentó de la imposibilidad de acercar al rey y a Franco, aunque, decidido a hacer un esfuerzo, anunció a Sotomayor su propósito de aprovechar el proyectado viaje de Franco a Portugal, en octubre próximo, para intentar una conferencia reservada entre el príncipe y el «Caudillo». i Qué pillín! El mismo Franco, hablando con don Juan, se reía de la cara de sorpresa que iban a poner sus ministros cuando se enteraran del acontecimiento. Incidentalmente, habló de mí en términos elogiosos, pero lamentándose de mi apasionamiento.
Con esto y con referencias a la caza y a la pesca, así como . a la construcción de un nuevo yate, llenó Franco los huecos de las tres horas de entrevista, que finalizó sin haberse llegado a resultado alguno. «Seguiremos en contacto -dijo-, pues quedan muchas cosas pendientes. Vuestra Alteza puede utilizar cerca de mí al duque de Sotomayor. Yo no tengo de quién fiarme, ya que todos mis colaboradores son muy indiscretos». Todo esto (.. ) produjo en su regio interlocutor una impresión deplorable. «Sólo los ojos -me decía el rey- revelan vida y astucia. » En toda la conversación, don Juan dio tratamiento de Excelencia a Franco, y éste al rey el de Alteza Real. Explicó que no le daba el de Majestad por no estar aún coronado.
Acabada la reunión a solas, cuando iban a dar las cuatro de la tarde, después de haber pasado al Azor los acompañantes en el Saltillo de don Juan, aprovechó éste la oportunidad para que don Jaime hablara unos instantes con él y con Franco, para que, con su presencia y acatamiento al hermano, demostrara una vez más la renuncia al trono. Al servirse el cóctel, Pablito Martín Alonso sé deshizo en servilismo ante Franco, ofreciéndoselo, bandeja en mano, como un criado. Su ascenso a general y su puesto de jefe de la Casa Militar de Franco le han hecho llegar a extremos ( ... ) que nadie le pidió cuando era ayudante de don Alfonso XIII.
Durante la comida, en la que se imitó todo lo posible la etiqueta de palacio, ocuparon el rey y Franco las dos presidencias ( ... ). El «Caudillo», tocando de nuevo el tema de la caza, tuvo la indelicadeza de hablar de sus hazañas cinegéticas en Gredos. El rey no se mordió la lengua, y le dijo: «Creo que en la última cacería se tiró a las cabras con ametralladora». «Es verdad -repuso Franco algo desconcertado-, pero fue a las que huían heridas.» «De todos modos -replicó el rey-, eso es muy poco deportivo.» Una espontánea carcajada de Real de Asúa, acompañante del rey en el Saltillo, subrayó la violencia de la escena. Sin escarmentar por lo ocurrido, Franco se puso a dar lecciones sobre la pesca del salmón, alegando las enseñanzas de los últimos libros sobre la materia. Real de Asúa, que desde hacía veinte, años se dedicaba a ese deporte, le dijo que, precisamente, el último libro publicado en Inglaterra, acerca de la pesca del salmón decía todo lo contrario de lo que afirmaba el «Caudillo».
Se tomaron el café y los licores, y tras una breve tertulia se despidió el rey, dejando en el Azor a Sotomayor, aún no repuesto del mareo. Llegado al Saltillo, don Juan saludó, se puso al timón y dio las órdenes oportunas a la tripulación, mientras Franco, sentado en una silla, aguantaba como podía los bandazos del Azor, sacudido por la marejada. En tres minutos y medio -tiempo récord- estaban izadas todas las velas del Saltillo, que se alejó a toda marcha. En el palo del Azor apareció la señal internacional de «Buen viaje», contestada, en el acto, por la de «Muchas gracias» desde el barco del rey. Minutos después, ambos interlocutores se habían perdido de vista. Don Juan se volvió a los tripulantes del Saltillo y les felicitó: «Buena maniobra la vuestra. ¡Bravo, muchachos! » «Para que aprendan esos gallegos», fue la respuesta lacónica de los marineros vascos del Saltillo.
Conocido al detalle lo ocurrido, no puedo menos de felicitarme. Como era de esperar, nada concreto se ha obtenido. Pero de ahora en adelante, los eternos partidarios de la inteligencia con Franco no podrán echar en cara al rey su intransigencia y la de sus consejeros. En lo que la mí se refiere, esta experiencia, a la que he sido enteramente ajeno, me libra de preocupaciones e incluso de responsabilidad. Por otra parte, el rey ha estado muy bien: firme, hábil, enterado. Para Franco, la sorpresa no ha debido de ser agradable. Además, estoy seguro de que grandes sectores del pueblo español habrán visto con gusto la entrevista, adivinando un paso hacia la normalización de la vida de España. Cuando la decepción llegue, al verse que todo continúa igual, quien perderá será Franco.
Acordamos mantener un silencio absoluto. El efecto que haya podido causar en el exterior se desvanecerá con actuaciones discretas. Las. embajadas serán enteradas de lo que nos convenga. El tiempo debe ser nuestro auxiliar...